domingo, 17 de octubre de 2010

Madrid, mayo del 68. . capítulos I y II






Capítulo I

Sentado en una cafeteria de la calle San Bernardo, alrededor de las 7 de la tarde, hay un hombre de unos 50 años que observa atentamente las mesas vecinas, en especial la que hay a su derecha, sin dejar por eso de mirar a la calle. A esa hora la cafetería está llena de gente joven, nada raro si tenemos en cuenta que unos metros más arriba hay un instituto con el nombre de un gran escritor y dramaturgo del siglo de oro, y un poco más abajo diversas academias y más cerca aún el paraninfo de la universidad.
En su mano derecha, una copa de coñac y un cigarrillo en la otra; sobre la mesa, el periódico de la tarde, recién comprado en el quiosco de la esquina,  en la portada estudiantes franceses manifestándose en una hermosa tarde de mayo.
“Esta primavera se presenta caliente y el verano puede que aún lo sea más. Quizá algún día se recuerde este año de 1968 como el año del cambio”, piensa nuestro hombre mientras echa una calada, bebe un sorbito y vuelve a mirar furtivamente su reloj.
Los minutos pasan y la persona con la que ha quedado sigue sin entrar por la puerta y vuelve a centrar su atención disimuladamente en la mesa vecina, donde un grupo de estudiantes discuten e intercambian opiniones como si estuviesen solos, como si la cafetería estuviese vacía y sólo ellos pudiesen oírse. París y los estudiantes, ese es el tema en ese momento y uno de ellos cree tener información privilegiada: tiene un primo que vive en el barrio Latino y, aunque no es estudiante, trabaja en una cafeteria cerca de la Sorbona.
Otro chico dice que él tiene un tío en Francia y que es del PC al tiempo que otro amigo le recomienda que baje la voz e inmediatamente se pone nervioso y mira para otro lado.
El hombre de 50 años pide otra copa y quiere encender otro cigarrillo pero el mechero rehusa y con gesto como de fastidio, pero educadamente, le pide al joven que tiene un primo en París si le puede dar fuego.

.- Perdona, ¿podrías darme fuego?, creo que se me ha acabado la mecha.
.- Sí, claro.  – contesta el chico alcanzándole el mechero de gas.

La excusa del mechero siempre funciona y el hombre  comienza despreocupadamente a entablar conversación con los jóvenes estudiantes y en especial con el chico que dijo tener un pariente en el PC.....


Así empieza Beatriz su novela, una novela basada en Fernando y en su lucha. Nunca conoció a Fernando, pero su sombra está presente y  Carmen acaba de leer las primeras líneas. Le gusta el principio y no tiene duda de que su compañera y esposa utilizará los datos obtenidos, cuando juntas paseaban en busca del pasado de su familia, de la mejor manera posible.
Beatriz no nos trae a Fernando, Fernando era irrepetible según ha oído, pero nos presenta a Carlos, quien, como él, es un luchador nato, un defensor de la libertad y la igualdad entre los pueblos y fiel a las causas de su partido. Carlos, al igual que Fernando, ha existido y siempre existirá mientras reine la injusticia. Carmen sabe por boca de Beatriz que la novela no va a ser un paseo por la guerra civil sino más bien un homenaje a los jóvenes de los 60 y a sus predecesores.
Carmen sigue leyendo y descubre que Carlos, superviviente de una emboscada, estuvo a punto de perder la vida en manos de los guardias. Le dieron por muerto pero el destino puso a una anciana en su camino que le ayudó a levantarse y a recuperarse.
Carlos vuelve a Madrid tras pasar algunos años en París y Bucarest, siempre al servicio del partido. El tiempo cambió su fisionomía pero no sus ideas y su nueva misión es crear nuevas células.
Patricia es su compañera de partido y vive desde hace más de 10 años en Madrid. Ha quedado con él en la cafetería, pero un pequeño contratiempo retrasa su llegada  y nos permite retomar la conversación con Carlos y los estudiantes.

.- Disculpad si me entrometo en vuestras cosas pero ¿no tenéis miedo de hablar de estos temas en una cafetería? Afortunadamente soy periodista y no policía ¿no deberíais tener más cuidado?

.- No hemos dicho nada malo, sólo lo que la prensa comenta y lo que ha dicho Miguel de su tío no es verdad.

.- Lo siento, -dijo Miguel- lo he dicho por decir. No tengo ningún tío en Francia y ¿cómo sabemos nosotros que eres periodista?

.- No lo podéis saber como yo no puedo saber si dices ahora la verdad o no pero me puedo presentar. Me llamo Carlos Soler, he pasado algún tiempo fuera de España y desde hace dos meses vivo aquí de nuevo. Escribo para un periódico chileno y me gustaría escribir algo sobre los jóvenes de ahora, sobre sus inquietudes, estudios etc. Me gustaría conoceros un poco más y quedar un día para hablar sobre los temas que os interesan. ¿qué os parece?

Los jóvenes se miran entre sí y, después de un silencio, el que parecía ser el mayor de todos dice:

..- Yo me llamo Pedro y quizá sea interesante quedar con usted en la cafetería de la universidad. Yo estudio derecho, como algunos de los que estamos ahora aquí pero ¿cómo podemos contactar con usted si nos decidimos?

.- Os puedo dejar el número de la pensión en la que estoy. Llamadme cuando os parezca bien y ahora perdonad, pero la persona a la que estaba esperando acaba de entrar. Aquí os dejo el número,-dijo acercándoles un papel con un nombre y un teléfono.

Patricia Galindo entra en la cafetería apresuradamente, se nota que viene corriendo y al llegar a la mesa en la que está Carlos mira con extrañeza a los jóvenes con los que estaba hablando su amigo.
Patricia y Carlos se besan en la mejilla y quizá porque ella se había retrasado Carlos paga su consumición y abandonan juntos la cafetería.

Al salir a la calle, Patricia se disculpa por su tardanza, sus tareas como profesora en el instituto la habían hecho retrasarse. Carlos le cuenta la conversación con los chicos y a Patricia en un principio la idea no le gusta nada de nada.

.- ¿Cómo se te ocurre Carlos? ¿Desde cuando decides tú cuando hay que reclutar gente para el partido?

.- Mujer, no te pongas así. Lo del artículo es verdad, tengo que entregar uno y quizá descubra cosas interesantes y sobre todo gente realmente comprometida. Sabes que necesitamos reforzarnos y aunque no tengamos órdenes de inmediato nada nos impide orientarnos sin descubrirnos.

.- Quizá tengas razón, al fin y al cabo son universitarios y estudiantes de derecho pero por eso mismo hay que tener cuidado. En la facultad de derecho es donde el régimen tiene más gente infiltrada.

Patricia y Carlos siguen su conversación subiendo por San Bernardo hasta llegar a Bilbao y entran en una vivienda de la calle Luchana, en pleno barrio de Chamberí, y toman el ascensor hasta el segundo piso. Al llamar al segundo derecha les abre la pesada puerta un camarada de aspecto bohemio y con gruesas gafas de montura de concha.

..- ¡Qué tarde llegáis!- les dijo a modo de saludo- Llevámos más de media hora esperando vuestra llegada. Ya pensábamos que os había pasado algo.

.- Tranquilo, no pasa nada- dijo Carlos-, Patricia se ha entretenido más de la cuenta.

Entran en el comedor de la casa donde se encuentran dos compañeros más y empiezan a comentar las noticias llegadas de París. Les acababan de comunicar que más de un millón de franceses se habían manifestado en París. Obreros, estudiantes, profesores y artistas, todos juntos, codo con codo y que la policía se vio desbordada y optó por abandonar las calles.
Tienen previsto que varias delegaciones estundiantiles se reunan en las próximas horas ante las fábricas más importantes y que los obreros ocupen las fábricas.
Las órdenes para ellos llegarán pronto, de momento tendrán que seguir vigilantes y acudir a actos culturales solidarios con las movilizaciones obreras y a los conciertos de los cantautores.

Al filo de las 10 de la noche Patricia abandona el edificio acompañada de un camarada y Carlos permanece en la vivienda durantes algunas horas más. Sus planes para el día siguiente pueden realizarse, el partido no se opone, al fin y al cabo están en deuda con su vieja amiga y su marido.
Mañana se verán de nuevo, después de tanto tiempo y Carlos no puede evitar estar un poco nervioso. Sus sentimientos no han cambiado pero quizá los de ella si lo hayan hecho y además su vida con su marido ya está consolidada, los años quizá no borren los recuerdos pero crean nuevos lazos.


Al llegar a este punto, Carmen levanta la vista y sonríe. Beatriz no lo ha podido evitar y Chamberí sigue estando presente, ciertas cosas son inevitables, piensa, y sin hacerse más de rogar le da su opinión sincera de este primer capítulo, como ella le ha pedido.

Capítulo II


El día amanece con cielo despejado y un sol primaveral invita a caminar. Amanda y Agustín así lo hacen y juntos, como todos los días, acuden a la universidad. Para Agustín este será su último año como profesor. Tras 30 años de docencia desea retirarse y retomar su novela a medio escribir. Amanda, por su parte, a sus 42 años lleva apenas 10 años como profesora auxiliar en la misma facultad que su esposo y su deseo sería llegar a ocupar la plaza que él va a dejar vacante. Sabe que no va a ser nada fácil, que una mujer catedrática es todavía una quimera pero no pierde las esperanzas y Agustín está dispuesto ayudarla como siempre y como hoy.
Hoy debería ser un día como ayer, piensa Amanda, pero sabe que no es así. Hoy tienen un encuentro con alguien del pasado, alguien a quien creían muerto pero que ha vuelto y está deseando acudir al mismo tiempo que teme el momento. Agustín sabe que el encuentro es inevitable pero está tranquilo.
Carlos se ha levantado hoy algo más tarde que de costumbre y debe apresurarse. A las tres  ha quedado en el bar de la facultad con Amanda y Agustín  pero antes debe pasar a recoger a Patricia al instituto. El partido no se opone al reencuentro de Carlos con el matrimonio Sepúlveda pero Patricia debe acompañarle. A Carlos le hubiera gustado que el encuentro sólo hubiese sido entre él y Amanda pero sabe que no puede ser, como todo lo que él empezó con Amanda: un sueño maravilloso pero imposible de realizar.
Pasadas las tres de la tarde, Patricia y Carlos entran en la cafetería de la facultad y se reunen con Amanda y Agustín. El saludo entre ellos es cordial y hacen lo imposible para reprimir las emociones.

.- ¡Parece mentira estar de nuevo contigo, Carlos!-dice Amanda- Desde que Patricia nos comunicó que te habías salvado y que muy pronto ibas a volver no he dejado de pensar en este día.

.- Yo también Amanda. Estaba deseando volver a veros. Siento mucho no haberme podido comunicar con vosotros y espero que lo comprendáis.

.- No te preocupes,- dijo Agustín- era lógico que fuese así, lo importante es que estás vivo, estás cambiado pero sigues siendo tú y que ahora estás de nuevo aquí.

.- Tienes razón Agustin, Carlos está cambiado pero en sus ojos sigo viendo la misma expresión de siempre. ¡Ojalá esta vez nuestra ayuda sea más eficaz!

.- Vuestra ayuda fue esencial, Amanda-dijo Patricia- por eso el partido ha permitido este reencuentro y quizá podáis ayudarnos a su debido tiempo.
Amanda y Agustín ponen a Carlos al corriente de sus vidas y en eso están cuando un joven se acerca a la mesa.
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- Perdón por el atrevimiento profesor Sepúlveda, no sabía que conociera a este periodista.

.- Hola Pedro, yo tampoco sabía que tu lo conocieras.

.- Me alegro de volver a verte, Pedro-dijo Carlos-, permíteme presentarte a mi compañera Patricia. Trabajamos juntos en la misma revista además de ser profesora de literatura en el Lope de Vega.

.- Encantada, -contestó la aludida mientras le daba la mano-, creo que os conocisteis en la cafetería de San Bernardo, ¿me equivoco?

.- En absoluto. Mientras te estaba esperando entablé una pequeña conversación con Pedro y sus amigos.

Agustín invita a Pedro a sentarse pero éste rehusa alegando que tiene que volver a clase. Antes de despedirse les informa del recital que va a dar un cantautor valenciano al día siguiente. Si tenía interés en saber cómo pasaban los jovenes estudiantes su tiempo, estaba invitado a ir. Carlos promete pasarse con Patricia y cuando Pedro se retira continuan con sus recuerdos. Horas más tardes se despiden y, camino de Moncloa, Carlos le cuenta a Patricia su historia con Amanda:

Cuando conocí a Amanda- le dice a Patricia- era una chiquilla que acababa de perder a su padre al poco tiempo de regresar a España. Su madre, Sandra,  aprovechó sus conocimientos de francés y empezó a trabajar como traductora en la editorial en la que el partido me había infiltrado y Amanda comenzó su primer año universitario como le había prometido a su padre. Por aquel entonces, Agustín estaba escribiendo su primer libro y los contactos con la editorial eran continuos. En una comida que organizaron conocí a Amanda, que había ido acompañando a su madre, una mujer muy comprometida en política pero que desde su regreso a España había dejado sus actividades aparcadas. El régimen, si bien les había permitido regresar, no había olvidado su pasado republicano y su nombre se encontraba en la lista de personas a vigilar. Amanda, por el contrario, manifestaba abiertamente su descontento con la España en la que tenía que vivir y deseaba regresar a Francia. Echaba de menos a sus amigos y a la libertad de acción que allí tenía. Descubrió que tanto con Agustín como conmigo podía ser ella sin tapujos, hablar de sus cosas y dar su opinión como una más. Los dos empezamos a sentir algo más que amistad y, aunque yo traté de evitarlo, Amanda no aceptó un no por respuesta. Agustín también se enamoró de Amanda pero por deferencia a Sandra y su diferencia de edad,  silenció sus sentimientos y se conformó con ser el asesor de Amanda en la universidad. Mis obligaciones con el partido me impedían ser sincero con Amanda y vivimos una pequeña pero intensa historia de amor sin futuro. Amanda era menor de edad y, aunque Sandra no veía con malos ojos nuestra relación, supo desde el primer momento que en mi vida no había sitio para formar una familia. Nunca hablé con Sandra de mis actividades para el partido pero tampoco fue necesario, ella lo intuyó enseguida, no en vano había sido también militante durante el tiempo de la república. A finales de curso, Sandra sufrió un accidente y falleció dejando a una Amanda huérfana y sin más familiares que un tío en Sevilla fiel seguidor del régimen. El fatídico accidente coincidió con el fallido intento de eliminar a un topo muy peligroso. Mi camarada pudo cruzar la frontera y yo debía reunirme con él en pocos días. Amanda quería regresar a Francia antes de que su único tío reclamase su custodia. Yo amaba a Amanda pero mi vida corría peligro y casarme con ella y llevármela a Francia hubiera significado poner en juego la de ella también. Agustín, preocupado y enamorado de Amanda, habló conmigo de mis planes y, al saber que no tenía ninguno en concreto y que debería abandonar Madrid en breve,  propuso a Amanda casarse con él para eludir la custodia del tío. A mí me apereció una buena idea. Agustín era una muy buena persona, una persona seria y con un porvenir. Él podría ayudar a Amanda a cumplir su promesa de licenciarse en derecho. Como era de esperar, Amanda se enfadó muchísimo conmigo y, aunque no estaba del todo convencida, decidió aceptar la propuesta de Agustín. A los pocos días fui detenido y, gracias a los contactos de Agustín, liberado más tarde y ya sabes lo que pasó después. Al cruzar el valle de Arán caí en una emboscada junto con otros camaradas y allí se quedaron muchos de ellos para siempre. Todavía desconozco qué fue lo que permitió que las balas no acabasen conmigo pero salvé mi vida y el resto lo conoces muy bien.

.- En efecto, lo conozco muy bien-dijo Patricia- y no es necesario que me lo recuerdes. Espero que no vuelvas a cometer la misma equivocación de nuevo. El matrimonio Sepúlveda ha formado una familia y el pasado no puede volver.

.- No te preocupes, está vez no pasará. No puedo borrar mis recuerdos con ella pero no tengo intención de volver a revivirlos.


Beatriz y Carmen están leyendo juntas el segundo capítulo, pero esta vez Carmen no está muy de acuerdo con ella. El amor, le recuerda, levanta sus propias fronteras al igual que derriba otras y quizá no debiera cerrar la puerta tan pronto entre Carlos y Amanda. Beatriz se sonríe ante el comentario y asegura que todavía no hay nada seguro, que la novela está tomando forma pero sus personajes pueden tomar vida por si mismos al menor descuido. Los comentarios terminan al oír la voz de Teresita, que acaba de entrar en el salón y ha visto la tarjeta que les han enviado la abuela Ana y Mario desde Valencia. Carmen se apresura a leérsela mientras recuerda con emoción la pequeña ceremonia de la boda de su madre y Mario.


1 comentario:

  1. Increíble!! He comenzado a leer tu relato, (el otro lo tengo aparcado, pero promneto seguir) porque me encantó la trama que me comentaste. Me parece una genialidad lo de que estés leyendo la novela de Beatriz, muy bueno, de verdad.
    Me encantan los personajes aunque como coprenderás, mi favorito es Carlos.
    Enhorabuena, Rodas.

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