domingo, 3 de febrero de 2013

El escritor de las guías de viajes. Capítulo 2





Ocho y media de la mañana. El restaurante del hotel está casi vacio cuando el matrimonio Perea entra a desayunar. Han madrugado bastante, aunque sería más justo decir que apenas han dormido. La noche romana, aunque no se pueda comparar a la parisina, como les habían comentado algunos asistentes al congreso, no les desilusionó para nada. El paseo por el barrio de Trastevere, en la orilla oeste del Tíber les pareció corto. En este pintoresco casco antiguo con calles estrechas y plazas pequeñas se respira todavía el ambiente de siglos pasados​​. Sus callejuelas están llenas de pequeñas trattorias y en una de ellas entraron a cenar, frente a una de las Iglesia medievales de las que es rico este barrio.

“Les recomiendo, si tienen tiempo, que vayan a pasear por Trastevere, antiguamente fue un pueblo que quedaba en las afueras de Roma. La última película de Fellini está rodada allí, ahora no habrá muchos turistas pero merece la pena pasear por sus callejas” les dijeron en la recepción el primer día y Asunción no lo olvidó.

A la trattoria le siguió una discoteca de moda en las cercanías de la Fontana de Trevi y después, a altas horas, el regreso al hotel dónde siguieron bailando su propia música en la intimidad de su habitación.

-      ¡Estoy que me caigo de sueño! Creo que me voy a tomar cinco cafés seguidos a ver si me despierto. Lo de anoche fue una pasada Héctor, no podemos llevar este rítmo, ya no tengo 22 años.
-      ¡Ay pobrecita mi niña! a punto de cumplir 39 y con complejo de ancianita. Anoche no te quejaste de nada y eras tú la que querias...

Asunción  tapa la boca a Héctor al ver que el camarero se acerca con la cafetera en la mano; tras servirse el café en una taza grande y untar la mermelada en uno de los bollos y la mantequilla en una tostada le dice a su marido con una sonrisa picaresca:

-      Ten cuidado con lo que dices que aquí te pueden entender, mi amor, ciertas cosas se quedan en privado.

Héctor sonríe y le tira un beso al aire antes de contestar.

-      No será para tanto pero tomo nota. Bebe todo el café que necesites y come bien, tenemos una mañana maratoniana, a las seis tenemos que volver a por las maletas e irnos para el aeropuerto.
-      No se me olvida, descuida. Por un lado me da pena irme pero al mismo tiempo estoy deseando llegar a Madrid y ver a María en el aeropuerto.
-      Yo también cariño, los viajes contigo me gustan mucho pero yo también echo de menos a nuestros hijos, a Bonilla e incluso a Julio aunque solo haga unas horas que le hemos visto.
-      ¡Exagerado! Normalmente no le ves tanto ¿ a qué viene eso ahora?
-      Tienes toda la razón, por eso mismo, tres días seguidos con él me han permitido verle con otros ojos. Qué es una persona estupenda ya lo sabía pero su humor me ha sorprendido, no recuerdo haberme reído tanto en las comidas como en estos días y además la deferencia que ha tenido al invitarme a mi también.
-      Ya lo sabía, quiero decir que Julio, desde que fui al congreso de Berlín, sabía perfectamente que otro viaje al extranjero sin tí no lo hacía y la temática de éste entronca con tu trabajo ¿o no?
-      Eso es verdad, por eso hasta he visto algunos viejos compañeros pero de todos modos no estaba obligado. Es una pena que el no haya podido traerse a su amigo.
-      ¡Estás loco! Ya sabes lo prudente que es Julio, con nosotros vale pero fuera de nuestro ámbito de amigos ¡olvídalo! y venga, deja de mirarme tanto y terminate la tostada de una vez.
-      ¡Ya voy mujer!

Poco después salen del hotel y deciden tomar un taxi para ir al Vaticano. Héctor no deja de hablar en todo el camino con el taxista quien, al oir que eran españoles, comenzó espontáneamente a contarles el viaje que hiciera a España en 1960.

-      Abbiamo fatto il viaggio in bicicletta, un viaggio di due mesi, dal momento che io sono sposato solo lavoro in taxi.
-      Ya, capisco. ¿Tienen ustedes bambinos?
-      Cinque ragazzi. Siamo una grande famiglia e mia madre vive con noi.... Ecco il Vaticani, ¡ Buona giornata!
-      Muchas gracias y buona giornata para usted también.

“Ciao” es todo lo que Asunción puede decir, asombrada de la facilidad con la que Héctor se entiende con los italianos y en silencio recorre los pocos metros que faltan para llegar a la imposente plaza de San Pedro. Ya en ella admiran su arquitectura y consulta en su guía.

-      Y ¿quién es el arquitecto de esta maravilla?

Pregunta Héctor girando alrededor de sí mismo con la cámara de fotos en la mano.

-      Según esta guía la obra se debe a Gian Lorenzo Bernini. ¿De verdad te interesa o me estás tomando el pelo?
-      Me interesa, en serio, no soy de iglesias ni de arte pero cuando un trabajo es bueno quiero saber quien es su autor y ¿cuando empezó la gran obra?
-      Fue construída entre 1656 y 1667. Oye, no gastes todo el carrete en la plaza, que aún nos queda la basílica y el museo.
-      Descuida tengo más carretes en el bolsillo ¿entramos? Por cierto qué Papa vive ahora quí
-      ¡Héctor! Eres peor que un niño pequeño. Pablo VI y no te preocupes que no le vas a saludar.
-      Ya lo sé pero no quiero quedar como un tonto cuando nos encontremos con Angel.
-      ¿Sabes? No me puedo creer que le vaya a conocer. Mi tía me ha hablado mucho de él y ha sido una suerte que nos haya dado su teléfono por si acaso teníamos tiempo . La verdad es que debe ser una persona muy sencilla, con la de trabajo que debe tener y se ha ofrecido a ser nuestro guía.
-      Sí, vamos a tener un guía excepcional. El Angel que yo recuerdo era uno más en el barrio y espero que siga así.
-      No creo que haya cambiado mucho por la forma con la que ha hablado ayer contigo por teléfono.
-      Ya veremos, el ambiente que hay aquí no es el de la Plaza de los Frutos.

Asunción ríe el comentario de Héctor sin darse cuenta de que está entrando en la Basílica .Ya en ella y con aire más serio, en silencio,  como les han pedido al entrar recorren la Gran Basílica y mientras ellos admiran la Cátedra de San Pedro, su cúpula, sus altares, la Piedad, las catacumbas con las diferentes tumbas de los papas y vuelven a subir para seguir tomando fotos, en Madrid, Vallejo y Bonilla acuden al bufete de Olavide como habían acordado y en las cercanias de Cangas de Onis, Martin Nárvaez sigue sin llamar a Fernanda y no es por falta de ganas sino por temor.

Martín, 40 años, alto, ojos claros,  con algunas canas en la sienes a pesar de su edad, de piel bronceada, modales elegantes, permanente sonrisa en los labios , prototipo de lo que muchas mujeres pueden considerar un hombre atractivo, no deja de pensar en Fernanda. Se encontraron en el momento justo, se han confesado varias veces en estos meses y lamenta la situación en la que ahora se encuentra. Con ella ha aprendido de nuevo amar y no quiere causarla daño; ya tuvo lo suyo con el accidente en el que perdió la vida su marido y casi acaba con la de ella. La rehabilitación fue larga, las secuelas psíquicas y físicas la empujaron en parte a refugiarse entre las cuatro paredes de su chalet. Martínez Prado, socio y amigo de su marido, estuvo siempre a su lado pero no consiguió sacarla de su mutismo ni despertala las ganas de vivir. El día en que se conocieron fue su primera salida desde hacía dos años y Fernanda no las tenía todas consigo. Acudió por puro compromiso, por no dejar solo a Martínez Prado en su cincuentenario ya que él tampoco tiene familia. Es, lo que en América llaman un “self made man” un verdadero autodidacta que siempre se portó como un padre con su marido y con ella. 

Martin recuerda la conversación que mantuvieron ayer por teléfono, quería hablarle de sus sospechas pero al oir sus planes para la vuelta se echó atrás y ahora, aquí, en esta casa casi en ruinas, perdida en los Picos de Europa, a la que acaba de llegar después de pasar la noche en el coche, escondido en un horreo y con el miedo en el cuerpo, se siente mal por ella. Respira hondo y comprueba de nuevo que no hay rastro de los hombres que le estuvieron siguiendo en Galicia, al menos, su precipitada salida del hotel le ha servido para despistarles y nadie conoce la existencia de la casa de los abuelos.

Hace frío, el viento no cesa y en la antigua cocina, la única pieza que aún conserva todas las tejas, el sonido del viento le hace compañía. El candil de aceite sobre la mesa recuerda que no hay electricidad y la tinaja en el ricón que no hay agua corriente. Tras inspecionar la vivienda regresa al coche, saca la literna que hay en la guantera, la manta del maletero junto a su maleta y se acomoda como puede en lo que en otros tiempos fue el asiento preferido de su abuela, la mecedora que le hiciera su marido cuando la abuela se quedó encinta. Al poco tiempo de nacer su padre, su abuela se quedaría viuda. Andrés Nárvaez falleció en un accidente durante las obras del ferrocarril de Arriondas a Infiesto. 

En el arcón de una de las habitaciones encuentra más mantas, algunas ya roídas por los ratones pero que harán su avío. Nota que el hambre y el frío le están pasando factura y aviva como puede el pequeño fuego de leña que ha hecho en la viejo hogar, como hiciera tiempos atrás su abuela. Busca entre sus cosas las chocolatinas y galletas que comprara en la gasolinera de La Coruña y apesar de no ser horas, descorcha con la ayuda de una navaja una botella de vino que ha encontrado en la vieja alacena. No sabe si se podrá beber, pero la sed le apremia. En la oscuridad, por las contraventanas semiabiertas,  no puede ver de que año es. La última persona en volver a la casa fue su padre en 1960 cuando acompañó los restos de la abuela para enterrarla en el pequeño cementerio de la aldea. Su padre debió comprar esa botella por aquel entonces junto a las latas que tiene delante. Martin comprueba enseguida que es un vino peleón que se ha conservado bien y tras acallar su sed y su hambre decide dormir unas horas antes de bajar a Cangas, allí llamará menos la atención que en la aldea. Arropado por las mantas y al calor de la lumbre, pasa revista a su llegada a España y la promesa que le hiciera a su abuela en Argentina, la promesa de visitar la casa familiar y reconstruírla. Llegó a España, conoció a Fernanda y la promesa hecha a la abuela no quedó en el olvido pero sí aplazada indefinidamente. Sin saber exactamente la razón no sabía como hablarlo con Fernanda abiertamente, a todo lo más que se había atrevido era a mencionar su deseo de visitar los Picos. Había cosas de su familia que aún dolían y la salida de su país tampoco fue de la mejor manera.

En Roma, ajenos a las conversaciones que en ese momento tienen lugar en el despacho de Gustavo, Héctor y Asunción se encaminan hacia la plaza del Risorgimento, dónde Angel, al verles venir por la vía de  Porta Angelica les saluda con la mano.

-      ¿Es ese hombre tan joven Angel?
-      Sí. Lo de joven es muy relativo, unos años más jóven que yo pero se conserva bien el chaval.

 Héctor y Angel se funden en un fuerte abrazo y Asunción, a quien nadie le ha dicho cual es el protocolo para saludar a uno de los secretarios del Vaticano, no sabe si besar la mano de Angel o darle un beso en la mejilla. Angel por su parte no tiene duda alguna y tras la presentación abraza a Asunción y le da dos besos en la mejilla.

-      Encantado de conocerte Asunción. Manolita me ha hablado mucho de tí en sus cartas.
-      Igualmente, quiero decir, que encantada y que mi tía también me ha hablado mucho de usted. Perdone pero no sé cómo llamarle.
-      De tú y Angel. Siempre he considerado a tu tía, a Marcelino y a Pelayo como de la familia y una sobrina de ellos es también un poco mi prima ¿o no Héctor?
-      Por supuesto y en ese caso yo también soy un poco primo tuyo ¿ o no, Angel?

Los tres ríen de buenas ganas y antes de entrar al Museo toman un café en uno de los cafés cercano a la plaza. Héctor aprovecha para darle las gracias, ahora en persona, apesar de los años que ya han pasado, por su intervención y ayuda en el proceso de la anulación.

-      No tiene importancia Héctor, lo importante es que tengo ante mí a una pareja a la que no es necesario preguntarle si son felices, la felicidad y el amor que se profesan salta a la vista.
-      Y Teresa también es feliz en Venezuela con su sobrino y Ana.
-      Lo sé Asunción. Al igual que vosotros recibo todas las navidades noticias de ella.
-      Fue una pena que la última vez que estuviste en Madrid coincidiera con nuestro viaje de boda. Me gustaría presentarte a mis hijos ¿no piensas volver?
-      Quizá lo haga pero de momento mi sitio está aquí.
-      ¿Y Sole?, perdona si me meto donde no me llaman.
-      No pasa nada, de Sole y sus hijos estoy constantemente al tanto, no en vano sigue trabajando en el arzobispado pero ciertas cosas es mejor no cambiarlas.
-      ¿Es usted, digo, eres de verdad feliz aquí?
-      Sí Asunción, cuesta acostumbrarse a vivir en el Vaticano pero aquí he encontrado la paz interior que tanto he buscado y además coordino un grupo de voluntarios que se encarga de paliar los problemas de las zonas marginales de Roma.
Angel echa una ojeada a su reloj de bolsillo y levanta la mano para pagar los cafés al tiempo que dice.
-      Si no quereis perder el avión tenemos que entrar ya al Museo. Os advierto que es muy grande y la Capilla Sextina es lo último que se visita, al menos que sólo queráis ver la capilla y en ese caso puedo intentar conseguir permiso.
-      Gracias Angel, pero no es necesario. Ya has hecho demasiado por nosotros como para pedir un trato especial.
-      Mi mujer tiene razón Angel, la ruta de los turistas para nosotros también.
-      Como queráis ¿Nos vamos?

El recorrido por el museo les lleva dos horas y la Capilla les deja, como a casi todo el mundo con la boca abierta. Angel les explica todo al detalle y cuando descienden por la majestuosa escalera de caracol Héctor se para para hacerles una fotografía y pide un turista que les haga una.

A las 6 de la tarde Angel les acerca al hotel, recogen sus maletas de consigna y se despiden de su cicerón y amigo en la estación de Termini donde toman el tren para el aeropuerto al tiempo que en Madrid, Tim recoge a María y a Daniel del colegio para acercales a Barajas.

-      Recuérdame darle a mi padre el recado del tito Bonilla, Tim
-      Descuida María, no me olvido. Dani, baja la ventanilla que no estamos en verano y deja de saludar como si fueras un príncipe.
-      Jopé es que mola mucho este coche, nunca había visto uno tan grande.
-      Tampoco es el más indicado para conducir por Madrid. Ya es mala suerte que mi seat se haya estropeado hoy.
-      ¿No te gusta este coche?
-      No digo eso Dani, este Cameron está bien para América pero en Europa resulta muy ostentoso y además es automático, yo prefiero uno con marchas.
-      Seguro que a mi padre le entusiasma tanto como a Dani, de él se ha contagiado mi hermano.
-      Eso no lo dudo pero una cosa es reconocer que un coche es bonito y otra querer tener este coche. Yo desde luego paso de él, hoy le he cogido porque no tenía otra opción pero no va conmigo. Bueno, ya estamos llegando. Dani no te separes de nosotroso o es la última vez que vienes conmigo.
-      No te preocupes, os seguiré como un perrito fiel y no miraré a ningún lado para no distraerme.
-      ¡Más te vale! No tengo ganas de buscarte por todo el aeropuerto y darle un susto a mamá.
-    !  Jopé qué fama tengo.!

















1 comentario:

  1. ¡Genial wapa...! me gusta mucho ese reencuentro con Angel en el Vaticano...! se ve que ya ha encontrado su sitio... y me gusta que recuerden viejos tiempos con un viejo amigo que a Héctor le ayudó con la anulación... y es cierto que la Capilla Sixtina es una pasada... y también genial la escena de María y Dani yendo a buscar a sus padres al aeropuerto con Tim... ;)

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