sábado, 2 de julio de 2011

Vuelta al presente, capítulos 7 y 8

Capítulo 7

Tercer salto: de Red Deer (Canadá) a Barcelona. (Venezuela)
Ahora estaba en mi Barcelona caribeña descendiendo junto con Mario de un taxi y abriendo la puerta de mi casa; nada más entrar en ella mis pasos me llevaron al cuarto  que ocuparan  Simón y la abuela Carmen y allí, sentada a los pies de la cama, miré a mi alrededor, tomé una foto que todavía había sobre la cómoda y recordé mi niñez, mi adolescencia así como mis pesadillas.
Los primeros años de mi infancia los compartí con ellos; la abuela Carmen me cuidaba y me contaba  las historias de la plaza de los Frutos. Simón me hablaba de España, del país en el que todos habíamos nacido, un país que no se cansaba de retratar en sus dibujos , dibujos que colgaba en el estudio que tenía en la planta baja de la casa dónde realizaba su trabajo para los comics, las tiras por encargo de diferentes periódicos y revistas.
Yo podía pasarme horas viéndole dibujar, me gustaba su compañía y hasta los trece años me sentí más unida a mi abuela y a Simón que a mis propios padres.
No era extraño que así fuera. Mis padres me adoraban y pasaban conmigo todo el tiempo posible pero cuando me llevaron a Venezuela yo no tenía ni un año y la abuela se encargó de mí mientras ellos trataban de abrirse paso y labrarse un futuro en Venezuela.
Mi padre trabajó unos meses en una agencia de seguridad pero enseguida abrió su propio despacho y convalidó su lincencia de detective según las leyes venezolanas mientras que mi madre entró en una firma de moda italiana gracias a un contacto de mi madrina y tía, la inolvidable Ana Rivas.
A Simón le llamaba por su nombre y me hablaba de la guerra civil y de como conoció al abuelo Pascual.
Se conocieron en el Valle de los Caídos, picando piedras por no tener delito de sangre...pero seguían estando presos. Habían cambiado la cárcel cerrada por una cárcel abierta pero cárcel inmerecida al fin y al cabo. Allí se hicieron grandes amigos, ninguno de los dos pensaba en el futuro, sobrevivir el día a día ya era suficiente y cuando les dejaron en libertad no podían imaginarse que al cabo de un año todo cambiaría.
Habían pasado los años pero Simón seguía sintiéndose culpable. No había día que no recordase a su viejo amigo, a su gran camarada, a la mala suerte y a su triste muerte en la prisión. No pudieron viajar juntos a Venezuela, al abuelo le metieron preso de nuevo y mi padre fue quien tuvo que entregarlo.
También me contó, mucho antes de que lo hiciera mi madre,  el encargo tan especial que mi abuelo le hiciera a su hija Teresa, a mi madre, en su lecho de muerte. Ese encargo nos trajo a Venezuela  e hizo posible que el amor entre Simón y mi abuela fuese realidad.
A medida que crecí comencé a descubrir el mundo de mis padres, empecé a hacerme amiga de mi madre, pasé a ser la mejor confidente de mi padre y después del 30 de noviembre de 1968  mi padre se convirtió en mi gran héroe, en mi salvador y en mi ídolo.

Interrumpí mis recuerdos cuando Mario desde la puerta me dijo:
-Ana ¿Vienes? he puesto las maletas en tu antigua habitación, supongo que podremos quedarnos aquí hasta que firmemos el contrato o prefieres que reservemos en un hotel.
-No, no, prefiero quedarme aquí, hay que recoger el desván y mirar lo que nos queremos llevar y tirar..¿lo entiendes?- le contesté
Después salimos a comer y entramos en el restaurante de unos amigos; la dueña nos saludó muy cariñosamente y cuando salimos nos acercamos a la inmobiliaria para confirmar la hora e informarnos un poco más sobre el comprador.
El empleado que lleva nuestra casa le conocía personalmente, la mujer del futuro propietario era venezolana y muy amiga de la suya. Hasta hacía poco habían vivido a caballo entre Texas y Barcelona pero ahora habían decidido fijar la residencia en Venezuela.
Walter, el comprador, acababa de hacerse cargo del negocio de su suegro quien había sufrido un segundo ataque de corazón y nuestra casa les vendría muy bien; era lo suficientemente grande para el matrimonio y sus tres hijos y el abuelo podía ocupar una de las dos habitaciones de la planta baja con servicio y ducha .
-¿ A qué se dedicaba Walter en Texas? –fue lo primero que preguntó Mario a nuestro agente inmobiliario.

-Era copropietario de una emisora local de radio, creo que ha vendido su parte. El negocio de su suegro guarda relación con los medios de comunicación así que el ambiente no le es del todo extraño.

-Hablará bien español ¿no?

-Sí, no tiene muchos problemas, tiene sangre mejicana, española e inglesa entre sus venas, como la mayoría de los texanos es una mezcla. Se llama Walter Dayton, la madre de su abuelo creo que era de origen español aunque no estoy muy seguro. Estoy convencido de que les va a causar una grata impresión, siempre es un alivio vender la casa de la familia, la de toda la vida, a alguien que cae bien y por el medio de financiación, como ya dije por teléfono, no se preocupen, tanto el suegro como Walter son solventes. Mañana pues a las 10 de la mañana ¿conviene?

-Sí claro, les estaremos esperando –dije yo

Regresamos a casa paseando y cogidos del brazo con el pensamiento puesto en ella. Mañana estaría más cerca de no ser mía, pasaría a otras manos y una parte de mi vida se cerraría. ¿Estaba haciendo bien? ¿Qué pensarían ellos?, no era una casa cualquiera, había sido nuestro hogar, guardaba todos nuestros secretos y comenzaba a sentir algo de  remordimiento al recordar la de veces que Simón me contó como en 1952 la alquiló pensando en nosotros.
Acababa de recibir la carta de mi padre anunciando nuestra llegada y le faltó tiempo para alquilarla.
Cuatro años más tarde, cuando las cosas comenzaron a ir mejor la compraron entre los dos, entre Simón y mi padre.
La casa, de arquitectura colonial del siglo XIX, con sus balcones abiertos a la galería del patio interior, había sido mi mundo privado, era la única casa que había conocido, la casa que nunca abandoné porque no hubo necesidad y de no haber sido por Carmen, nunca hubiera salido de ella. La casa cuya puerta principal pintaran de rojo en recuerdo a la de la Plaza de los Frutos ya no sería mía.
Mario no interrumpió mis reflexiones, caminaba a mi lado en silencio, inmenso en las suyas propias, pasaba revista a su vida conmigo y a su vinculación con la casa.
Mario siempre había estado enamorado de mí pero no se atrevió a hablarme de sus sentimientos cuando éramos jóvenes. Nos vimos por primera vez cuando el tenía cuatro años y yo siete, ya entonces sólo quería estar a mi lado y yo me lo pasaba bien con él. Nos volvimos a ver cuando yo tenía doce y a mí, la admiración que me demostraba el chico español me hacía gracia y nada más. Nos escribimos hasta el día de mi boda y no volví a recibir carta suya hasta años más tarde.
Su vida tampoco fue fácil, yo me casé cuando el tenía 16 años y decidió olvidarme. Estudió y siguió los pasos de su padre, se hizo policía y llegó a ser comisario como su padre y el mío. Se casó con la hermana de un compañero, hubo mucho amor en los cinco años de matrimonio -( según él)- pero poca pasión y dos desgracias. Su mujer murió en el parto y el hijo a las pocas horas de nacer.
Al enterarme de la noticia le escribí, aunque tampoco corrían buenos tiempos para mí, mi divorcio ya era un hecho pero me contestó y nos apoyamos mutuamente.
Mis padres habían fallecido en el accidente que yo vi en mis sueños pero que no asocié con ellos pues sólo pude ver un coche desconocido en el fondo de un barranco. Cuando pasó volví a odiarme, mis sueños no servían para salvar vidas sino para quitarlas.
El coche de mi padre no arrancó esa tarde y un amigo le prestó uno para ir a recoger a mi madre. De camino a casa fallaron los frenos y rodaron por el barranco. Si no hubiera sido por mi hija y por el apoyo de Mario me hubiera negado a seguir viviendo.
Cuando Carmen con la niña y con Beatriz decidieron establecerse en España me pidieron ir con ellas pero yo todavía no podía despedirme de mis muertos. Me aterrorizaba la idea de no poder visitar sus tumbas ni llevarles flores. Al final terminaron por convencerme  y yo me hice la promesa de volver cada año mientras viviese.
Llegué a Madrid meses antes de la boda de Carmen y Beatriz. En agosto  Mario y yo seguimo sus pasos. No me lo pensé mucho, ya había perdido mucho tiempo, había llegado el momento de soltar lastres y comenzar una nueva etapa.

Capítulo 8
Segundo día en mi casa de Barcelona
Hacía ya algunos años que no tenía la pesadilla pero esa noche, la primera que pasé en mi casa antes de venderla, volvió y aún ahora me sorprendo. ¿Será posible que nuestro subconsciente puede estar consciente aún estado inconsciente?, como fuere mi pesadilla más temida volvió y me vi, como en otros tiempos, levantándome de la cama gritando, bajando las escalareas corriendo y entrar aterrorizada en el salón.  
Siempre que me pasaba y hasta que murieron mis padres ellos me alcanzaban en el salón y allí conseguían tranquilizarme; esta vez fue Mario quien me despertó y reviví con él la causa de ella qe no era otra que lo que me pasó el  30 de noviembre de 1968.
La mañana de  ese aciago 30 de noviembre de 1968 discurría como la de  un día cualquiera, era una mañana normal en la que había acudido a mis clases de secundaria y a la salida me paré a la puerta del liceo para comentar con mis compañeras el examen de matemáticas que acabábamos de hacer  y de repente, dos hombres, con la cara tapada y con pistola en mano me retuvieron a la fuerza, me empujaron dentro de una furgoneta y a los pocos metros cambiaron de carro en una especie de almacén donde me vendaron los ojos; mi boca ya había sido tapada con esparadrapo dentro del otro auto y mis manos atadas por detrás de la espalda.
Nunca podré reconstruir la ruta seguida por mis secuestradores: paradas, curvas, caminos con asfalto y caminos con baches es todo lo que mi cuerpo notó .
Del lugar donde me tuvieron sólo recuerdo el pequeño cuarto, un cuarto húmedo, oscuro, sin ventanas, con un ventilador en el techo siempre en funcionamiento que aumentó mi sensación de frío
Recuerdo la voz de una mujer que me traía de vez en cuando algo para comer y  un poco de agua para beber. Recuerdo  los ojos de esa mujer porque con ellos me decía:  perdón, no puedo ayudarte, no puedo ni ayudarme a mi misma.
No alcanzaba a ver su rostro, siempre entraba con la cara tapada como una mulsumana y hablaba con monosílabos bajo la atenta mirada de un encapuchado que desde la puerta no nos quitaba ojo.
Me tuvieron 5 días retenida aunque a mi me parecieron meses, creí que nunca más volvería a ver a mis padres y lo peor de todo es que no entendía el por qué.
Cuando me hicieron grabar en el magnetofón un mensaje me atreví a preguntárselo.... ojalá no lo hubiese hecho pues me dieron una sonora bofetada y me arrastaron hasta el maloliento cuarto de nuevo y tras cerrarlo con llave me dejaron allí tirada. Mi nariz volvió a sangrar y tuve que utilizar un trozo de mi enagua para secarme; en ese maldito cuarto tenía que hacer mis necesidades, no me dieron ni papel, gracias a mi enagua que pude romper con los dientes podía limpiarme. Me sentía sucia y me faltaba el aire, por un momento creí morirme y pensé que era lo mejor. Sabía que yo no era una mujer valiente como lo fue mi madre con Salmerón y aunque confiaba en mi padre, en que me encontrara pronto, perdí la noción del tiempo y la angustia se apoderó de mí sufriendo mi primer ataque de hiperventilación.
A las dos semanas de ser rescatada me sobrevino mi primera pesadilla y de nada sirvieron las visitas al psicólogo ni las medicinas que me mandaron.
La pesadilla se repetía todos los días a la misma hora y mi madre se despertaba como una autómata momentos antes de que yo saltese de la cama o gritase y entre mi padre y ella lograban sujetarme y calmarme.
Conseguí hacer una vida normal durante el día y años más tarde conocí a Carlos María. Aunque mis padres no estaban muy de acuerdo aceptaron el casamiento.
(Quizá fuese por Carlos María pero mi pesadilla remitió aunque yo no dejé de echarme la culpa por no haber hecho caso del sueño que había tenido el día anterior a mi secuestro. En ese sueño no vi el peligro, pero si ví el cuarto oscuro y no fui capaz de encontrarle un significado).

Nos quedamos a vivir con mis padres y durante el embarazo de Carmen no tuve sueños aciagos ni pesadillas.
Mi matrimonio comenzó a ir mal cuando Carmen cumplió cinco años, Carlos María se veía con otra mujer y mi pesadilla volvió.
El divorcio llegó cuando Carmen tenía diez años y un años más tarde soñé el accidente de mis padres y me quedé sola en la casona con mi hija.
Después de este repaso a mi secuestro, a mi vida hasta el divorcio y muerte de mis padres, regresé con Mario a la cama estando más tranquila, no obstante, antes de quedarme dormida volví a leer la noticia que escribieran en el periódico local, noticia que tenía guardada en un cajón de mi mesilla:

Rescatada con vida la hija del detective Perea y detención de los autores.(El Heraldo de Barcelona. Sábado, 30 de noviembre de 1968)

<< ......Los secuestradores de Ana Perea García han confesado que lo hicieron para que el detective Perea dejase de investigarles.
Si quería ver a su hija con vida tendría que dejar el caso que lleva en ese momento y no dar parte a la policía. Los mahechores olvidaron que le detective había sido un gran comisario en España y que ya contaba con varios amigos en la policía local.
 Una conocida familia Barcelonesa, había contratado los servicios del detective  con motivo de la desaparición de un cuadro de gran valor y la del chófer de los señores.
La banda, procedía de Bolivia y era su primera operación en Venezuela. Solían presentarse como mecánicos para entrar como chóferes de familias acomodadas para desvalijarles las casas a las pocas semanas, según informa la policía Boliviana.......>>