domingo, 21 de agosto de 2011

Vuelta al presente, capítulos 13 y 14


Capítulo 13.

 24 de diciembre 2010 en Red Deer . Alberta. Canadá.

La nieve caía suavemente en las montañas de Calgary, la estación de esquí estaba llena, visitantes venidos de diferentes partes de América e incluso de Europa.
Un chico, a quien llamaban Jaime, se quitaba sus esquies y junto con su hermano se apresuraba a ir la tienda de regalos del centro comercial más cercano. Minutos más tarde los dos salían cargados de paquetes, envueltos con papel navideño yendo en busca del coche.
Justo cuando Jaime metía los regalos en el maletero vio que en la acera de enfrente había un mapa de Alberta, la provincia en la que se encontraban. Sin pensárselo dos veces cruzó la calle, buscó el nombre que le había escrito su profesor en un papel y lo localizó al sureste de Calgary cerca de la frontera con los Estados Unidos.
Al llegar a la casa, en la que ahora vivían en Red Deer, encontró a su padre jugando una partida de ajedrez con el abuelo mientras la abuela terminaba de poner la mesa. Una mesa con turrón y mazapanes traídos de Madrid cubierta con la mantelería que la abuela solía usar por Navidad.
 Almudena López saludaba a sus hijos desde la cocina mientras sacaba el besugo del horno. Se disponía a adonarlo cuidadosamente con rajitas de limón, de naranja y lechuga rizada.
 Acostumbrada a pasar estas fechas fuera de casa combinaba siempre las tradiciones de España con las del país en la que se encontrara. Esa noche había preparado un pastel de carne siguiendo la costumbre canadiense además del besugo que según su madre no podía faltar en una buena mesa.
Villancicos y canciones típicas de Navidad sonaban en el salón dónde un enorme abeto albergaba a sus pies varios paquetes, regalos para todos que abrirían al día siguiente. Cerca del árbol, sobre una de las mesitas un belén,  en las puertas el muérdago bien colocado, la chimenea ardiendo y el paisaje nevado recordaban a una estampa sacada de una tarjeta postal, una postal llena de calor familiar.
Durante la cena el abuelo se encargó de animar la comida con sus historias y tomas fotográficas y en los postres los jóvenes tomaron la palabra. Jaime aprovechó para contarles la conversación que tuvo con su profesor de derecho en Tilburg, poco antes de las vacaciones.
 Almudena escuchó con atención y cuando oyó lo de la agenda recordó su sueño. No había duda de que era la suya y mirando el número de teléfono que Jaime le había pasado le preguntó:
-El teléfono que me acabas de dar ¿ es de la persona que encontró mi agenda y está en Venezuela?
-Sí es de un tal Mario Bonilla y según Jack Bakker han ido a vender la casa de la mujer de Mario.
-¿Sabes como se llama ella?
-¡Mamá! ¿No pensarás que yo me dedico a interrogar a mis profesores sobre su vida privada o la de sus amigos, verdad?
-No claro, no digo eso pero a lo mejor igual que dijo el nombre de Mario te podía haber dicho el de la mujer.
-No estoy seguro, creo que dijo que Ana la había encontrado y supongo que la tal Ana será la mujer de Mario.
-Puede ser y bueno ahora me toca a mi contar una historia.
Dejé a Almudena contando su sueño, el sueño del aeropuerto, nuestro sueño y regresé a Madrid a celebrar nuestra Nochebuena.


Capítulo 14

Mi mente  y yo en nochebuena en Madrid.

Como estaba previsto la pasamos con las chicas y Teresita aguantó incluso hasta después de la cena, no era para menos ya que yo, había transformado, como por arte de magia, una simple silla en trineo polar y abriendo la misteriosa bolsa roja que había comprado en el aeropuerto de Miami, me convertí en la señora de Papa Noël, vestida de rojo con gorro incluído y comencé a repartir pequeños presentes y algún chuche que otro a Beatriz, a Carmen e incluso a Mario ante la atenta y divertida mirada de Teresita quien naturalmente recibió el paquete más grande.
Más tarde, cuando la niña ya estaba en la cama, los adultos jugamos unas partidas de póker y al llegar a casa me metí directamente en la cama...! hasta que teléfono me despertó!. No era mi teléfono sino el de Mario y la llamada , según la pantalla no era de nadie de su lista de contactos. Un tanto enojado por la hora, las ocho de la mañana del 25 de diciembre, Mario dijo un ”Diga” de mala ganas y comenzó a conversar con la desconocida que dijo:

-Hola, buenos días y perdone si les despierto. Soy Almudena López, les llamo desde Canadá: Feliz Navidad
-¿Almudena López? ¡Pues no son horas de llamar!, lo siento ¿cómo tiene usted mi teléfono?
- Me lo ha dado mi hijo Jaime, creía que su profesor ya había hablado con usted y perdón de nuevo pero le llamo por lo de mi agenda.
-Sí, si claro – contesta Mario - se me había olvidado y no pensaba que fuera a llamarme tan pronto. Sí, tenemos su agenda ¿Quiere que se la mandemos por correo?
-No, no, ni mucho menos. Verá en enero tengo una comida con mi editorial y he pensado que podíamos quedar, conocernos y de paso me la entregan. No me corre prisa y ustedes son personas de confianza ¿me equivoco?
-No, claro me parece muy bien, cuando usted quiera.
A pesar de la hora y de lo mal que empezaron siguieron charlando un buen rato y al colgar Mario me habló de las obras que ella firmaba con el nombre Olalla Salvatierra y que podían verse en Internet en su página web..
A las diez de la mañana ya habíamos desayunado y buscamos la página de Almudena. En ella encontramos cuadros, esculturas y fotografías. Debía ser una gran artista a juzgar por lo que veíamos pero lo que más me llamó la atención fue leer que había nacido un 30 de noviembre de 1968 en Madrid.
Por la tarde vinieron las chicas a comer y Serafín con Leonor también se pasaron. Comentamos la llamada de Almudena y le preguntamos a Beatriz si la conocía y su respuesta fue:
-No, lo siento, ni idea. No he coincidido con Olalla para nada y menos aún me podía imaginar que se llamase Almudena y todo lo que está pasando.
-Yo tampoco lo sabía –dijo Leonor
Serafín quería saber si habíamos averiguado algo más de Steven Dayton. No podíamos contar nada de lo que habíamos leído en la libreta, lo habíamos prometido y nos remitimos a las cartas de nuestros padres.
- Tanto mi padre como Héctor estaban seguros de que las dos muertes, la de Joaquín Levi y la de Juan Carreño tenían un denominador común y este se llamaba Irene. No fueron muertes sino asesinatos y la mano justiciera debió ser la misma pero alguien debió ayudar pero como no se investigaron esta muerte quizá nunca sepamos la verdad - contesté sin hacer pausa alguna.
Serafín insistió y preguntó si no habíamos hablado con los familiares de Steven.
-Sí, lo hicimos –dijo Mario- pero también prometimos no revelar nada de lo que leímos. Tan sólo puedo decirte que a Carreño no lo conoció y el asesinato de Joaquín Levi disfrazado de suicidio se produjo, en efecto, horas antes de salir su artículo en la prensa española.
-Espero que en enero podamos hablar con Sancho porque me gustaría saber que es lo que él sabe y cual fue el pasado de Irene –apuntó Serafín.
-Si tuvo la mala suerte de terminar en un campo en Polonia nos lo podemos imaginar – dijo Beatriz
-¿Pero cómo llega al campo?- preguntó Leonor
-No lo sé – dijo Mario- solo hay sospechas. Probablemente fue una de las niñas que mandaron a Rusia. La división azul estuvo en Leningrado, quizá Carreño se la encontró allí y la entregó a los alemanes. Al no ser judía pudo haber terminado en un campo de trabajos como la tía de Jack o en un burdel.
-Me temo que a ella le tocó el burdel, era muy joven para ser obrera cualificada y si fue una víctima más de Joham Lemper tuvo que ser por culpa de un embarazo o justamente para impedir un embarazo- me aventuré a decir yo.
La tarde fue cayendo, continuamos discutiendo teorías y cuando se fueron volé mentalmente a Lethbridge, Canadá, a la ciudad donde vivía la tía de Jack.


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