sábado, 12 de marzo de 2011

Madrid, Mayo del 68. Capítulos XLI y XLII

Capítulo XLI

En un hotel cerca de Perpiñán, alrededor de la una de la tarde y en el precioso jardín del recinto, Ernesto lee la prensa de este sábado 28 de septiembre. El periódico catalán que ha comprado en Portbau le hace ahora compañía mientras espera a su primo.
La noticia internacional más transcendente es el cambio en Portugal, adiós a Salazar y bienvenido al profesor Caetano como jefe del gobierno. En primera página la foto de Caetano con el presidente de Portugal, Almirante Americo Themaz, pero en realidad la noticia no le interesa mucho y el resto tampoco, <<total para Angola las cosas no van a cambiar nada al igual que en Portugal>>, piensa Ernesto. Lee los titulares de las noticias nacionales y cierra el periódico con gesto cansado, la prensa hoy no le interesa, prefiere concentrarse en su entorno, en las plantas y arbustos que hay en el jardín, en los invitados que como él están sentados en la terraza y en el estanque en el que nadan unos cuantos patos y cisnes; algunos se acercan a la orilla y picotean el pan que unos niños, bajo la atenta mirada de su madre, les están echando.
En su pueblo había mucha agua, el río Piedra siempre baja lleno con sus aguas heladas y recuerda las tardes de verano en las que se escapaban al Monasterio de Piedra cuando los mayores no les vigilaban; le tenían cogido las vueltas al vigilante y sabían cuando podían entrar. En esos años no era un lugar turístico como ahora y las entradas de particulares no eran habituales.
Son tantos los recuerdos, ha pasado tanto tiempo y aún así se acuerda de Natalia, ese amor compartido con su primo; amor de adolescencia, amor platónico por la mujer del médico del pueblo y gran amigo de sus padres.. Carlos tenía once años y el trece. Hablaban mucho de ella y cada cual la amaba de una forma diferente, muy diferente. Ernesto asociaba a Natalia con la Galatea de Rafael en“”el triunfo de Galatea””que había visto en uno de los libros de arte en la libreria de su padre; la veía lejana e inalcanzable,una ninfa marina adorada por todo ser viviente y que estaba muy por encima de los humanos, lo cual no impedía con que soñara poder acariciar su cara.
Carlos, por el contrario, la asociaba con Claudette Colbert de quien su padre hablaba mucho por haber visto una película de ella en Francia y de quien conservaba una foto en un viejo periódico francés; la veía como una mujer de carne y hueso, casada con un viejo que podía ser su abuelo y soñaba con poder rozar sus labios a pesar de su corta edad. Carlos exageraba, el médico aún no habría cumplido los cuarenta pero para él todos los que pasaban de los treinta eran viejos y abuelos.
Dos visiones distintas de Natalia, una mujer de unos 25 años cuya belleza no pasaba desapercibida en el pueblo y que admiraban jóvenes, mayores y pequeños. Una mujer envidiada por  sus vecinas y de quien murmuraban a sus espaldas.
El baúl de los recuerdos sigue abierto en su mente, al igual que el desván de la casa de la abuela que guardaba miles de cosas de la familia Rosales del siglo pasado. Está deseando poder compartir estos recuerdos con su primo; la nostalgia de esos años felices, sin grandes preocupaciones, con los pies descalzos en el verano y sus pantalones cortos en el invierno, que sólo cambiaría por pantalones largos al cumplir los 15 años, le  compensa el largo viaje desde Zaragoza.
Ramón se ofreció para  traerle en coche y aunque salieron casi de madrugada y hace apenas una hora que han llegado no está cansado, al revés, está más vivo que nunca y hasta su enfermedad parece haberle dado una tregua. Son muchos años sin ver a Carlos; la alegría de recibir el teléfono de su primo y de hablar con él es ya uno de sus mejores momentos en muchos años.
Hasta que Ramón no le llamó desde Madrid daba todo por perdido pero esa llamada volvió a reavivar su esperanza de tener noticias suyas. El encuentro en Zaragoza fue más una entrevista por parte de Ramón y un interrogatorio por parte de Amanda pero mereció la pena pasar por ello. No le dijeron mucho de su primo, cuando se fueron ni tan siquiera tenía la certeza de que estuviese vivo, sin embargo el celo que pusieron en protegerlo le animó y le convenció de que, estuviera donde estuviese, tenía personas que le querían y velaban por su seguridad. Al día siguiente, domingo por la noche, la propia Amanda fue a verle y le dio un número de París.
Fue una conversación corta, entrecortada por los sentimientos que se agolpaban en la garganta y casi no dejaban articular palabra; parecía que estaba oyendo su propia voz cada vez que Carlos contestaba a sus preguntas y quedaron en encontrarse en breve y hoy ya está aquí...Ramón ha ido a buscarle a la estación y pronto le podrá dar un abrazo.
Ernesto saca su cartera de entre uno de los pliegues de su hábito y de ella una foto en color sepia con dos niños casi idénticos hasta en estatura; la diferencia de edad se nota muy poco y podrían pasar perfectamente por mellizos. La foto deja ver a dos críos montados en sus triciclos con ansias de  comerse el mundo al que miran de frente sin miedo y confianza.
Foto que el padre de Carlos les hizo y él, Ernesto, el niño de la derecha, Carlos el de la izquierda,<<¡hasta para la foto eligió la izquierda!>>, piensa Ernesto mientras contempla la imagen. No levantaban un palmo del suelo, pero ya ponían en peligro la vida de las gallinas y asustaban a los conejos cuando intentaban entrar en el corral con sus vehículos. A pesas de que las gallinas les temían, a ellos les gustaban muchos los animales y la primera pelea que tuvieron, que tuvo Carlos, fue para liberar y defender a un perro, al que otros niños más mayores estaban torturando. El animal  era cojo y no podía correr como los otros.
 Habían atado al pobre perro por la pata mala, con una soga, a la rueda de un carro mientras le hacían todo tipo de vejaciones. Carlos tenía 8 años, Ernesto10 y los otros chicos eran mayores que ellos, muchos más mayores.
Conociendo a su primo, como le conocía, le tomó de la mano y corrió a avisar a la abuela pero Carlos no se lo pensó dos veces, se soltó de su primo, cogió un palo y les dijo a los chicos:

 <<Os reto a hacer conmigo lo que estáis haciendo al perro, os advierto que en mi otra mano tengo un tirachinas y no me importa usarlo>>.

Uno de los chicos fue a cogerle el palo y recibió en la nuca la primera china, los otros se avalanzaron sobre Carlos y el chico se defendió con uñas, dientes, patadas y codazos, !como podía!,  <<!como un jabato!>>, oiría más tarde comentar a su abuela mientras se lo contaba a su padre.
La abuela llegó a tiempo con el aguacil del pueblo y Carlos salió con bastantes moratones, los pantalones y la camisa rota pero con su orgullo intacto. Recibió su primer castigo severo pero también su primer aplauso y se ganó el respeto de todos los chicos. El perro fue adoptado por la familia Rosales y compartieron con él dos veranos. Al tercero, el pobre animal se murió de viejo y le enterraron cerca del río. Ernesto “”ejerció”” de sacerdote y rezó un padrenuestro para que su alma encontrase el camino al cielo de los animales y sobre el montón de tierra no faltó una cruz con su nombre, “”Valiente””, como le bautizó la abuela por no haber perdido la confianza en los hombres con todo lo que le habían hecho. Su fecha de fallecimiento tampoco faltó, sólo se quedaron sin versos pues ninguno de los dos eran poetas.
Años más tarde Ernesto leería a Alberti y se encontraría con el poema “’Niebla””, el perro del poeta y sus últimos versos, recuerda hoy, bien que le hubiera gustado haberlos escrito él y grabarlos en su cruz, cambiando el nombre de Niebla por Valiente, naturalmente.
"Niebla", mi camarada,
aunque tu no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.
(fragmento de Niebla, por R. Alberti)

Unos pasos por el camino empedrado del jardín hacen volver la cabeza a Ernesto y ve venir a Ramón seguido de Carlos. Su primo parece ahora casi 20 años más joven que él y piensa: <<¡Por fín se nota que soy el mayor!>> y se levanta de su silla para salir a su encuentro.
Carlos avanza por el sendero dirección a Ernesto mientras Ramón guarda una prudente distancia y  ve como se funden en un abrazo que parece no tener fin, cuando se separan Ramón juraría que los ojos de los dos primos están húmedos pero no dice nada y se une a ellos; el encuentro ha comenzado y tienen toda una tarde y media mañana del día siguiente por delante.

Capítulo XLII

En Madrid hay cuatro personas que están esperando una llamada desde Perpiñán. Las más nerviosas son Sandra y Amanda aunque Patricia tampoco lo pueda disimular. A última hora decidieron que era mejor que fuese Ramón sólo, el partido no sabe nada y un viaje de Patricia a Francia sería un tanto sospechoso, máxime si coincide con uno de Carlos. Todos le han dado un voto de confianza a Ernesto y el primero ha sido Carlos.
Tras hablar con su primo ya no tenía duda, para bien o para mal tendrían que verse. La herencia era lo de menos, le había dicho Carlos a Amanda y Sandra, lo de más era el volver a verle antes de que fuese tarde y el compartir las vivencias y recuerdos, por cuanto fuese posible sin entrar en muchos detalles en su trayectoria clandestina. El partido tenía su lealtad pero su vida privada había recobrado su propia libertad y las decisiones personales ya no las consultaba, sabía que era un riesgo pero era lo que había.
Por la noche, Ramón consigue hablar con Madrid y Carlos aprovecha para intercambiar unas palabras con Sandra, Amanda y Patricia. La espera había merecido la pena. Notan en la voz de Carlos que está encantado con el encuentro y cuando Sandra vuelve a hablar con su marido le pide una crónica larga y sin escatimar en detalles pero las conferencias son caras y en este caso el periódico no paga. Ramón le promete escribir la crónica y dársela en Madrid el próximo lunes y la conversación se hace más privada entre Sandra y su marido. Después de colgar se pone manos a la obra, lo prometido es deuda y comienza a escribir su improvisada crónica del Encuentro con mayúscula del cual él ha sido testigo privilegiado.

Crónica para Sandra, por Ramón Cortijo.
Perpiñán 28 de septiembre 1968.
Son las 8 de la noche y desde mi habitación, a través del balcón que está abierto, puedo oir la música de uno de los salones del hotel en el que una orquesta armoniza la velada con ritmos latinos y centroeuropeos. Carlos y Ernesto, los dos protagonistas de esta crónica y motivos de mi presencia en esta ciudad francesa, han bajado al bar del hotel; tienen todavía mucho que hablar y prefiero dejarles solos. En estas horas que he pasado con ellos he aprendido mucho y aunque me he sentido un intruso me han hecho cómplices de sus secretos.
El encuentro entre ellos ha superado a los de las películas ¡33 años sin verse!, se dice pronto pero es toda una vida. Carlos acababa de cumplir los 17 y Ernesto, unos días antes los 19, ( ambos primos cumplían años en noviembre) y el verano del 35 fue el último verano que pasaron juntos.
La madre de Carlos se ahogaba en España y cruzó la frontera con su hijo aunque Carlos regresaría en el 36 para unirse al ejército republicano. Ambos habían perdido a un ser querido, Carlos a su padre en el 33 y Ernesto a su madre en el invierno del 34. Esta orfandad que podía con ellos fue determinantes para el camino que ambos terminarían tomando. Ernesto pudo convencer a su padre para ingresar en un convento; su inclinación religiosa era cada día más fuerte y al finalizar la guerra partió con unos hermanos belgas hacia tierras africanas.
La guerra española y la segunda guerra europea les marcó a los dos y a Ernesto, en particular, el estado de  las colonias europeas.
Ernesto vivió la angustia de ver como los hermanos, los primos y hasta hijos y padres se mataban entre sí en España por estar en bandos distintos; vivió las represalias de los falangistas cuando intentaban ayudar a los rojos y las represalias de los anarquistas cuando salían a ayudar a los necesitados por el sólo hecho de llevar un hábito. Al acabar la guerra las bases de la nueva España: falange, ejército e Iglesia no le convencieron, no había visto en ninguno de los tres ninguna buena intención, el pueblo ya estaba muy quebrado y la guerra en Europa había comenzado. Su fe en Dios, en el Señor, seguía intacta pero sentía que había perdido el camino y entonces llegaron los frailes belgas y se fue con ellos; emprendió el viaje que marcaría su vida y lo hizo con la ilusa ilusión de que su sacrificio personal iba a servir para ayudar a otros que aún lo tenían peor que los europeos. Algo pudo hacer pero los fracasos fueron también grandes. Carlos por su parte se enroló enseguida al ejército republicano y cuando tuvieron que retirarse entró a formar parte del partido comunista en Francia.
Europa había vivido casi con indiferencia la contienda española y los miedos de los republicanos se hacían realidad: el fascismo ganaba terreno y Hitler ya no escondía su cara, los judios estaban en su punto de mira al igual que otras razas más inferiores, según su retorcida forma de pensar. Cuando los nazis invadieron Francia, Carlos ya estaba con la resistencia y fueron muchas las misiones y operaciones en las que participó. En ellas perdió grandes camaradas y hasta un casi amor pues su pronta muerte le sorpendió al principio de su enamoramiento. Al acabar la contienda europea el objetivo volvió a ser España y su regimen.
Participó en una operación que pudo cambiar el destino de España pero el topo, al que detectaron demasiado tarde, impidió el éxito de la acción y volvió a perder a grandes camaradas, grandes amigos y esta vez, su salida precipitada de España le obligó a dejar a su gran amor en los brazos de otra persona que nunca fue su amigo pero a quien confió lo más bello que tenía: Amanda.
Ernesto llegó juntos con los hermanos belgas a la pequeña aldea de Kivumu de la hoy conocida República de Ruanda y allí vivió las guerras de los tutsis y los hutus en sus diferentes fases. Entre guerras y cambios ellos levantaron una iglesia, una escuela y un pequeño dispensario médico.Se arriesgaron por ayudar a los hutus y él en particular, conoció en el pequeño dispensario a una prometedora enfermera de Kingali y por ella estuvo a punto de colgar su hábito.
Una corta historia sobre Ruanda es necesaria para entender el infierno particular de estos pueblos. Los primeros habitantes de Ruanda eran cazadores conocidos como twa y vieron llegar al pueblo hutus con el que convivieron pacíficamente.La llegada de los tutsis, 4 siglos más tarde del arribo de los hutus, rompió este equilibrio y acabaron por dominar a hutus y twas.El reinado de los tutsis se alargó durante muchos siglos.
Los alemanes conquistaron el país a finales del siglo XIX y tras la primera guerra mundial, la Sociedad de Naciones entregó el territorio ruandés a los belgas que favorecieron aún más a los tutsis.
Cuando la escuela estaba terminada, Ernesto y sus hermanos vieron como sólo los tutsis tenían derecho a acudir a ella y su empeño por que los hutus también pudieran tener acceso aunque fuese a horas diferentes fracasaban constantemente por miedo a las represalias con la quema de la escuela, iglesia, dipensario y de las pequeñas huertas que habían podido levantar en un suelo casi yerto.
Todo cambió con la rebelión de los hutus en 1961 y en la que, por primera vez el pueblo belga les apoyó y los misioneros lucharon con ellos. Abolida la monarquía de los tutsi se declaró la república de Ruanda y su  independencia sería reconocida en 1962. Entre 1959 y 1964 más de la mitad de los tutsis dejaron Ruanda, algunos voluntariamente y a otros les expulsaron; se refugiaron en lo que hoy es Burundi y Uganda.
 No todo fue negativo, no todo fue horror, a escondidas y con mucho esfuerzo consiguieron ayudar a una sociedad oprimida por una etnía y Ernesto hasta conoció el amor en la persona de Devota, la joven promesa de enfermera, la primera mujer hutu que había podido acudir a una escuela porque había sido adoptada por una familia tutsi al morir su propia familia a manos de los propios tutsis.
Devota, a sus 20 años aún no había sido dada en matrimonio por su nueva familia; de carácter alegre pero poco agraciada, según sus cánones y sin dote, no despertaba el interés de los hombres tutsis, su frágil apariencia les asustaba y sospechaban que podía ser estéril. La jóven tenía la tez mucho más oscura de lo normal, era alta y muy delgada y su cuerpo no tenía curvas pero su entusiasmo y sabiduría innata conquistaron a Ernesto. No llegó a declararse ni a proponerle nada; los primeros síntomas de su enfermedad se acababan de presentar y no quería cargar a la joven con un inválido que además debería dejar su celibato y regresar al pueblo aragonés. Ernesto sabía por experiencia que sus vecinos no estaban preparado para algo así y Devota sería una víctima y el color de su piel, más negro que una noche sin luna, sería aún un mayor motivo para rechazarla. La ignorancia de la gente ahoga y ciega la bondad que hay en ellas.
No obstante quiso ayudar a la chica y la mandó a Bruselas a estudiar medicina. Hoy es médico, está casada con un colega y es madre de dos hijos. El contacto con Ernesto nunca se perdió y las cartas que antes iban y venían de Bruselas a Kivumu van ahora de Bruselas a Zaragoza y viceversa.
Los primos encadenaron sus recuerdos e intercambiaron sus vivencias; al llegar al tema de la herencia Carlos decidió contarle a Ernesto que el periodista, es decir, un servidor, era el marido de la hija que había tenido con Amanda y que hasta hace bien poco no sabía que había sido padre.
Le enseñó las fotos que se habían hecho en París y Ernesto se asombró del gran parecido físico entre Sandra y la abuela Isabel. Carlos confesó que por ese parecido que guardaba con la foto de la abuela, que colgaba sobre el aparador,( ambos primos no se cansaban de mirarla pues la abuela estaba joven y guapa, según decían), no dudó de que la hija de Amanda era también su hija. La abuela Isabel sería unos años más mayor que Sandra en la foto del aparador pero no había duda de que su hija había heredado los genes de la abuela.
Ernesto lamenta que Sandra no esté presente hoy y muestra verdaderos deseos por conocerla. Creo que eso se puede arreglar pero yo personalmente estaba y estoy  muy intrigado con ese parecido y les pedí que me contaran cosas de la abuela.
Los dos la recordaban como una mujer muy decidida, sin miedo a casi nada, trabajadora, alegre, lista y divertida. Muy a menudo era cómplice de las travesuras de sus nietos y siempre decía que soportaba la dureza del invierno porque sabía que el verano le devolvería a sus dos soles.
La orquesta ha dejado de tocar y ahora sólo se oye el piano, creo que ha llegado la hora de poner punto final a esta crónica y reunirme con Carlos y Ernesto para hablar de nuestro viaje de retorno y la remota posibilidad de que todos nos podamos reunir en un punto de España o de Francia y en breve.
Mi experiencia personal ha sido buena y creo que estoy ante dos hombres excepcionales de los que no voy a dejar de aprender de su entrega y capacidad de sacrificio.
Cuando Ramón se reune con los dos primos en el bar del hotel les encuentra hablando de Amanda y Devota.
-Lo que no entiendo es por qué no te la llevaste contigo a Francia – le estaba diciendo Ernesto.
-Es muy difícil de entender, Sandra tampoco me lo perdona del todo y Amanda lo pasó muy mal con esta decisión. No me mal interpretes pero hay cosas que no te puedo contar. Al igual que tú con Devota yo también tuve que tomar una decisión drástica mirando justamente por el bien de Amanda. Agustín, a quien nunca dejaré de estar agradecido, es un padre maravilloso y Sandra le quiere con locura. Ha amado mucho a Amanda aunque ella no le correspondiese y aunque estén separados actualmente se siguen teniendo mucho cariño.
-Intento comprenderlo Carlos pero mi historia con Devota no se puede comparar a la tuya con Amanda. Lo mío fue muy rápido, fue verla y sentir algo muy especial por ella y aquí se termina el paralelismo. Devota nunca me dio a entender que sintiese algo por mi, la mujer africana no espera sentir algo por un hombre, sabe que sus sentimientos no cuentan, sólo los deseos de los mayores o del jefe de su clan y ella debe obedecer. No olvides además que yo soy blanco y fraile y para ella era un representante del Señor en la tierra y en parte un colonizador más. Si le hubiese dicho algo se hubiera asustado y si en mi atrevimiento le hubiera pedido permiso a su familia adoptiva me hubiesen cortado la cabeza. La idea de escaparme con ella sería un rapto y la posibilidad de vivir con ella en España nula, los primeros síntomas de mi enfermedad me dejaron las cosas bien clara. No podía trabajar con ella sin pecar de pensamiento pero si podía ofrecerle un porvenir en Europa legalmente mediante nuestra congregación y la influencia que tenía con los tutsis. Los hermanos no preguntaron nada pero era obvio que sabían lo que me pasaba, no era el primer misionero que se enamoraba de una nativa. Siempre les agradeceré su silencio y su apoyo incondicional.
-¿Y no seguiste pecando de pensamiento cada vez que leías una carta de ella desde Bruselas?
-No puedo negarlo pero con el tiempo esa pasión irracional fue pasando y quedó un gran cariño y una profunda admiración por lo bien que aprovechó la oportunidad que le ofrecimos. Me he conformado con ser su protector y mentor, como ella me llama, y soy feliz viéndola a ella feliz. Ahora tengo más motivo para ser feliz porque te he vuelto a ver y me he encontrado con toda una familia nueva.
_ En eso te doy la razón, yo también tengo últimamente motivos para estar feliz y contento. Nuestro encuentro es ya uno de esos motivos pero supongo que los dos nos refugiamos en la creencia de haber hecho lo correcto según las circunstancias y nos conformamos con pensar que eran felices y su felicidad era suficiente.
Ramón ha escuchado en silencio el diálogo entre Carlos y Ernesto y vuelve a sentirse privilegiado, su historia de amor con su mujer fue posible desde el primer momento a pesar de la juventud de Sandra.
A las once de la noche y tras consumir Ernesto su último té y ellos apurar una cerveza se dirigieron a sus habitaciones. Mañana desayunarán juntos y después emprenderán el camino de regreso. Carlos a París y ellos a Zaragoza; los planes de un ecuentro a corto plazo con la familia al completo van tomando forma en la mente de Ramón y está seguro que en Madrid estarán encantados con la idea. El destino le ha sido siempre favorable y ahora no va a hacer una excepción y cree que quizá debería hablar con su tío Juan Ramón y pedirle que averigue ciertas cosas. Ramón está convencido de que su tío no le tirara de la lengua.


Ana y Serafín están en casa de Carmen leyendo lo que Beatriz acaba de escribir y Ana se da cuenta de que las imágenes de 1994 en la que ambos presidentes, el de Ruanda y el de Burundi sucumben al estrellarse el avión que pretendía tomar tierra en Kigali tienen mucho que ver con todo la pequeña historia que Beatriz ha contado sobre Ruanda. Los tutsis querían recobrar su poder perdido y los hutus no lo iban a consentir.
El atentado del avión dio lugar al genocideo de Ruanda, a la huída de tanto tutsis como hutus del país y piensa una vez más que el hombre blanco no debió nunca pisar África.
 Serafín opina que las colonias destruyeron mucho, que las grandes multinacionales siguen sacando el máximo provecho en detrimento de los nativos pero que la problemática de las etnias africanas está por encima de nuestro entendimiento y recuerda que cuando él estuvo en Angola le decían : “confiamos más en el hombre blanco que en nuestros propios hermanos, de los negros no hay que fiarse””, palabras muy fuertes pero que encierran un sentimiento que parece ser aplicable a todo el continente africano, desde el cuerno de África hasta el golfo de Guinea.
 Luisita ha vivido en Sierra Leona el abuso de los blancos en los campos de diamantes y aunque la guerra oficialmente ya no existe, no ha desaparecido, lo que si han desaparecidos son miles de familias dejando a varios menores sin hogar. 
Carmen recuerda que Luisita les contó en Florencia que varias niñas y niños soldados de cuyas familias no hay rastro, preferían ser colocadas en organizaciones en la que sólo trabajaban blancos. Sin embargo hoy prefiere quedarse con la imagen de dos primos cuya trayectoria en la vida recurrieron por caminos distintos pero en paralelo.





















2 comentarios:

  1. Emotivo el pasado de Ernesto! me has emocionado con la escena del perro, y muy bueno el paralelismo con Devota.

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  2. Gracias Maria. Una de las ""desventajas"" de trabajar con refugiados es conocer de primera mano historias de jóvenes africanas, aunque no todas corren la misma suerte que devota. A veces necesito sacarlas de mí y Ernesto se prestaba a ello.

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