sábado, 16 de marzo de 2013

El escritor de las guías de viajes. capítulo 8





En la exclusiva urbanización en la que Martínez Prada tiene su casa, las calles están desiertas, las farolas iluminan con su luz anaranjada las principales calles y el guardia de seguridad regresa a su garita tras su última vuelta. Todo está tranquilo, el maullido de los gatos y la respuesta de algún perro rompen de vez en cuando la monotonía. La mayoría de sus habitantes duermen, como ha podido comprobar, excepto en casa de Martínez Prada, allí las luces del salón permanecen encendidas y no se apagarán hasta altas horas de la madrugada.
El guardia de seguridad no se sorprende demasiado. Conoce al mayordomo y al chófer, los dos ocupan las habitaciones colindantes al garaje y esa misma tarde, su compañero del turno de tarde, le había advertido de la seña que le hizo el chófer al entrar en la urbanización de regreso de Aravaca.
En efecto, al salir de casa de Fernanda y subirse al coche despotricando a la señora, presintió la tormenta y en cuanto pudo se lo comentó al mayordomo y al de seguridad.


Carlos Martínez Prada - como el chófer se temiera- pasea gruñiendo, gesticulando y hablando consigo mismo a lo largo y ancho de su recargado salón, en plena soledad, embutido en su pijama de seda, con una copa en la mano y la botella en la otra ..!Maldita sea! ¡Inútiles! ¡Rodeado de idiotas! ¡Traidores!...
Si la conversación con Fernanda le amargó el resto del día, la llamada de sus hombres, poco antes de las nueve, es la gota que hace rebosar el vaso de su poca paciencia. ¡ Inútiles! ¡son todos unos inútiles!..
Martín les dio esquinazo en La Coruña y ahora Fernanda les ha hecho lo mismo ¿desde cuándo sus mejores hombres se han vuelto unos inútiles?



-      ¡ Es inaceptable e imperdonable! Volved de nuevo a la casa y montad guardia, avisadme en cuanto veías que regresa y con quien lo hace. Es vuestra última oportunidad.


Les gritó a sus dos hombres de confianza através del teléfono y ahora, pasada las tres de la madrugada, sin que hayan vuelto a llamar y sin que los calmantes le hagan efecto los improperios siguen saliendo de su boca. ¡Maldita Fernanda! ¡Ojalá se hubiese consumido en el coche junto a Manuel!, ¡Ojalá el conductor del otro coche no le hubiera forzado a jugar a ser el héroe obligándole a improvisar! ¡Salvó a Fernanda! ¡Maldita sea una y mil veces más!!Maldita la hora en que vio a Martín! ¡Malditos todos! Repite como en letanía sin parar y lanza la copa de ginebra al suelo, la botella después, regresa al mueble bar, se sirve otra copa que estampa igualmente, tira la botella.. el patrón se repite tres veces más y ahora es él quien da con sus huesos en el suelo.

El ataque le dura como una media hora, sobre la alfombra de nudos,  exhausto, sudoroso y con la mirada perdida, entre los cascos rotos y el alcohol derramado, permanece inmóvil hasta las seis de la mañana, cuando su mayordomo entra, apaga la luz y sin acercase a él cierra la puerta, se sienta sin hacer ruido en la sala contigua y espera a que el señor se levante por sí solo y suba a su habitación como suele hacer siempre...


A casi 500 kilómetros de Las Rozas y sin hacer ruido Héctor y Bonilla abandonan el hotel en silencio para subir a la aldea en busca de Martin. Nada saben de la aldea, no se han atrevido a preguntar en el hotel y lo poco que conocen es lo que  Gustavo les contara.

-      ¿Has dormido bien? – pregunta Bonilla poniendo el coche en marcha.
-      Me temo que como tú, nada. Me he pasado toda la noche pensando cómo vamos a encontrar la casa si Martín no ha dejado el coche a la vista.
-      ¿Crees que lo habrá escondido?
-      ¡Hombre! Me parece lógico que haya tomado precauciones. Si está aquí es porque sabe que alguien le busca y además Fernanda le ha contado que nos han contratado. El no sabe de que lado estamos.
-      Quizá tengamos la suerte de los buenos y el elemento sorpresa esté de nuestro lado. Yo he pensado dejar el coche antes de llegar a la aldea y seguir a pie. Podemos observar las chimeneas de las que salgan humo y llamar puerta por puerta con la excusa de que el coche se nos ha estropeado y que estamos perdidos. ¿Tienes tú otra idea?
-      No, no se me ocurre nada mejor.

Al viejo matrimonio de la aldea sí se les ocurre de madrugada, alertados por el mensaje que reciben en la radio, despertar a Martín, golpeando  con una pala la vieja puerta de madera con entramado de hierro, al tiempo que gritan su nombre.


-      ¡Martín! Martín! Despierte. Vienen a por usted.

En el interior de la casa Martín, temeroso de estar en medio de una pesadilla comienza a sudar y se tapa la cabeza con la manta pero el ruido de los golpes le confirma que no es un sueño y apartando la ropa salta de la cama y corre a la puerta.

-      ¡Vamos! No pierda el tiempo, recoja sus cosas y venga a nuestra casa, allí estará seguro. Nosotros tomaremos la palabra, le esconderemos hasta que venga mi hijo..! ya está de camino!.

Aturdido y sorprendido por la energía del matrimonio Martín coge su maleta y corre tras ellos hacia la casa. Una vez en ella y ante una taza de café, recién hecho, abre la boca.


-      ¿Quién viene? ¿Por qué me tengo que esconder?
-      Mi hijo nos ha mandado un aviso por radio. Anoche llegaron dos hombres a su hotel . Son de Madrid y no tienen aspecto de excursionistas pero preguntaron si podían desayunar a las seis porque querían hacer senderismo por las aldeas.
-      Mi hijo – continua la mujer – les oyó hablar de una tal Fernanda y el más joven tenía en la mano un libro escrito por Andrés Laguna. Andrés es el nombre de tu abuelo y Laguna es mi segundo apellido y era el primero de tu abuela.
-      Entiendo y ¿ su hijo viene de camino?
-      Sí, ha salido al mismo tiempo que los dos forasteros, les viene pisando los talones.
-      Si esos dos hombres son los detectives que decía Fernanda se darán cuenta enseguida de que su hijo les sigue.
-      Mi hijo conoce caminos que ellos no conocen.
-      ¿Por qué se toman tanta molestias por mi?
-      Somos familia y no hay más que hablar.

Media hora más tarde Bonilla aparca el coche a un kilómetro de la aldea en un recodo del camino y saca del maletero unas botas de senderimo para Héctor y para él. Apoyándose en unos palos gordos a modo de bastón prosiguen el camino a la aldea.

-      Juraría que alguien nos sigue – comenta Héctor mirando a su alrededor.
-      Te creo – dice Bonilla- es la misma sensación que tengo yo desde que tomamos esta carretera.
-      Sin embargo no nos ha seguido ningún coche.
-      Que nosotros hayamos visto no, pero eso no quiere decir nada, Héctor.
-      Es cierto, nuestro radio de acción es la ciudad y aqui estamos perdidos..!Mira! ¿Has visto ese movimiento?
-      Sí, es una persona y ha corrido en dirección a esa casa, a la primera que se ve desde aqui.

Héctor y Bonilla comienzan a hacerse señas mientras se aproximan a la casa mencionada e inspeccionan el lugar. La aldea parece abandonada, sólo de una casa sale humo y en contra de lo que se pensaban el coche  de Martín está bien a la vista. El capó semiabierta les confirma que su dueño debe encontrarse muy cerca.

-      ¿Necesitan algo? – oyen los dos decir detrás de ellos.
-      ¡Qué sorpresa! ¿No es usted el propietario del hotel?- exclama Héctor volviéndose despacio llevando la mano derecha a su pistola.
-      En efecto ¿Pueden explicar su presencia aqui?
-      Podemos – contesta Bonilla quien tampoco separa su mano de la cartuchera- ¿y usted puede explicar por qué nos ha seguido?
-      Aqui viven mis padres y no estamos en verano. Las visitas a estas horas y con este tiempo son sospechosas. ¿Qué hacen aqui?
-      Esta bien – dice Héctor – buscamos al dueño de ese coche. Su compañera está muy preocupada, lleva unos días sin tener noticias suyas ¿satisfecho?
-      No, todavía no me han dicho quienes son ustedes.
-      Creo que lo sabe muy bien, usted ha visto nuestro DNI y...

Héctor no termina su frase, la presencia del matrimonio de ancianos, como salidos de la nada y de Martín detrás de ellos le hace guardar silencio.


-      ¡Yo soy el dueño del coche! Mi nombre es Martín Narváez ¿ Qué le han hecho a Fernanda, dónde está?
-      Nadie le ha hecho nada, de hecho está en mi casa esperando que usted la llame ¿No podríamos hablar de todo ésto en el hotel?
-      ¿Son ustedes los detectives que contrató Martínez Prada?
-      Somos los detectives contratados por el sr. Prada y por la propia Fernanda – puntualiza Bonilla – aunque ahora nuestro único cliente sea la sra de Villanueva. De nosotros no tiene que temer nada. Regresemos al hotel, por favor ¡Aquí hace un frío de carajo! ..además no hemos desayunado.
-      De acuerdo, les creo- contesta Martín

Sorprendidos ante la poca resistencia de Martín, Bonilla y Héctor regresan al hotel y a los pocos minutos, como les prometiera llega Martín con el viejo matrimonio, que desconfía de los forasteros y no quieren dejar a su familiar solo. En la cocina el propietario ordenar el desayuno y se encarga de llevarlo a la mesa en donde están sentado los detectives. Entre sorbo de café, tostada con mantequilla, magdalenas recién hechas, queso y pan candeal la confianza va ganando espacio. Al término del desayuno el viejo matrimonio se despide de Martín y regresa a la aldea. Cuando los familiares se van Martín les cuenta los motivos por los cuales dejó Argentina y la razón de no haber bajado a llamar a Fernanda.


-       Dentro de una hora llamaré a mi casa – dice Héctor – primero hablaré con mi familia y después tiene la línea libre para hablar contárselo todo a Fernanda.
-      Gracias Héctor y por cierto ¿ han dado ya con esa persona que se parece a mi?
-      Sí, sí. La Interpol ya le tiene localizado y en cuanto el barco llegue a su destino será entregado a las autoridades portuguesas. Fernanda estaba segurísima – sigue hablando Bonilla- de que Gonzalo Prieto y usted no eran la misma persona pero temía que alguien le confudiera y por eso se dejó convencer por Martínez Prada.
-      Y sigue confiando en usted a todos los niveles – dice Héctor.
-      Y yo en ella y...no tengo perdón, la he hecho sufrir innecesariamente.
-      ¿ Por qué se torturas tanto con lo de cobarde? – le pregunta Bonilla
-      Porque siempre he tenido miedo a los golpes. Mi madre falleció cuando yo era muy pequeño y me crió mi abuela. Mi padre estaba siempre en la fábrica o en reuniones del partido y nunca eludía una buena contienda. Más de una vez le trajeron a casa lleno de golpes por el mero hecho de haber salido en favor de alguien y yo, en lugar de sentirme orgulloso sentía miedo, miedo de que al día siguiente los hijos de los que le pegaron vinieran a por mi en lugar de hablar las cosas como mi abuela decía...crecí pues, huyendo de los conflictos violentos y hasta quise ingresar en un seminario. Mi padre me quitó la idea, creo que fue el único verano que pasó con mi abuela y conmigo. El era un hombre de acción y yo era un hombre que prefería la palabra a los puños. Me dijo que los dos eran necesarios y que a mi manera podía ayudar tanto a la causa como cualquier sindicalista.
-      ¿Y fue así? – se aventura Bonilla a preguntar aprovechando la pausa de Martín.
-      Sí, me matriculé en la facultad y en mis horas libres enseñé a leer y a escribir a los hijos de las familias más humildes que me destinaban y ayudé en la redacción de los textos de los boletines pero sin hacerme del partido. Mi padre respetó mi pacifismo y me aficioné a la naturaleza. Solía perderme los fines de semana por los alrededores de Córdoba, por su parques naturales y así surgió la idea de escribir una guía de viaje y..
-      Perdona que interrumpa Martín – dice Héctor – entiendo lo que dices pero eso no es ser cobarde y además ¿por qué no lo iba a entender Fernanda?
-      ¿Después del acto de valor y coraje que demostró Martín en su accidente?
-      ¡Alto ahí! – dice Bonilla ¿ quién alaba esa acción..Fernanda?
-      No, no, el mismo Martínez Prada, no deja de repetirme últimamente que Fernanda necesita un hombre que sepa sacarla del fuego si es necesario, figuradamente claro, siempre añade.

Héctor hace ademán de hacer una pausa y propone salir lo antes posible para Madrid. En el camino pueden seguir hablando. Martín se levanta y acompaña a Héctor al despacho de su primo para llamar por teléfono mientras Bonilla sube a recoger el equipaje y paga en recepción la cuenta.


La conversación con Fernanda le sienta bien a Martín y de camino a Madrid les cuenta como conoció a Martínez Prada y cuando comenzó a recibir, de forma muy  informal, el consejo de alejarse de Fernanda.


-      Asi que se lo presentaron en una reunión cultural en la embajada en Madrid – comenta Bonilla.
-      En efecto, acababa de llegar a Madrid y me hospedaba en casa de uno de mis pocos amigos de la Universidad de Córdoba. Miguel y yo compartíamos nuestro amor a la naturaleza y las ganas de recorrer mundo. Cuando el se licenció se lío la manta y vagó por varios países hasta recalar en Madrid. Aqui conoció a la bella hija del agregado cultural e indirectamente entré a formar parte de un pequeño círculo que curiosamente conocía mi guía de los parques naturales en Córdoba. En una de esas reuniones me presentaron a Martínez Prada como escritor a mí y a él como editor. Comenzamos a hablar y a los pocos días me invitó ir a la editorial. Tenía una propuesta de trabajo que hacerme.
-      ¿No se interesó por los motivos de su llegada a España? – preguntó Héctor.
-      No, no me preguntó nada. Miguel si lo sabía y supuse que algo le habría contado pero tampoco se me ocurrió preguntarle. Miguel acababa  de mudarse a Barcelona para trabajar en la embajada. Aunque dejó un mes pagado del alquiler del piso, el día en que me llamó Martínez Prado, estaba ya buscando otro piso y trabajo asi que corrí a la editorial.
-      Y la propuesta ¿ en qué consistía? – vuelve a preguntar Héctor.
-      Sabía por Miguel que yo era licenciado en economía además de escritor y le venía como agua de mayo, me dijo. Necesitaba a alguien para revisar los asuntos económicos de los proyectos con otros socios, tendría que visitar a los clientes por toda España, de ese modo podría hacer turismo y si me animaba tenía la publicación asegurada de una futura guía de viaje. Me pareció bien y asi empecé con él. Una semana más tarde me invitó a una fiesta muy pintoresca en su casa y allí vi a Fernanda. En seguida me puso al tanto de su trágico accidente, de la muerte de su marido y de que desgraciadamente no llegó a tiempo para salvarlo, sólo pudo sacar a Fernanda del coche. Me aconsejó que no la mirase, que era su primera salida después de tres años de duelo y aún no estaba apta para mantener conversaciones sociales.
-      Pero el consejo fue inútil ¿no? – preguntó Bonilla
-      Sí, quizá si no me hubiese dicho nada hubiera rehuido su mirada que me buscaba sin cesar. El resto ya lo conocéis. Nos volvimos a ver, me dio su teléfono y empezamos a quedar sin escondernos de Martínez. Fernanda volvió a la editorial, me fui a vivir con ella y Prada parecía alegrarse por nosotros. Hasta días después de mi cumpleaños.
-      ¿Qué pasó?
-      Fernanda le comentó que estábamos planteándonos el casarnos dentro de unos meses y aunque reaccionó bien, al menos en ese momento, dos días más tarde, antes de salir de viaje para Galicia me dijo que no creía que yo fuese hombre para Fernanda, que ella necesitaba héroes y en lugar de gallinas, figuradamente, claro.
Al oír eso me quedé mudo, pensé que quizá reaccionaba como un padre celoso pero Martínez no era su padre y tampoco estaba interesado sentimentalmente en Fernanda. Como fuere no le di importancia y me  marché sin contestarle. A los pocos días de llegar a Galicia noté que me seguían y los fantasmas del pasado se apoderaron de mi.

A las cuatro hora de camino, y tras haber hecho pequeñas paradas, buscaron un restaurante para comer y llamar de nuevo a Asunción y Fernanda. Bonilla le contó a Martín la sospecha de ellos, compartida por lo que sabían con Fernanda, de que el accidente de Manuel fue apañado por Martínez pero no podían probarlo.


En Madrid, Fernanda sigue en casa de Asunción esperando a que Vallejo venga para llevarlas a la casa que Bonilla tiene en la sierra. Allí se van a reunir con Martín y Olavide también acudirá como les ha pedido Héctor.

María por su parte, lleva a Daniel a casa de Javier y desde allí se va a casa de Suzanne. Su padre le ha dado permiso para pasar el domingo en casa de la familia White e ir a esperar a Tim al aeropuerto el lunes de madrugada.



















1 comentario:

  1. ¡Muy buena historia...! la verdad es que se ha ido complicando un poco, pero todo se termina arreglando tras unos momentos de intriga... ¡enhorabuena, y se ve que estás mejor y completamente recuperada...! ;) :)

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