viernes, 22 de marzo de 2013

El escritor de las guías de viajes. Capítulo 9 y final.





Abril de 1973


La salita sigue siendo la misma, quizá el color de la pared tenga una tonalidad distinta pero del color pastel no han salido. En una esquina han puesto una mesa con juguetes y la mesita central ya no es de cristal por lo demás todo sigue igual, las butacas de alto respaldo que no permiten hundirse en ellas siguen teniendo el mismo color gris impersonal de la primera vez y sobre la mesita las revistas premamás y las científicas le recuerdan a Fernanda el comentario de Aurelia, la primera vez que visitó con ella al médico.


-      ¡Qué nervios y qué bochorno! Nos quedamos mirando al médico como si fuera un jovenzuelo y el pobre se molestó. No te fies de su apariencia, es de la misma edad que Gustavo aunque parezca que ha hecho un pacto con el diablo.


 Y ahora ella se lo cuenta a Martín quien sentado a su lado se echa a reír.


-      No te preocupes, no me fijaré en su juventud sino en su eficiencia y por lo que Gustavo me ha contado es uno de los mejores.


No ha sido nada fácil llegar hasta aqui y ambos los saben. Han pasado casi dos  meses desde que Martín regresara de Cangas con los detectives y aunque no es el lugar adecuado, Fernanda revive el domingo de febrero en que junto con Asunción fueron a la casa que Bonilla tiene en la sierra y allí esperaron a que todos vinieran.

Vallejo, por su parte, se pasó por la casa de Fernanda y ciertamente el seat negro descrito por Fernanda estaba aparcado frente a su casa. Los dos hombres de Martínez Prada hablaban fuera del coche mientras comían un bocadillo y aprovechó la polaroid para hacerles unas fotos que más tarde dejó ver a Fernanda y ésta les puso nombre. El de la derecha era Julián, el mismo que conducía el camión el día del accidente y que Manuel reconociera. El de la izquierda era Lucio, el gorila que no veía desde hacía un tiempo. Mientras Vallejo llevaba las fotografías a la comisaria, Fernanda y Asunción se metieron en la cocina para preparar la merienda charlando entre ellas como si fueran viejas amigas.

A las 5 de la tarde llegaron ellos y un poco más tarde Gustavo con Vallejo.  Al abrazo que Fernanda y Martin se dieron, la pequeña y emotiva charla que tuvieron a solas y en la que Fernanda le contó las sospechas de su embarazo, les había precedido el abrazo que se dieron Héctor y Asunción. Después vinieron las presentaciones de Martín, el firme apretón de manos que intercambiaron Vallejo y Gustavo con él cuando entraron y minutos más tardes,  ya todos relajados se sentaron entorno a la mesa del comedor dónde prendía la chimenea.

Martín volvió a relatar el motivo de su escapada a la casa de sus abuelos, sus problemas en Argentina, las palabras de doble sentido con las que les despidiera Martínez Prada..


-      Ahora estoy seguro- siguió diciendo tras una pequeña pausa- esos hombres son los mismos que hacen guardia en casa de Fernanda. Mi amigo en Barcelona me corroboró que Martínez Prada había encargado un informe de mis últimos años en Córdoba. No se le pasó por alto que la paliza fue el detonante para abandonar mi tierra y creo, estoy casi convencido de que ese era su plan, asustarme con una gran paliza para que hiciera lo mismo pero la situación era bien distinta, estaba Fernanda y no podía ni quería poner tierra de por medio.

-      Yo ya no tengo dudas. Martínez Prada sabe que estoy embarazada o se lo imagina y de nuevo le incomoda, va contra todos sus planes. Dos días después del cumpleaños de Martín y después de que el se fuera a la editorial, al mirar en mi calendario personal, me di cuentas que llevaba un retraso de 15 días. Sabía que era muy pronto para decir nada, además Martín estaba a punto de irse de viaje pero no pude evitar el mirarme en el espejo acariciando mi vientre e imaginarme ya con una tripita de cinco meses. Sé que es ridículo pero hasta me metí un cojín debajo de la blusa y lo que veía me encantaba, me ilusionaba, me veía bella y sentía una fuerza interior como nunca antes la había sentido pero sería mi secreto hasta que Martín regresara. Por la tarde cuando fui al despacho, como siempre hago, no podía concentrarme, me recliné en la silla, cerré los ojos y con las manos en mi vientre empecé a imaginarme la reacción de Martín, en lo contento que se iba a poner cuando de repente se abrió la puerta y Martín Prada entró sacándome de mi ensueño.

    

    << Perdona Fernanda –me dijo con voz suave – he llamado dos veces, ¿te pasa algo? ¿Tienes molestias en el vientre?

        << No, nada – le contesté azarosamente – no pasa nada, cosas de mujeres>>

Afortunadamente no insistió y cuando acudí a su despacho cinco minutos más tarde no volvió a sacarme el tema aunque me examinase con la mirada. Dos días más tarde Martín salió de viaje y como vosotros decís, según Asunción, las casualidades no existen.

-      No, no existen; todo tiene una razón de ser aunque no veamos la conexión a la primera. De todos modos seguimos en el mismo punto. Sospechas todas pero pruebas ninguna ¿alguna idea? – comenta Bonilla

-      Quizá si supiésemos algo más de la vida de Martínez Prada, si diéramos con otros incidentes – dice Gustavo – si no es por este podríamos echarle mano por otros ¿No podrías contar tú algo más Fernanda?

-      Tampoco sé mucho, la verdad. Todos éramos muy reservados y él el primero. Creo que esa era la razón de buscar sus amigos entre personas solitarias, sin familiares sin ataduras...el presente solo cuenta, le oído decir muchas veces.

-      ¿Cómo se conocieron Manuel y él? ¿lo sabes? – pregunta Vallejo.

-      El padre de Manuel tenía una editorial de libros de textos religiosos y Manuel trabajaba con él. Al morir su padre siguió con la editorial, era pequeña, daba lo suficiente para vivir pero Manuel necesitaba un cambio y dejó correr la voz de  su intención de ponerla en venta. Un día, estando en el café Gijón coincidió con un amigo suyo que estaba hablando con Martínez Prada. Se lo presentó, se interesó por la editorial y quedaron para hablar en el despacho de Manuel.

Al parecer Martínez Prada acababa de regresar de las Américas con dinero en el bolsillo. Un tío suyo había fallecido, le había dejado en Venezuela o en Bolivia, no lo recuerdo bien, lo siento, una plantación que pudo vender y quería invertir el dinero en España y aquí, en Valladolid había heredado, del mismo tío, otras tierra pero que no podía vender, no sé el motivo. Quizá Gustavo lo sepa.

-      Sí, luego lo cuento- dijo Gustavo- continúa.

-       Convenció a Manuel para que fueran socios cambiando el formato de la editorial, dejar los libros religiosos, pasarse a la novela en todas sus categorias y publicar trabajos de jóvenes noveles. Cuando yo les conocí ya llevaban dos años juntos y la editorial funcionaba muy bien...


 -      ¡Fernanda, Fernanda! En nuestro turno, deja de soñar

  

 La voz de Martín la devuelve a la realidad. Fernanda abre los ojos y hace un alto en sus recuerdos. La consulta dura más de media hora, como ya le dijera Gustavo a Martin,  el médico le dejó escuchar los latidos del bebé y Martín se emocionó como un niño pequeño. Todo iba bien y quedaron en hacer una ecografía en la próxima visita. Salieron de la consulta con una sonrisa en la boca y en el coche Martín le preguntó.


-      ¿En qué estabas pensando en la sala de espera?

-      En la tarde del domingo en que llegaste con Bonilla y Héctor. Me parece mentira que ya hayan pasado casi dos meses, en que hayamos conocido gente tan fantástica y que ahora sean nuestros amigos.

-      Es verdad. Aurelia y Gustavo son encantadores, los mellizos un regalo para la vista y Clara una mujercita muy bien formada. Vallejo y Laura me parece la consolidación perfecta del matrimonio maduro y con Paloma parece que han rejuvenecido. Bonilla y Matilde con su peque y con Javier son el matrimonio perfecto y Héctor y Asunción merecen mención especial, son los eternos enamorados que no disimulan sus sentimientos delante de nadie y por nada.

-      Sí, son una pareja muy especial y sus hijos me encantan. María es una mujercita con la ideas muy claras, directa y al mismo tiempo llena de tacto y Dani, ese chico me ha robado el corazón, no me importaría tener un diablillo como él ¿y a ti?

-      Me encantaría y creo que sabríamos lidiar muy bien con sus travesuras y por cierto ¿en qué parte de tu recuerdo te he interrumpido?

-      Estaba recordando lo que sabía de Martínez Prada que no era mucho.


Martín besa a Fernanda y pone el coche en marcha. Las palabras de Fernanda le trasladan a él también a ese domingo de febrero y de camino a Aravaca recuerda como Gustavo habló de las tierras de Valladolid.


-      Vino a mi despacho recomendado por uno de vuestros abogados, quería separar su vida personal de su vida laboral y necesitaba consultar un caso. No podía vender las tierras apesar del testamento que tenía en su poder, las escrituras no aparecían, otro familiar las reclamaba y había interpuesto una demanda. Hablamos sobre las posibilidades y quedó en llamarme si decidía seguir adelante conmigo . A los pocos días me llamó para decirme que el asunto estaba solucionado.Las escrituras habían aparecido, estaban solamente al nombre de su tío asi que el otro familiar tuvo que retirar la demanda y se marchó del pueblo asi pues, no necesitaba mis servicios, me agradecía mis consejos y el tiempo que le había dedicado. No volví a verle hasta el otro día con Fernanda.

-    En realidad nunca fue tu cliente ¿ me equivoco? -preguntó Héctor

-     Técnicamente no, solo me hizo una consulta y no vi ni el testamento ni las escrituras pero la marcha del familiar me pareció rara entonces, ahora me resulta sospechosa.

-      Como la marcha del conocido de Víctor ¿os acordáis que nos lo contó?- apuntó Bonilla

-      De una forma u otra espanta o echa a todas las personas que se interponen en su camino – dijo Asunción.


Entonces sonó el el teléfono, recuerda Martín, era la policía de Aravaca para decir que habían detenido a los dos hombres de Martínez Prada, ambos tenían un expediente abierto y eran viejos conocidos de la policía. Fernanda llamó entonces a su casa.


-      Señora, sí, es cierto el coche ya no está pero tengo que darle una mala noticia - dijo Carmen – el mayordomo del señor Martínez Prada ha llamado preguntando por la señora ya dos veces.

-      ¿Qué ha pasado Carmen? – preguntó Fernanda

-      El señor sufrió uno de sus ataques catapléjicos o algo así pero esta vez no ha recobrado la movilidad y se lo han llevado a La Paz.


Al colgar el teléfono y dar la noticia empezaron a hablar todos a la vez y...como le pasara a Fernanda ahora es él el que tiene que interrumpir sus recuerdos, por un lado su compañera llamándole y por otro las bocinas de varios automovilistas apremiándole a dar gas a su coche.


-      ¡Martín! ¡Cariño! El semáforo ya está verde ..¿qué pasa? ¿ahora eres tu el que está en otro sitio?

-      Perdona Fernanda, yo también estaba recordando todo lo que se dijo hasta que sonó el teléfono y luego tu llamaste a Carmen.

-      Parece que los dos tenemos necesidad de recordar ¿qué te parece si seguimos en casa y lo hacemos juntos?

-      Sí, mi amor, será lo mejor.


Por la tarde y después de comer, sentados en el jardín siguen recordando aquel domingo de febrero de noche interminable en el que inesperadamente tuvieron que empezar con los trámites de un entierro.


-      ¿Te acuerdas como llegamos al hospital con Bonilla, Héctor y Asunción? – dijo Fernanda

-      Lo recuerdo perfectamente. Asunción era la que tenía los nervios más calmados y la que llevó el coche. Vallejo prefirió pasarse por comisaria y Gustavo le acompañó. Jamás olvidaré como nos encontramos a Fermín con su lamento junto a Martínez Prada.


<< Señora – te dijo-  ha sido mi culpa, me senté en la sala continua, esperé a que el señor se levantara como hacía siempre, seguí sus órdenes y no me di cuenta de que esta vez era diferente. Si hubiera desobedecido quizá le hubiera podido salvar.>>


-     Sí que me acuerdo, el pobre estaba destrozado. El fiel retrato del mayordomo que no se separa de su dueño aunque este no se merezca tanta fidelidad, en verdad que  Fermín es de otra raza como decía Manuel. ¿Sabes que se apreciaban bastante? Sintió mucho su muerte-dijo Fernanda

-      Por eso te dio la llave que Martínez Prada guardaba en su caja fuerte.

-      Sí, fue un gesto de hacer justicia a su manera pero si te acuerdas, la clave de la caja fuerte no nos la dió, el abrió la caja fuerte y sólo nos dejó coger el diario y la llave. Le fue fiel a su manera hasta el final.

-      ¿ Tú crees que alguna vez leyó el diario y por eso te lo dio?

-      No lo sé Martín. Fermín no soltó prenda y no creo que alguna vez lo haga. No obstante conocía muy bien el grado de narcisismo del que adolecía señor y pensó, con muy buen criterio, que por fuerza tendría que escribir sus hazañas inconfesables para poder leerlas, releerlas, disfrutar con ellas y sentirse el ganador.

-      Gracias al diario sabemos la clase de monstruo que era y conocemos la infancia que le marcó aunque no creo que su condición se debiese sólo a ese vacío que sintió – comentó Martín

-      No, el médico ya lo dijo, su patología venía marcada por la genética y unos padres amorosos hubiese retrasado quizá el proceso pero a la larga se hubiera desarrollado igual.


Fernanda y Martín siguieron recordando como, aunque a  Julián y a Lucio les imputaron el accidente de Manuel y aún continúan en Carabanchel en espera de juicio, ellos no pueden evitar el sentirse un tanto frustrados. Saben que van a tener que asimilarlo, que un sentimiento así no es buen compañero de viaje y quizá recordando los hechos y hablándolos puedan vencer a la frustración.

Los dos imputados fueron los autores materiales pero el autor moral, el ideador de ese crimen y de muchos otros no podrá ser juzgado por un tribunal terrenal. Su muerte, como el médico dijera, fue un verdadero martirio. Martínez debió de estar consciente hasta poco antes del final, debió sentir como la sangre se le escapaba, debió maldecir el haberse caído justo encima de dos trozos de vidrio que se incrustaron en su espalda y quizá viera entrar a su mayordomo y maldecir su obediencia y apesar de todo, Fernanda no sintió ninguna compasión y Martín tampoco cuando el médico se lo contaba.

  Su muerte sin testamento complicó además bastante las cosas. El estado se ha quedado con la monumental casa de Las Rozas y ellos están en vías de recomprar las acciones que le pertenecían para poder vender la editorial. Fernanda quiere volver a ser traductora y Martín  a impartir clases y editar su segundo libro de viajes, su primer libro en España sobre los Picos de Europa a donde piensan regresar en junio para reconstruir la casa de sus abuelos. El bebé vendrá en  septiembre y la boda más adelante. Fernanda quiere seguir el ejemplo de Asunción, su primer hijo tiene que estar presente en la ceremonia y en las fotos ocupar un sitio de honor.

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sábado, 16 de marzo de 2013

El escritor de las guías de viajes. capítulo 8





En la exclusiva urbanización en la que Martínez Prada tiene su casa, las calles están desiertas, las farolas iluminan con su luz anaranjada las principales calles y el guardia de seguridad regresa a su garita tras su última vuelta. Todo está tranquilo, el maullido de los gatos y la respuesta de algún perro rompen de vez en cuando la monotonía. La mayoría de sus habitantes duermen, como ha podido comprobar, excepto en casa de Martínez Prada, allí las luces del salón permanecen encendidas y no se apagarán hasta altas horas de la madrugada.
El guardia de seguridad no se sorprende demasiado. Conoce al mayordomo y al chófer, los dos ocupan las habitaciones colindantes al garaje y esa misma tarde, su compañero del turno de tarde, le había advertido de la seña que le hizo el chófer al entrar en la urbanización de regreso de Aravaca.
En efecto, al salir de casa de Fernanda y subirse al coche despotricando a la señora, presintió la tormenta y en cuanto pudo se lo comentó al mayordomo y al de seguridad.


Carlos Martínez Prada - como el chófer se temiera- pasea gruñiendo, gesticulando y hablando consigo mismo a lo largo y ancho de su recargado salón, en plena soledad, embutido en su pijama de seda, con una copa en la mano y la botella en la otra ..!Maldita sea! ¡Inútiles! ¡Rodeado de idiotas! ¡Traidores!...
Si la conversación con Fernanda le amargó el resto del día, la llamada de sus hombres, poco antes de las nueve, es la gota que hace rebosar el vaso de su poca paciencia. ¡ Inútiles! ¡son todos unos inútiles!..
Martín les dio esquinazo en La Coruña y ahora Fernanda les ha hecho lo mismo ¿desde cuándo sus mejores hombres se han vuelto unos inútiles?



-      ¡ Es inaceptable e imperdonable! Volved de nuevo a la casa y montad guardia, avisadme en cuanto veías que regresa y con quien lo hace. Es vuestra última oportunidad.


Les gritó a sus dos hombres de confianza através del teléfono y ahora, pasada las tres de la madrugada, sin que hayan vuelto a llamar y sin que los calmantes le hagan efecto los improperios siguen saliendo de su boca. ¡Maldita Fernanda! ¡Ojalá se hubiese consumido en el coche junto a Manuel!, ¡Ojalá el conductor del otro coche no le hubiera forzado a jugar a ser el héroe obligándole a improvisar! ¡Salvó a Fernanda! ¡Maldita sea una y mil veces más!!Maldita la hora en que vio a Martín! ¡Malditos todos! Repite como en letanía sin parar y lanza la copa de ginebra al suelo, la botella después, regresa al mueble bar, se sirve otra copa que estampa igualmente, tira la botella.. el patrón se repite tres veces más y ahora es él quien da con sus huesos en el suelo.

El ataque le dura como una media hora, sobre la alfombra de nudos,  exhausto, sudoroso y con la mirada perdida, entre los cascos rotos y el alcohol derramado, permanece inmóvil hasta las seis de la mañana, cuando su mayordomo entra, apaga la luz y sin acercase a él cierra la puerta, se sienta sin hacer ruido en la sala contigua y espera a que el señor se levante por sí solo y suba a su habitación como suele hacer siempre...


A casi 500 kilómetros de Las Rozas y sin hacer ruido Héctor y Bonilla abandonan el hotel en silencio para subir a la aldea en busca de Martin. Nada saben de la aldea, no se han atrevido a preguntar en el hotel y lo poco que conocen es lo que  Gustavo les contara.

-      ¿Has dormido bien? – pregunta Bonilla poniendo el coche en marcha.
-      Me temo que como tú, nada. Me he pasado toda la noche pensando cómo vamos a encontrar la casa si Martín no ha dejado el coche a la vista.
-      ¿Crees que lo habrá escondido?
-      ¡Hombre! Me parece lógico que haya tomado precauciones. Si está aquí es porque sabe que alguien le busca y además Fernanda le ha contado que nos han contratado. El no sabe de que lado estamos.
-      Quizá tengamos la suerte de los buenos y el elemento sorpresa esté de nuestro lado. Yo he pensado dejar el coche antes de llegar a la aldea y seguir a pie. Podemos observar las chimeneas de las que salgan humo y llamar puerta por puerta con la excusa de que el coche se nos ha estropeado y que estamos perdidos. ¿Tienes tú otra idea?
-      No, no se me ocurre nada mejor.

Al viejo matrimonio de la aldea sí se les ocurre de madrugada, alertados por el mensaje que reciben en la radio, despertar a Martín, golpeando  con una pala la vieja puerta de madera con entramado de hierro, al tiempo que gritan su nombre.


-      ¡Martín! Martín! Despierte. Vienen a por usted.

En el interior de la casa Martín, temeroso de estar en medio de una pesadilla comienza a sudar y se tapa la cabeza con la manta pero el ruido de los golpes le confirma que no es un sueño y apartando la ropa salta de la cama y corre a la puerta.

-      ¡Vamos! No pierda el tiempo, recoja sus cosas y venga a nuestra casa, allí estará seguro. Nosotros tomaremos la palabra, le esconderemos hasta que venga mi hijo..! ya está de camino!.

Aturdido y sorprendido por la energía del matrimonio Martín coge su maleta y corre tras ellos hacia la casa. Una vez en ella y ante una taza de café, recién hecho, abre la boca.


-      ¿Quién viene? ¿Por qué me tengo que esconder?
-      Mi hijo nos ha mandado un aviso por radio. Anoche llegaron dos hombres a su hotel . Son de Madrid y no tienen aspecto de excursionistas pero preguntaron si podían desayunar a las seis porque querían hacer senderismo por las aldeas.
-      Mi hijo – continua la mujer – les oyó hablar de una tal Fernanda y el más joven tenía en la mano un libro escrito por Andrés Laguna. Andrés es el nombre de tu abuelo y Laguna es mi segundo apellido y era el primero de tu abuela.
-      Entiendo y ¿ su hijo viene de camino?
-      Sí, ha salido al mismo tiempo que los dos forasteros, les viene pisando los talones.
-      Si esos dos hombres son los detectives que decía Fernanda se darán cuenta enseguida de que su hijo les sigue.
-      Mi hijo conoce caminos que ellos no conocen.
-      ¿Por qué se toman tanta molestias por mi?
-      Somos familia y no hay más que hablar.

Media hora más tarde Bonilla aparca el coche a un kilómetro de la aldea en un recodo del camino y saca del maletero unas botas de senderimo para Héctor y para él. Apoyándose en unos palos gordos a modo de bastón prosiguen el camino a la aldea.

-      Juraría que alguien nos sigue – comenta Héctor mirando a su alrededor.
-      Te creo – dice Bonilla- es la misma sensación que tengo yo desde que tomamos esta carretera.
-      Sin embargo no nos ha seguido ningún coche.
-      Que nosotros hayamos visto no, pero eso no quiere decir nada, Héctor.
-      Es cierto, nuestro radio de acción es la ciudad y aqui estamos perdidos..!Mira! ¿Has visto ese movimiento?
-      Sí, es una persona y ha corrido en dirección a esa casa, a la primera que se ve desde aqui.

Héctor y Bonilla comienzan a hacerse señas mientras se aproximan a la casa mencionada e inspeccionan el lugar. La aldea parece abandonada, sólo de una casa sale humo y en contra de lo que se pensaban el coche  de Martín está bien a la vista. El capó semiabierta les confirma que su dueño debe encontrarse muy cerca.

-      ¿Necesitan algo? – oyen los dos decir detrás de ellos.
-      ¡Qué sorpresa! ¿No es usted el propietario del hotel?- exclama Héctor volviéndose despacio llevando la mano derecha a su pistola.
-      En efecto ¿Pueden explicar su presencia aqui?
-      Podemos – contesta Bonilla quien tampoco separa su mano de la cartuchera- ¿y usted puede explicar por qué nos ha seguido?
-      Aqui viven mis padres y no estamos en verano. Las visitas a estas horas y con este tiempo son sospechosas. ¿Qué hacen aqui?
-      Esta bien – dice Héctor – buscamos al dueño de ese coche. Su compañera está muy preocupada, lleva unos días sin tener noticias suyas ¿satisfecho?
-      No, todavía no me han dicho quienes son ustedes.
-      Creo que lo sabe muy bien, usted ha visto nuestro DNI y...

Héctor no termina su frase, la presencia del matrimonio de ancianos, como salidos de la nada y de Martín detrás de ellos le hace guardar silencio.


-      ¡Yo soy el dueño del coche! Mi nombre es Martín Narváez ¿ Qué le han hecho a Fernanda, dónde está?
-      Nadie le ha hecho nada, de hecho está en mi casa esperando que usted la llame ¿No podríamos hablar de todo ésto en el hotel?
-      ¿Son ustedes los detectives que contrató Martínez Prada?
-      Somos los detectives contratados por el sr. Prada y por la propia Fernanda – puntualiza Bonilla – aunque ahora nuestro único cliente sea la sra de Villanueva. De nosotros no tiene que temer nada. Regresemos al hotel, por favor ¡Aquí hace un frío de carajo! ..además no hemos desayunado.
-      De acuerdo, les creo- contesta Martín

Sorprendidos ante la poca resistencia de Martín, Bonilla y Héctor regresan al hotel y a los pocos minutos, como les prometiera llega Martín con el viejo matrimonio, que desconfía de los forasteros y no quieren dejar a su familiar solo. En la cocina el propietario ordenar el desayuno y se encarga de llevarlo a la mesa en donde están sentado los detectives. Entre sorbo de café, tostada con mantequilla, magdalenas recién hechas, queso y pan candeal la confianza va ganando espacio. Al término del desayuno el viejo matrimonio se despide de Martín y regresa a la aldea. Cuando los familiares se van Martín les cuenta los motivos por los cuales dejó Argentina y la razón de no haber bajado a llamar a Fernanda.


-       Dentro de una hora llamaré a mi casa – dice Héctor – primero hablaré con mi familia y después tiene la línea libre para hablar contárselo todo a Fernanda.
-      Gracias Héctor y por cierto ¿ han dado ya con esa persona que se parece a mi?
-      Sí, sí. La Interpol ya le tiene localizado y en cuanto el barco llegue a su destino será entregado a las autoridades portuguesas. Fernanda estaba segurísima – sigue hablando Bonilla- de que Gonzalo Prieto y usted no eran la misma persona pero temía que alguien le confudiera y por eso se dejó convencer por Martínez Prada.
-      Y sigue confiando en usted a todos los niveles – dice Héctor.
-      Y yo en ella y...no tengo perdón, la he hecho sufrir innecesariamente.
-      ¿ Por qué se torturas tanto con lo de cobarde? – le pregunta Bonilla
-      Porque siempre he tenido miedo a los golpes. Mi madre falleció cuando yo era muy pequeño y me crió mi abuela. Mi padre estaba siempre en la fábrica o en reuniones del partido y nunca eludía una buena contienda. Más de una vez le trajeron a casa lleno de golpes por el mero hecho de haber salido en favor de alguien y yo, en lugar de sentirme orgulloso sentía miedo, miedo de que al día siguiente los hijos de los que le pegaron vinieran a por mi en lugar de hablar las cosas como mi abuela decía...crecí pues, huyendo de los conflictos violentos y hasta quise ingresar en un seminario. Mi padre me quitó la idea, creo que fue el único verano que pasó con mi abuela y conmigo. El era un hombre de acción y yo era un hombre que prefería la palabra a los puños. Me dijo que los dos eran necesarios y que a mi manera podía ayudar tanto a la causa como cualquier sindicalista.
-      ¿Y fue así? – se aventura Bonilla a preguntar aprovechando la pausa de Martín.
-      Sí, me matriculé en la facultad y en mis horas libres enseñé a leer y a escribir a los hijos de las familias más humildes que me destinaban y ayudé en la redacción de los textos de los boletines pero sin hacerme del partido. Mi padre respetó mi pacifismo y me aficioné a la naturaleza. Solía perderme los fines de semana por los alrededores de Córdoba, por su parques naturales y así surgió la idea de escribir una guía de viaje y..
-      Perdona que interrumpa Martín – dice Héctor – entiendo lo que dices pero eso no es ser cobarde y además ¿por qué no lo iba a entender Fernanda?
-      ¿Después del acto de valor y coraje que demostró Martín en su accidente?
-      ¡Alto ahí! – dice Bonilla ¿ quién alaba esa acción..Fernanda?
-      No, no, el mismo Martínez Prada, no deja de repetirme últimamente que Fernanda necesita un hombre que sepa sacarla del fuego si es necesario, figuradamente claro, siempre añade.

Héctor hace ademán de hacer una pausa y propone salir lo antes posible para Madrid. En el camino pueden seguir hablando. Martín se levanta y acompaña a Héctor al despacho de su primo para llamar por teléfono mientras Bonilla sube a recoger el equipaje y paga en recepción la cuenta.


La conversación con Fernanda le sienta bien a Martín y de camino a Madrid les cuenta como conoció a Martínez Prada y cuando comenzó a recibir, de forma muy  informal, el consejo de alejarse de Fernanda.


-      Asi que se lo presentaron en una reunión cultural en la embajada en Madrid – comenta Bonilla.
-      En efecto, acababa de llegar a Madrid y me hospedaba en casa de uno de mis pocos amigos de la Universidad de Córdoba. Miguel y yo compartíamos nuestro amor a la naturaleza y las ganas de recorrer mundo. Cuando el se licenció se lío la manta y vagó por varios países hasta recalar en Madrid. Aqui conoció a la bella hija del agregado cultural e indirectamente entré a formar parte de un pequeño círculo que curiosamente conocía mi guía de los parques naturales en Córdoba. En una de esas reuniones me presentaron a Martínez Prada como escritor a mí y a él como editor. Comenzamos a hablar y a los pocos días me invitó ir a la editorial. Tenía una propuesta de trabajo que hacerme.
-      ¿No se interesó por los motivos de su llegada a España? – preguntó Héctor.
-      No, no me preguntó nada. Miguel si lo sabía y supuse que algo le habría contado pero tampoco se me ocurrió preguntarle. Miguel acababa  de mudarse a Barcelona para trabajar en la embajada. Aunque dejó un mes pagado del alquiler del piso, el día en que me llamó Martínez Prado, estaba ya buscando otro piso y trabajo asi que corrí a la editorial.
-      Y la propuesta ¿ en qué consistía? – vuelve a preguntar Héctor.
-      Sabía por Miguel que yo era licenciado en economía además de escritor y le venía como agua de mayo, me dijo. Necesitaba a alguien para revisar los asuntos económicos de los proyectos con otros socios, tendría que visitar a los clientes por toda España, de ese modo podría hacer turismo y si me animaba tenía la publicación asegurada de una futura guía de viaje. Me pareció bien y asi empecé con él. Una semana más tarde me invitó a una fiesta muy pintoresca en su casa y allí vi a Fernanda. En seguida me puso al tanto de su trágico accidente, de la muerte de su marido y de que desgraciadamente no llegó a tiempo para salvarlo, sólo pudo sacar a Fernanda del coche. Me aconsejó que no la mirase, que era su primera salida después de tres años de duelo y aún no estaba apta para mantener conversaciones sociales.
-      Pero el consejo fue inútil ¿no? – preguntó Bonilla
-      Sí, quizá si no me hubiese dicho nada hubiera rehuido su mirada que me buscaba sin cesar. El resto ya lo conocéis. Nos volvimos a ver, me dio su teléfono y empezamos a quedar sin escondernos de Martínez. Fernanda volvió a la editorial, me fui a vivir con ella y Prada parecía alegrarse por nosotros. Hasta días después de mi cumpleaños.
-      ¿Qué pasó?
-      Fernanda le comentó que estábamos planteándonos el casarnos dentro de unos meses y aunque reaccionó bien, al menos en ese momento, dos días más tarde, antes de salir de viaje para Galicia me dijo que no creía que yo fuese hombre para Fernanda, que ella necesitaba héroes y en lugar de gallinas, figuradamente, claro.
Al oír eso me quedé mudo, pensé que quizá reaccionaba como un padre celoso pero Martínez no era su padre y tampoco estaba interesado sentimentalmente en Fernanda. Como fuere no le di importancia y me  marché sin contestarle. A los pocos días de llegar a Galicia noté que me seguían y los fantasmas del pasado se apoderaron de mi.

A las cuatro hora de camino, y tras haber hecho pequeñas paradas, buscaron un restaurante para comer y llamar de nuevo a Asunción y Fernanda. Bonilla le contó a Martín la sospecha de ellos, compartida por lo que sabían con Fernanda, de que el accidente de Manuel fue apañado por Martínez pero no podían probarlo.


En Madrid, Fernanda sigue en casa de Asunción esperando a que Vallejo venga para llevarlas a la casa que Bonilla tiene en la sierra. Allí se van a reunir con Martín y Olavide también acudirá como les ha pedido Héctor.

María por su parte, lleva a Daniel a casa de Javier y desde allí se va a casa de Suzanne. Su padre le ha dado permiso para pasar el domingo en casa de la familia White e ir a esperar a Tim al aeropuerto el lunes de madrugada.



















viernes, 8 de marzo de 2013

El escritor de las guías de viajes . Capítulo 7.


 El día lo tenía perdido y Martín maldijo una y otra vez su mala suerte soltando algún que otro taco. Afortunadamente su estado de ánimo mejoró y ahora, ya cenado y con una foto de sus abuelos en la mano, sentado en la mecedora, camino de terminar la botella de ron, abre el último paquete de cigarrillos que le queda antes de irse a la cama y sonríe al recordar cómo se despertó ya entrada la media tarde. Le dolía todo el cuerpo, la cabeza le estallaba y los músculos los tenía agarrotados... cierra los ojos y se ve de nuevo levantándose de la mecedora, apoyándose en la mesa preparándose el café. Dos tazones supercargados para despejarse un poco hicieron su efecto y Martín salió a lavarse al pilón. Secándose la cara se acercó al coche, tenía que llamar a Fernanda, anunciarle que iniciaba el regreso a Madrid y que llegaría a lo largo de la noche pero la batería y un depósito de gasolina vacío se lo impidió. Demasiado tarde para bajar andando, se rindió a la evidencia y aunque en la casa ya no quedaban casi víveres no quiso pensar en ello, ya se las arreglaría, sobreviviría una noche más. Al alba, pensó, bajaría a Cangas y para matar el tiempo se subió al tejado y colocó como pudo una plancha de metal que encontró en el cobertizo. Un poco más tarde se acercó al pequeño cementerio y a falta de flores, ante la tumba de sus abuelos, colgó sobre la cruz el reloj de bolsillo de su padre que había sido de su abuelo y se prometió volver con Fernanda tan pronto como le fuera posible. Al salir se encontró con los únicos habitantes de la aldea, el matrimonio que había tratado de evitar y decidió presentarse ya sin miedo a nada.

-      Perdón mi intromisión – dijo por todo saludo – no quería molestar.

-      Nosotros tampoco – le respondió la mujer – por eso le hemos dejado tranquilo pero el nieto de Andrés Narváez siempre será bienvenido.

-      ¿Cómo sabe usted quién soy? – preguntó todo asombrado.

-      Es usted su vivo retrato, algo más mayor que cuando nos dejó pero igual que él, su manera de andar, de mirar, el gesto que acaba de hacer ahora, todo en usted me lo recuerda.

-      Mi abuela solía decir lo mismo pero no la creía, desgraciadamente no tenía fotos, ni la de su boda.

-      Eran otros tiempos – dijo el hombre – pero yo tengo una, si quiere verla puede venir a cenar con nosotros.

-      Si no es ninguna molestia acepto encantado. Es mi última noche aquí y no he podido bajar a comprar nada de comida. Me he quedado sin gasolina y no sé  que le pasa a la batería del coche.

-      No hablemos más, le esperamos dentro de una hora y en casa tenemos una radio para comunicarnos, mañana vendrá mi hijo, quizá él le pueda ayudar.


La conversación con el viejo matrimonio, que resultó ser familia lejana, lo normal en estas aldeas, le sentó bien al igual que la cena, su primera comida caliente en varios días. Acabado el ron y el tercer cigarrillo de la noche abandona la cocina, lleva las mantas a la pequeña habitación y se mete en la cama con la ropa puesta, como viene haciendo a causa del frío. El frío sigue reinando en el cuarto pero con la plancha de metal ha mejorado algo el ambiente. Martín se queda dormido al poquito de echarse pensando en Fernanda y lo intranquila que estará al faltar él a su promesa de llamarla a las seis.


Fernanda está preocupada, realmente preocupada y asi se lo transmite a Asunción quien, al oír lo del camión dirección a Madrid con matrícula de Segovia, interrumpe el relato .


-     No sé si es importante pero desde anoche no hago más que ver ese fragmento en mis sueños. No veo el accidente, solo nosotros dos hablando de nuestro futuro hijo y un camión.

-      ¿ Estás completamente segura que antes del accidente os cruzasteis con un camión?

-      En ese tramo siempre nos encontramos con camiones y tardamos muchísimo en llegar a Segovia, no se puede adelantar y ese día llevábamos prisa. Habíamos reservado para jugar al golf e íbamos tarde;  me extrañó no ver ningún camión y justo cuando lo acababa de decir nos cruzamos con uno. Recuerdo que dije “hablando del Rey de Roma por la puerta asoma” . Mi marido me respondió riendo que ese dicho sólo era para personas y esas fueron sus últimas palabras, unos metros más adelante, al salir de la curva las ovejas.

-      ¿ Y la policía no te interrogó después del accidente? ¿No mencionaste nada del camión?

-      Yo estuvo unos días entre la vida y la muerte. Perdí a mi bebé, no podía mover las piernas y después vinieron los injertos, la rehabilitación, el psiquiatra y Martínez Prada se hizo cargo de todo. Ni tan siquiera recuerdo haber hablado con la policía cuando estaba en el hospital, yo me encerré en mi misma y no quería saber nada.

-      Fernanda ¿por qué has cogido un taxi para venir aquí en lugar de llamar por teléfono?

-      No me fío del teléfono. Quizá sea paranoia pero no me fío. Es muy raro que Martín no llamara. He cogido un taxi hasta Argüelles y allí les he podido despistar al tomar el metro. Nadie sabe que estoy aquí  no podía quedarme sola en casa, Carmen tenía una fiesta. Al final he conseguido que la fiesta la celebren en casa pero tampoco me podía quedar allí con ellas, no se sentirían libres por eso la idea de venir aquí primero y después irme a un hotel.

-      ¿Pero por qué Fernanda?

-       Verás, esta mañana se ha presentado Martínez en mi casa. Yo había quedado en pasarme por la oficina después de comer, sabía que había documentos por firmar y le había pedido que los dejara en mi despacho, que me pasaría aunque fuese sábado pero se ha presentado con los documentos en la mano y con cara de pocos amigos. La misma cara que le ponía a mi marido cuando no aprobaba una nueva idea de Martínez. Desde un mes antes del accidente no había vuelto a ver esa cara y de repente he sentido miedo. Un escalofrío me ha recorrido por toda la espalda, no hacía nada más que preguntarme por Martín, si de verdad no sabía dónde estaba y me ha puesto trabas para ir a la oficina. Desde hace dos días hay dos hombres que vigilan nuestra casa. Martín también vio a dos hombres en La Coruña que le seguían y por eso no regresó a Madrid.

-      ¿Crees que son los mismos y están esperando a que aparezca?

-      No lo sé. He reconocido a uno de ellos como un antiguo chófer de Martínez, un incondicional de él y al otro creo haberle visto tiempo atrás de gorila en una de sus fiestas.

-      ¿De gorila?

-      Antes del accidente asistía, cuando no había más remedio, a las fiestas mundanas que le gusta organizar. Los “gorilas” se encargan de llevar a casa a los invitados pesados. Martínez cuida muy bien a sus invitados siempre y cuando no le contradigan.


Asunción cree haber oído bastante y marca el número del hotel en Cangas que le ha dado Héctor quien toma buena nota de todo lo que le resume su mujer .


-      Gracias mi amor por todo, voy a ponerle a Bonilla al tanto.  Llamo ahora mismo, vamos a tener que hablar con Fernanda , un beso para tí y los niños y ya sabes, te quiero y te echo de menos.

-      Ya lo sé, yo también aunque voy a tener compañía. María duerme ya en nuestra cama. ¡ Hasta luego!- dice Asunción colgando sin darle tiempo a Héctor a responder de nuevo.


Minutos más tarde suena el teléfono y Fernanda habla directamente con Héctor y se disculpa por haberles ocultado las llamadas de Martín.


-      Lo siento de verdad. Anoche dijo que hoy me llamaría, que volvía a casa y que el peligro no venía del lado que se temía pero que estaba cerca de mi y que tuviera mucho cuidado  No ha vuelto a ver a los hombres y en la aldea en la que se encuentra apenas sube nadie. Por favor suban muy temprano, tengo el presentimiento que algo ha fallado. Los hombres me siguen ahora a mí y vigilan nuestra casa.

-      No se preocupe Fernanda, en cuanto amanezca subiremos y usted haga caso a mi mujer, no regrese mañana sin que nuestro amigo Vallejo le acompañe.


Bonilla, que ha podido seguir la conversación, al mantener el auricular Héctor entre los dos, es quien comienza a opinar.


-      Vaya con Martínez Prada, va a ser difícil probar su motivo.

-      ¿Tú crees que el querer liquidar la sociedad fue el motivo del accidente?- le pregunta Héctor

-      Fernanda lo sospecha, según le ha contado a Asunción.

-      Sí pero no termino de verlo muy claro.

-      ¿Dudas de las palabras de Fernanda o dudas de Fernanda? Te recuerdo que la tienes en tu casa.

-      No dudo de ella, no es eso. Asunción no se deja engañar tan fácilmente, ella la cree pero yo..!joder! no consigo ver el rompecabezas completo.

-      Repasemos su historia según el resumen de tu mujer mientras nos bebemos estas cervezas – dice Bonilla

-      Empieza pero no te enrolles mucho que hay que madrugar mañana – contesta Héctor.

-      Fernanda es hija de unos diplomáticos que fallecen cuando ella tiene 14 años. Se cría con su abuela, algo bohemia de ideas muy avanzadas, que le anima a estudiar en la Universidad. Trabaja como traductora para una editorial catalana  y cuando fallece su abuela cambia de aires. Mediante un buen amigo consigue una entrevista de trabajo con Martínez Prada en Madrid. Fernanda deja su Ibiza natal y se muda a Madrid.

-      Al llegar a la editorial- sigue Héctor-  es Manuel Villanueva, un alma solitaria, joven, de buen ver, huérfano y con dinero, quien la atiende en ausencia de Martínez Prada y el flechazo tiene lugar aunque tardan unos meses en admitirlo y en pocos meses se casan. Fernanda sorprende a Martínez recomendándole que se case con capitulaciones y separaciones de bienes pero Manuel no está de acuerdo y en contra de los deseos de su mentor nombra heredera universal a su futura mujer y a los hijos que nazcan. En el testamento hay una cláusula que menciona a Prada como heredero en caso de fallecimiento de Fernanda sin haber tenido hijos. Se casan y Martínez Prado es el padrino, delante de Fernanda todo son sonrisas pero ella les sorprende, tanto en la editorial como en su casa enredados en grandes disputas. Unos meses antes del accidente Manuel quiere comprarle a Prado sus acciones. quiere liquidar la asociación y seguir solo con la editorial pero Martínez se niega y por arte de magia Manuel cambia de opinión y mes más tarde la fiesta para celebrar el embarazo y el accidente ¿qué cambia?

-      Todo. Manuel fallece, Fernanda sobrevive pero pierde el bebé y Martínez actúa desde entonces como si fuera el dueño aún siendo Fernanda la accionista mayoritaria. ¿Por qué ahora intentar algo de nuevo? – dice Bonilla

-      Por Martín. Quizá Fernanda quiera casarse y Martínez tema el cambio – contesta Héctor.

-      Puede ser, quizá Fernanda esté embarazada y la película se repita.

-      Es posible – contesta Héctor terminando su cerveza – pero ahora no podemos hacer nada, salvo dormir y levantarnos bien temprano.

-     Tienes razón Héctor, mañana a las 6 nos ponemos en camino. Hasta mañana.

-     Buenas noches – dice Héctor cerrando la puerta de su habitación y sacando su pijama del pequeño bolso de viaje se mete en la cama tras una visita al cuarto de baño.

En Madrid, Fernanda continúa hablando con Asunción aún un rato y le confiesa que tiene dos faltas. Aún no le ha dicho nada a Martín ni a nadie, ella es la primera en oírlo. Está llena de alegría pero al mismo tiempo tiene miedo de perder este niño igual que el anterior.


-      ¿Has ido ya al médico? – pregunta Asunción.

-      No, todavía no. No sé, no me fío. Mi médico y Martínez Prada se conocen desde niños. El fue quien me lo recomendó cuando me quedé embarazada la primera vez y ahora, de nuevo, llámame paranoica si quieres, pero no me fío de Martínez ni de sus amigos.

-      Yo conozco un ginecólogo muy bueno, el que llevó el embarazo de mellizos de mi amiga Aurelia. Aurelia es la mujer del abogado Olavide y este podrá ser uno de los abogados de Martínez pero yo pongo la mano en el fuego por su honradez, de él me fío tanto como de mi marido.

-      ¿No es eso muy fuerte?

-      Quizá te lo parezca pero no. Bonilla, Olavide, Vallejo y su mujeres son nuestros mejores amigos y todos ellos responderían por nosotros de la misma manera que yo lo hago ahora por ellos.

-      La verdad es que a Olavide no le conocía. No es un abogado que lleve cosas de la editorial, según me dijo el mismo Martínez,  le consultó hace un año sobre unas tierras que heredó de su padre en Valladolid. Más no sé. La verdad es que me extrañó que acudiera a él y no a uno de los de la editorial por eso mi recelo ante Vallejo y Bonilla. Pensé que podía ser otro más de sus amigos.

-      Te equivocaste, te lo aseguro Fernanda pero díme ¿por qué , si desconfiabas de ellos guardaste la tarjeta de mi marido?

-      Bonilla junto con tu marido me pareció diferente, ya sé que es absurdo, no sé, quizá el ambiente, mis miedos , lo que fuere, pero en mi casa no les vi tan enemigos y tu marido tiene algo en la mirada que me inspira confianza, Bonilla también, me recuerda un poco a mi primer marido. Cuando vi como me dejaba la tarjeta encima de la mesa, por si me acordaba de algo, supe que sabían que les había mentido pero que llegado el momento podía confiar en ellos. ¿Crees que estoy loca?

-      No, de ninguna manera. Creo que estás asustada, que has pasado por un infierno y que ahora que estás en una nube muy prometedora no vas a consentir que te bajen a la fuerza y haces bien.

-     Exacto. Con Martín me siento segura, a su lado me es indiferente como me mire la gente. Ya no me duelen las miradas de lástima o las de asco, me es igual, con él me siento completa. Mis cicatrices desaparecen cuando me besa y me acaricia y esta sensación de amor es mayor aún que la que sentí junto a Manuel. ¿Te lo puedes imaginar?

-     Sí, mejor de lo que tu crees. Yo también tuve un amor nada más llegar a Madrid que terminó en amistad después de haber pasado por una gran desilusión. Héctor también pasó por una situación muy difícil antes de conocerme y ya ves, vamos camino de cumplir 16 años juntos, 16 maravillosos años llenos de amor, de un amor que crece cada día.

-    Se nota, quiero decir que aunque no os he visto juntos, este salón irradia esa felicidad y que tus hijos son dos niños felices se ve a la legua. Gracias Asunción por tu hospitalidad.Jamás lo olvidaré.

- De nada pero si seguimos hablando mañana vamos a parecer dos zombies. ¿Te apetece un vaso de leche caliente antes de acostarte?

- Si no es molestia sí, siempre tomo uno antes de irme a la cama.


Media hora más tarde Fernanda duerme en la cama de María y Asunción se mete en su cama con cuidado de no hacer ruido para no despertar a su hija que duerme a piernas suelta y ocupa la mitad de la cama.

 En el hotel de Cangas tanto Bonilla como Héctor ya están durmiendo mientras Martín, ajeno a todo lo que está pasando en Madrid  sigue soñando con Fernanda sin sospechar,  que dentro de unas horas,  unos golpes secos en la puerta le sacarán del sueño profundo en el que ha caído.