En la exclusiva urbanización en la que
Martínez Prada tiene su casa, las calles están desiertas, las farolas iluminan
con su luz anaranjada las principales calles y el guardia de seguridad regresa
a su garita tras su última vuelta. Todo está tranquilo, el maullido de los
gatos y la respuesta de algún perro rompen de vez en cuando la
monotonía. La mayoría de sus habitantes duermen, como ha podido comprobar,
excepto en casa de Martínez Prada, allí las luces del salón permanecen
encendidas y no se apagarán hasta altas horas de la madrugada.
El guardia de seguridad no se sorprende
demasiado. Conoce al mayordomo y al chófer, los dos ocupan las
habitaciones colindantes al garaje y esa misma tarde, su compañero del turno de
tarde, le había advertido de la seña que le hizo el chófer al entrar en
la urbanización de regreso de Aravaca.
En efecto, al salir de casa de Fernanda y
subirse al coche despotricando a la señora, presintió la tormenta y en cuanto
pudo se lo comentó al mayordomo y al de seguridad.
Carlos Martínez Prada - como el chófer se
temiera- pasea gruñiendo, gesticulando y hablando consigo mismo a lo largo y
ancho de su recargado salón, en plena soledad, embutido en su pijama
de seda, con una copa en la mano y la botella en la otra ..!Maldita sea!
¡Inútiles! ¡Rodeado de idiotas! ¡Traidores!...
Si la conversación con Fernanda le amargó el
resto del día, la llamada de sus hombres, poco antes de las nueve, es la gota
que hace rebosar el vaso de su poca paciencia. ¡ Inútiles! ¡son todos
unos inútiles!..
Martín les dio esquinazo en La Coruña y ahora
Fernanda les ha hecho lo mismo ¿desde cuándo sus mejores hombres se han vuelto
unos inútiles?
- ¡ Es inaceptable e imperdonable!
Volved de nuevo a la casa y montad guardia, avisadme en cuanto veías que regresa
y con quien lo hace. Es vuestra última oportunidad.
Les gritó a sus dos hombres de confianza
através del teléfono y ahora, pasada las tres de la madrugada, sin que hayan
vuelto a llamar y sin que los calmantes le hagan efecto los improperios siguen
saliendo de su boca. ¡Maldita Fernanda! ¡Ojalá se hubiese consumido en el coche
junto a Manuel!, ¡Ojalá el conductor del otro coche no le hubiera forzado a
jugar a ser el héroe obligándole a improvisar! ¡Salvó a Fernanda! ¡Maldita sea
una y mil veces más!!Maldita la hora en que vio a Martín! ¡Malditos todos!
Repite como en letanía sin parar y lanza la copa de ginebra al suelo, la
botella después, regresa al mueble bar, se sirve otra copa que estampa
igualmente, tira la botella.. el patrón se repite tres veces más y ahora es él
quien da con sus huesos en el suelo.
El ataque le dura como una media hora, sobre
la alfombra de nudos, exhausto,
sudoroso y con la mirada perdida, entre los cascos rotos y el alcohol
derramado, permanece inmóvil hasta las seis de la mañana, cuando su mayordomo
entra, apaga la luz y sin acercase a él cierra la puerta, se sienta sin
hacer ruido en la sala contigua y espera a que el señor se levante
por sí solo y suba a su habitación como suele hacer siempre...
A casi 500 kilómetros de Las Rozas y sin
hacer ruido Héctor y Bonilla abandonan el hotel en silencio para
subir a la aldea en busca de Martin. Nada saben de la aldea, no se han atrevido
a preguntar en el hotel y lo poco que conocen es lo que Gustavo les contara.
- ¿Has dormido bien? – pregunta Bonilla
poniendo el coche en marcha.
- Me temo que como tú, nada. Me he
pasado toda la noche pensando cómo vamos a encontrar la casa si Martín no ha
dejado el coche a la vista.
- ¿Crees que lo habrá escondido?
- ¡Hombre! Me parece lógico que haya
tomado precauciones. Si está aquí es porque sabe que alguien le busca y además
Fernanda le ha contado que nos han contratado. El no sabe de que lado estamos.
- Quizá tengamos la suerte de los buenos
y el elemento sorpresa esté de nuestro lado. Yo he pensado dejar el coche antes
de llegar a la aldea y seguir a pie. Podemos observar las chimeneas de las que
salgan humo y llamar puerta por puerta con la excusa de que el coche se nos ha
estropeado y que estamos perdidos. ¿Tienes tú otra idea?
- No, no se me ocurre nada mejor.
Al viejo matrimonio de la aldea sí se les
ocurre de madrugada, alertados por el mensaje que reciben en la radio,
despertar a Martín, golpeando con
una pala la vieja puerta de madera con entramado de hierro, al tiempo que
gritan su nombre.
- ¡Martín! Martín! Despierte. Vienen a
por usted.
En el interior de la casa
Martín, temeroso de estar en medio de una pesadilla comienza a sudar
y se tapa la cabeza con la manta pero el ruido de los golpes le
confirma que no es un sueño y apartando la ropa salta de la cama y corre a la
puerta.
- ¡Vamos! No pierda el tiempo, recoja
sus cosas y venga a nuestra casa, allí estará seguro. Nosotros tomaremos la
palabra, le esconderemos hasta que venga mi hijo..! ya está de camino!.
Aturdido y sorprendido por la energía del
matrimonio Martín coge su maleta y corre tras ellos hacia la casa. Una vez en
ella y ante una taza de café, recién hecho, abre la boca.
- ¿Quién viene? ¿Por qué me tengo que
esconder?
- Mi hijo nos ha mandado un aviso por
radio. Anoche llegaron dos hombres a su hotel . Son de Madrid y no tienen
aspecto de excursionistas pero preguntaron si podían desayunar a las seis porque
querían hacer senderismo por las aldeas.
- Mi hijo – continua la mujer – les oyó
hablar de una tal Fernanda y el más joven tenía en la mano un libro escrito por
Andrés Laguna. Andrés es el nombre de tu abuelo y Laguna es mi segundo apellido
y era el primero de tu abuela.
- Entiendo y ¿ su hijo viene de camino?
- Sí, ha salido al mismo tiempo que los
dos forasteros, les viene pisando los talones.
- Si esos dos hombres son los detectives
que decía Fernanda se darán cuenta enseguida de que su hijo les sigue.
- Mi hijo conoce caminos que ellos no
conocen.
- ¿Por qué se toman tanta molestias por
mi?
- Somos familia y no hay más que hablar.
Media hora más tarde Bonilla aparca el coche
a un kilómetro de la aldea en un recodo del camino y saca del maletero unas
botas de senderimo para Héctor y para él. Apoyándose en unos palos
gordos a modo de bastón prosiguen el camino a la aldea.
- Juraría que alguien nos sigue –
comenta Héctor mirando a su alrededor.
- Te creo – dice Bonilla- es la misma
sensación que tengo yo desde que tomamos esta carretera.
- Sin embargo no nos ha seguido ningún
coche.
- Que nosotros hayamos visto no, pero
eso no quiere decir nada, Héctor.
- Es cierto, nuestro radio de acción es
la ciudad y aqui estamos perdidos..!Mira! ¿Has visto ese movimiento?
- Sí, es una persona y ha corrido en
dirección a esa casa, a la primera que se ve desde aqui.
Héctor y Bonilla comienzan a hacerse señas
mientras se aproximan a la casa mencionada e inspeccionan el lugar.
La aldea parece abandonada, sólo de una casa sale humo y en contra de
lo que se pensaban el coche de
Martín está bien a la vista. El capó semiabierta les confirma que su dueño debe
encontrarse muy cerca.
- ¿Necesitan algo? – oyen los dos decir
detrás de ellos.
- ¡Qué sorpresa! ¿No es usted el
propietario del hotel?- exclama Héctor volviéndose despacio llevando la mano
derecha a su pistola.
- En efecto ¿Pueden explicar su
presencia aqui?
- Podemos – contesta Bonilla quien
tampoco separa su mano de la cartuchera- ¿y usted puede explicar por qué nos ha
seguido?
- Aqui viven mis padres y no estamos en
verano. Las visitas a estas horas y con este tiempo son sospechosas. ¿Qué hacen
aqui?
- Esta bien – dice Héctor – buscamos al
dueño de ese coche. Su compañera está muy preocupada, lleva unos días sin tener
noticias suyas ¿satisfecho?
- No, todavía no me han dicho quienes
son ustedes.
- Creo que lo sabe muy bien, usted ha
visto nuestro DNI y...
Héctor no termina su frase, la presencia del
matrimonio de ancianos, como salidos de la nada y de Martín detrás de ellos le
hace guardar silencio.
- ¡Yo soy el dueño del coche! Mi nombre
es Martín Narváez ¿ Qué le han hecho a Fernanda, dónde está?
- Nadie le ha hecho nada, de hecho está
en mi casa esperando que usted la llame ¿No podríamos hablar de todo ésto en el
hotel?
- ¿Son ustedes los detectives que
contrató Martínez Prada?
- Somos los detectives contratados por
el sr. Prada y por la propia Fernanda – puntualiza Bonilla – aunque ahora
nuestro único cliente sea la sra de Villanueva. De nosotros no tiene que temer
nada. Regresemos al hotel, por favor ¡Aquí hace un frío de carajo! ..además no
hemos desayunado.
- De acuerdo, les creo- contesta Martín
Sorprendidos ante la poca resistencia de
Martín, Bonilla y Héctor regresan al hotel y a los pocos minutos, como les
prometiera llega Martín con el viejo matrimonio, que desconfía de los
forasteros y no quieren dejar a su familiar solo. En la cocina el propietario
ordenar el desayuno y se encarga de llevarlo a la mesa en donde están sentado
los detectives. Entre sorbo de café, tostada con mantequilla, magdalenas recién
hechas, queso y pan candeal la confianza va ganando espacio. Al término del
desayuno el viejo matrimonio se despide de Martín y regresa a la aldea. Cuando
los familiares se van Martín les cuenta los motivos por los cuales dejó
Argentina y la razón de no haber bajado a llamar a Fernanda.
- Dentro de una hora llamaré a mi
casa – dice Héctor – primero hablaré con mi familia y después tiene la línea
libre para hablar contárselo todo a Fernanda.
- Gracias Héctor y por cierto ¿ han dado
ya con esa persona que se parece a mi?
- Sí, sí. La Interpol ya le
tiene localizado y en cuanto el barco llegue a su destino será entregado a las
autoridades portuguesas. Fernanda estaba segurísima – sigue hablando Bonilla-
de que Gonzalo Prieto y usted no eran la misma persona pero temía que alguien
le confudiera y por eso se dejó convencer por Martínez Prada.
- Y sigue confiando en usted a todos los
niveles – dice Héctor.
- Y yo en ella y...no tengo perdón, la
he hecho sufrir innecesariamente.
- ¿ Por qué se torturas tanto con lo de
cobarde? – le pregunta Bonilla
- Porque siempre he tenido miedo a los
golpes. Mi madre falleció cuando yo era muy pequeño y me crió mi abuela. Mi
padre estaba siempre en la fábrica o en reuniones del partido y nunca eludía
una buena contienda. Más de una vez le trajeron a casa lleno de golpes por el
mero hecho de haber salido en favor de alguien y yo, en lugar de sentirme
orgulloso sentía miedo, miedo de que al día siguiente los hijos de los que le
pegaron vinieran a por mi en lugar de hablar las cosas como mi abuela
decía...crecí pues, huyendo de los conflictos violentos y hasta quise ingresar
en un seminario. Mi padre me quitó la idea, creo que fue el único verano que
pasó con mi abuela y conmigo. El era un hombre de acción y yo era un hombre que
prefería la palabra a los puños. Me dijo que los dos eran necesarios y que a mi
manera podía ayudar tanto a la causa como cualquier sindicalista.
- ¿Y fue así? – se aventura Bonilla a
preguntar aprovechando la pausa de Martín.
- Sí, me matriculé en la facultad y en
mis horas libres enseñé a leer y a escribir a los hijos de las familias más
humildes que me destinaban y ayudé en la redacción de los textos de los
boletines pero sin hacerme del partido. Mi padre respetó mi pacifismo y me
aficioné a la naturaleza. Solía perderme los fines de semana por los alrededores
de Córdoba, por su parques naturales y así surgió la idea de escribir
una guía de viaje y..
- Perdona que interrumpa Martín – dice
Héctor – entiendo lo que dices pero eso no es ser cobarde y además ¿por qué no
lo iba a entender Fernanda?
- ¿Después del acto de valor y coraje
que demostró Martín en su accidente?
- ¡Alto ahí! – dice Bonilla ¿ quién
alaba esa acción..Fernanda?
- No, no, el mismo Martínez Prada, no
deja de repetirme últimamente que Fernanda necesita un hombre que sepa sacarla
del fuego si es necesario, figuradamente claro, siempre añade.
Héctor hace ademán de hacer una pausa y
propone salir lo antes posible para Madrid. En el camino pueden seguir
hablando. Martín se levanta y acompaña a Héctor al despacho de su primo para
llamar por teléfono mientras Bonilla sube a recoger el equipaje y paga en
recepción la cuenta.
La conversación con Fernanda le sienta bien a
Martín y de camino a Madrid les cuenta como conoció a Martínez Prada y cuando
comenzó a recibir, de forma muy informal,
el consejo de alejarse de Fernanda.
- Asi que se lo presentaron en una
reunión cultural en la embajada en Madrid – comenta Bonilla.
- En efecto, acababa de llegar a Madrid
y me hospedaba en casa de uno de mis pocos amigos de la Universidad de Córdoba.
Miguel y yo compartíamos nuestro amor a la naturaleza y las ganas de recorrer
mundo. Cuando el se licenció se lío la manta y vagó por varios países hasta
recalar en Madrid. Aqui conoció a la bella hija del agregado cultural e
indirectamente entré a formar parte de un pequeño círculo que curiosamente
conocía mi guía de los parques naturales en Córdoba. En una de esas reuniones
me presentaron a Martínez Prada como escritor a mí y a él como editor.
Comenzamos a hablar y a los pocos días me invitó ir a la editorial. Tenía una
propuesta de trabajo que hacerme.
- ¿No se interesó por los motivos de su
llegada a España? – preguntó Héctor.
- No, no me preguntó nada. Miguel si lo
sabía y supuse que algo le habría contado pero tampoco se me ocurrió
preguntarle. Miguel acababa de
mudarse a Barcelona para trabajar en la embajada. Aunque dejó un mes pagado del
alquiler del piso, el día en que me llamó Martínez Prado, estaba ya buscando
otro piso y trabajo asi que corrí a la editorial.
- Y la propuesta ¿ en qué consistía? –
vuelve a preguntar Héctor.
- Sabía por Miguel que yo
era licenciado en economía además de escritor y le venía como agua de
mayo, me dijo. Necesitaba a alguien para revisar los asuntos económicos de los
proyectos con otros socios, tendría que visitar a los clientes por toda España,
de ese modo podría hacer turismo y si me animaba tenía la publicación asegurada
de una futura guía de viaje. Me pareció bien y asi empecé con él. Una semana
más tarde me invitó a una fiesta muy pintoresca en su casa y allí vi a
Fernanda. En seguida me puso al tanto de su trágico accidente, de la muerte de
su marido y de que desgraciadamente no llegó a tiempo para salvarlo, sólo pudo
sacar a Fernanda del coche. Me aconsejó que no la mirase, que era su primera
salida después de tres años de duelo y aún no estaba apta para mantener
conversaciones sociales.
- Pero el consejo
fue inútil ¿no? – preguntó Bonilla
- Sí, quizá si no me hubiese dicho nada
hubiera rehuido su mirada que me buscaba sin cesar. El resto ya lo
conocéis. Nos volvimos a ver, me dio su teléfono y empezamos a quedar sin
escondernos de Martínez. Fernanda volvió a la editorial, me fui a vivir con
ella y Prada parecía alegrarse por nosotros. Hasta días después de mi
cumpleaños.
- ¿Qué pasó?
- Fernanda le comentó que estábamos
planteándonos el casarnos dentro de unos meses y aunque reaccionó bien, al
menos en ese momento, dos días más tarde, antes de salir de viaje para Galicia
me dijo que no creía que yo fuese hombre para Fernanda, que ella necesitaba héroes
y en lugar de gallinas, figuradamente, claro.
Al oír eso me quedé mudo, pensé que
quizá reaccionaba como un padre celoso pero Martínez no era su padre y tampoco
estaba interesado sentimentalmente en Fernanda. Como fuere no le di importancia
y me marché sin contestarle. A los pocos días de llegar
a Galicia noté que me seguían y los fantasmas del pasado se
apoderaron de mi.
A las cuatro hora de camino, y tras haber
hecho pequeñas paradas, buscaron un restaurante para comer y llamar de nuevo a
Asunción y Fernanda. Bonilla le contó a Martín la sospecha de ellos, compartida
por lo que sabían con Fernanda, de que el accidente de Manuel fue apañado por
Martínez pero no podían probarlo.
En Madrid, Fernanda sigue en casa de Asunción
esperando a que Vallejo venga para llevarlas a la casa que Bonilla tiene en la
sierra. Allí se van a reunir con Martín y Olavide también acudirá como les ha
pedido Héctor.
María por su parte, lleva a Daniel a casa de
Javier y desde allí se va a casa de Suzanne. Su padre le ha dado permiso para
pasar el domingo en casa de la familia White e ir a esperar a Tim al aeropuerto
el lunes de madrugada.
¡Muy buena historia...! la verdad es que se ha ido complicando un poco, pero todo se termina arreglando tras unos momentos de intriga... ¡enhorabuena, y se ve que estás mejor y completamente recuperada...! ;) :)
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