jueves, 12 de julio de 2012

En tiempos más serenos. (Primero)

(Publicó aqui el primer relato de la triología basada en Amar en Tiempos revueltos. El segundo relato y el último ya estaban publicados en el blog.)


Capítulos : del 1 al 7





EN TIEMPOS MÁS SERENOS

1.

Madrid, 16 de diciembre de 2009, 4 de la tarde, hace frío en la plaza, entro en la cafeteria que hay en el local que en otros tiempos fuera conocido como el bar El Asturiano y me siento en una mesa cerca de la ventana, quiero ver bien la plaza y ordenar mis ideas.
Hoy hace exactamente 57 años que nació mi  madre, en una casa de esta Plaza de los Frutos de la que tanto me han hablado, aunque mamá nunca tuvo la oportunidad de corretear y juguetear  por ella y sólo la conozca por refererencias, fotos y dibujos.

Sobre mi mesa, al lado de mi taza de café,  tengo las dos fotografías que sirvieron a mi bisabuela para relatar a mi madre la historia de nuestra familia.
Son dos fotografías de esta plaza, una de 1950 y otra de 1952 unas semanas después de que naciera mi madre.
Me contaron que la primera la hizo Sole, la misma Sole que alquiló a mi abuela Teresa el local para su tienda de moda y complementos.
La segunda la hizo mi abuelo Héctor para inmortalizar el primer paseo en cochecito de mi madre, de su hija Ana.

Miro las fotos y casi no reconozco la plaza, los años no han respetado su fisonomía y donde antes debió estar la casa donde vivieron mis abuelos, hay un auditorio de música y la tienda de moda de la abuela ha dado paso al garage del auditorio. 
He preguntado por el dueño de la cafetería, tengo curiosidad por saber si él recuerda algo del Asturiano y de su familia pero me dicen que está de viaje. Nada de lo que veo coincide con las memorias de mi bisabuela o de mi abuela.
Las horas han pasado sin apenas darme cuenta, echo por hoy una última mirada a la plaza y pago mi café.
Hemos llegado esta misma mañana a Madrid, a España y la diferencia horaria empieza a hacer mella en mí.
Debo volver al hotel y tratar de dormir algo. Mañana volveré a pasar por esta plaza, pero no lo haré sola, me acompañaran Teresita y Beatriz.


2

Madrid, 17 de diciembre de 2009. 8 de la noche. He vuelto a la Plaza de los Frutos. Teresita y Beatriz me han acompañado un rato. Hemos paseado hasta donde estaban los almacenes de la tita Ana, la madrina y tía de mamá. He reconocido el sitio, no porque ahí esten los almacenes, viendo pasar el tiempo, no, sino porque en la fachada del edificio, una placa de cobre recuerda a Ana Rivas, por haber donado el solar para levantar en él la fundación de ayuda a discapacitados.

Ana Rivas, mi tía abuela a quien sólo he visto dos veces en mi vida, y a la que dentro de unos días volveré a ver. Mi tía llevó durante un tiempo la carrera de boxeo de mi tito Alfonso, su marido, el hermano de mi madre, y  campeón de España de boxeo en 1952.
La tita fue también una gran amiga de mi abuelo Héctor y la amiga inseparable de mi abuela Teresa.
Mi bisabuela Carmen siempre sintió un gran cariño por su nuera Ana y a mi abuelo Héctor le adoraba.

Entro en el edificio, Beatriz y Teresita se han vuelto al hotel; el destino ha querido que ahora sea yo, Carmen Fernandez Perea, hija de Ana Perea García y Carlos Fernández quien a partir del 3 de enero del 2010 sea una más de la plantilla, seré la nueva psicóloga terapeútica de la fundación.
 Nadie sospecha mi parentesco con Ana Rivas, para el director de la fundación sólo soy una venezolana de origen español que viene a trabajar a España.

No lejos de aquí queda la calle donde vivieron mi tita Ana y mi tito Alfonso, las viviendas de ese inmueble eran en aquellos tiempos sólo para ricos. Algunas cosas no cambian, hoy como ayer esas viviendas siguen siendo para potentados.
Beatriz y yo queremos ir mañana a ver una vivienda cerca de donde mi abuelo Héctor tuvo su despacho de detective. Necesito quedarme en este barrio, necesito, aunque ya nada sea igual, pasear por sus calles y sentarme a soñar en la cafeteria de la Plaza de los Frutos.

3

Madrid, 18 de diciembre de 2009, 9 de la noche, hoy he tenido un día muy ajetreado.
Beatriz y yo hemos ido a visitar el colegio para Teresita, después acudimos a ver la vivienda que queremos alquilar. Es un 4º piso, exterior, en un edificio de los años 60 a dos cuadras, como decimos allá, de la Fundación y frente a la casa de 1898 en la que el abuelo tenía su despacho.
Hemos tenido suerte, a veces pienso que el abuelo nos guiña un ojo y nos acompaña con su sonrisa desde donde quiera que esté y la abuela nos aplaude.

Después de comer algo y hacer algunas compras fui con Teresita a cumplir con lo que más quería pero también lo que más me asustaba.
Madrina, como mamá la llama, vive en una casa de dos plantas con un hermoso jardín, en el barrio del Viso, en una casa grande, muy grande,  rodeada de recuerdos y fotos de su familia y de mi familia. Una doncella nos abre la puerta y nos acompaña al saloncito  donde está la enfermera de mi tía abuela.
La señora acaba de despertarse, nos dice,  y nos pide que aguardemos unos momentos.
Al cabo de unos cinco minutos viene la doncella a buscarnos para llevarnos a la salita en la que se encuentra la tía. Es una salita que forma parte de un dormitorio muy amplio y luminoso, y allí está ella, sentada en un sillón relax, modelo Dante, con la cabeza ergida y elegante. Han pasado los años pero éstos no han podido con su porte distinguido del que tanto hablaba la bisabuela, según me contaba mi madre.
Ana Rivas está lúcida para su avanzada edad y conversamos como si nos conociésemos de toda la vida. Teresita nos mira asombrada, a sus cinco años presiente que este encuentro es importante aunque no alcanza a imaginarse el porqué.

4

Madrid 19 de diciembre de 2009, hoy es sábado, son las 6 de la tarde, Beatriz ha salido con Teresita, iban a dar una vuelta por la Plaza Mayor, querían comprar cosas de navidad para nuestro piso.
El próximo martes nos mudamos a la vivienda, el contrato de alquiler ya está firmado, la casa está amueblada y nuestra entrada es inminente.
He hablado por teléfono con mamá, aún se muestra reticente, pero creo que la convenceré y a mediados de marzo ella también dejará Venezuela y volverá a la ciudad que la vió nacer.
Hemos hablado del encuentro con la tía Ana y mamá tiene muchas ganas de volver a ver a su madrina. La última vez fue en el entierro de los abuelos, en Venezuela, desde entonces no la hemos vuelto a ver.
Mamá siempre ha querido regresar a España pero las circunstancias no lo permitieron y la muerte de los abuelos se lo puso muy difícil.

Yo tenía 11 años cuando fallecieron, un terrible accidente de tráfico acabó con ellos, acabó con 34 años de vida en común, de estar siempre el uno al lado del otro, de anteponer su mutuo amor y fidelidad a las diferencias que podían surgir entre ellos; nunca olvidaron la promesa que un día se hicieron, luchar por ellos contra todo y contra todos. El accidente acabó también con el secreto mejor guardado de mi abuela.. Mis recuerdos son todos buenos, mi abuela cariñosa con todos, con sus prontos y con su ternura, con sus libros y sus obras benéficas. Mi abuelo, con su sonrisa que abría puertas y a nadie dejaba indiferente, con su comprensión y con su sentido de la justicia y el instinto de policía y detective que nunca le abandonó en la vida. Fueron una pareja feliz, tuvieron sus momentos menos buenos pero supieron ser felices el uno con el otro. Su muerte repentina sorprendió a máma en pleno divorcio de papá y la sumió en una gran depresión.
Mi madre les adoraba, ellos la adoraban a ella y yo crecí junto a todos ellos, en la casona de Venezuela que un día comprara Simón cuando la bisabuela Carmen y los abuelos llegaron a Venezuela com mamá.
  
5

Madrid 20 de diciembre de 2009, son las 10 de la noche, Teresita ya duerme y Beatriz está chateando con su hermano en Caracas.
Hoy no hemos hecho nada especial, hemos pasado un domingo muy familiar, salimos a comer, más tarde  entramos en los grandes almacenes de la calle Preciados, después fuimos al cine y ahora estoy de nuevo con mi diario en la mano y sigo con mis recuerdos.

Cuando el notario citó a mamá, tras el accidente de los abuelos, le entregó un sobre, dentro de él había dos cartas, una para mamá y otra carta lacrada  a mi nombre, que yo debería abrir al cumplir los 18 años.
Nunca olvidaré ese cumpleaños ni el contenido de la carta. La abuela me contaba cosas que nunca a nadie había contado pero que me hicieron comprenderla todavía aún más.

La abuela y la tía abuela habían sido grandes amigas, amigas del alma, amigas inseparables hasta que un día, el abuelo al llegar a casa se la encontró llorando desconsoladamente.
El abuelo nunca llegó a entender que había pasado para que las dos amigas dejasen de hablarse durante mucho tiempo y después, aunque volvieron a hablarse nada fue como antes.
El abuelo por aquel entonces, por ser fiel a su idea de la justicia, renunció a su cargo de comisario y abrió un despacho de detectives, más tarde se le uniría un ex-policía como él y llegarían a ser muy conocidos y reconocidos.
El abuelo Héctor sentía un gran cariño por Ana, era su concuñada, como el mismo decía, pero también su amiga.
Ni el coma del bisabuelo Pascual ni los problemas del tío Alfonso consiguieron que la abuela cambiase de actitud.
 El nacimiento de mamá dió paso a una reconciliación. Fue idea de la abuela, ante el asombro de todos, la de poner a mamá el nombre de Ana y pedirle que fuese la madrina.

Tras la muerte del bisabuelo Pascual y después de mucho pensarlo la familia decidió venirse a Venezuela y aceptar la invitación de Simón, el gran amor de mi bisabuela Carmen.
Los abuelos, por diferentes motivos, estaban en el punto de mira de gente que podía hacerles mucho daño y tomaron la nada fácil decisión de acompañar a la bisabuela a Venezuela. Mamá no había cumplido ni 7 meses cuando se embarcaron rumbo a un nuevo destino.
Antes de irse, la abuela y Ana tuvieron una conversación muy trascedental, y la abuela Teresa me hablaba de esa conversación en la carta.

6

21 de diciembre 2009. son las 3 de la tarde, he tenido que acercarme a firmar unos papeles a la fundación y ahora estoy en la cafeteria, en la Plaza de los Frutos.
Este es el mejor lugar para recordar la carta de la abuela, para volver a leerla antes de entregársela a la tía Ana.


<< Barcelona (Venezuela) 8 de enero de 1982

Querida Carmen, cuando leas esta carta será porque ya habrás cumplido los 18 años y tu madre habrá respetado mi última voluntad.
Desde que naciste me he sentido muy unida a ti de una forma inexplicable, era la única que podía calmarte cuando sin motivo aparente empezabas a llorar con todas tus fuerzas, volvías locos a tus padres y tan sólo te callabas en mis brazos.
Te he venido observando mientras crecías y estoy segura de que te pareces mucho a mí y por éso me atrevo a escribirte, sé que tú  me vas a entender.
Sabrás, porque lo has oído muchas veces, que tu tía Ana y yo éramos muy amigas y que estuvimos un tiempo muy distanciadas.
Antes de venirnos a Venezuela hablé con tu tía, fue una conversación como solía decir ella muy reveladora.
Nunca he querido saber realmente, si mi gran amiga del alma hubiera podido ser mi gran compañera en la vida, Ana era tan importante en mi vida como el abuelo, les quería a los dos y aunque eran amores diferentes tenía miedo del amor que sentía por ella, tenía miedo de perderla y nadie entendía mi miedo, no podía explicarlo y cuando apareció Rosa entre las dos, entre las hormonas del embarazo y el problema del abuelo con su último caso como comisario, los celos y la rabia se apoderaron de mí.
Ana no me quería como yo a ella, Rosa y sus problemas eran más importantes que yo, justo ahora que era cuanto más la necesitaba y Ana no era consciente de ello. Quizá fue egoísmo de mi parte pero no quise oir explicaciones y pensé que cortando con ella desterraba de mí vida su existencia.
Ilusa idea, ella era además de mi jefa mi cuñada. Puse la tienda, pero no por eso dejó de ser mi cuñada.
Cuando nació tu madre algo cambió en mí, no era justo que yo la privase de tener a su familia al completo y decidí hablar con Ana, pedirle que firmásemos la paz y fuese la madrina de su sobrinita.
Eso hicimos, pero los problemas de mi hermano con el boxeo, los de abuelo con sus casos que molestaban más de la cuenta a ciertas personas y la secreta que seguía sospechando que yo daba cobijo a prófugos, no permitieron que retomásemos nuestra amistad de siempre.
Antes de venirnos, en nuestra última conversación, nos sinceramos las dos.
Yo siempre sería para ella, me dijo, el amor que hubiera podido ser si hubiésemos nacido en otro país o en otro tiempo.
Yo no sabía, le dije, si lo que yo sentía por ella era ese tipo de amor pero sí que la sentía tan dentro de mí que me daba miedo, pero que siempre la tendría en mi corazón y en mis pensamientos.
Nos abrazamos largamente y nos despedimos con una sonrisa y un pacto: seguiríamos estando unidas en la distancia y por amor y respeto a nuestros maridos nunca volveríamos a hablar de nuestros sentimientos.
Nunca he dudado de mi amor por el abuelo, le quiero y le amo, nunca le he sido infiel y somos felices juntos, nos presentimos incluso cuando nos ocultamos cosas el uno al otro.
El abuelo es el mejor marido y padre que jamás hubiera podio soñar.
Ana ha querido mucho al tío Alfonso y su muerte le causó mucho dolor, le ha seguido siendo fiel y creo que siempre se lo será como yo al abuelo.
Carmencita, si Ana me sobrevive y tu tienes la ocasión de volver a verla cuando seas mayor, díle que nunca la olvidé, que siempre estuvo conmigo...y tú, pequeña, no tengas miedo de tus propios sentimientos y mira siempre adelante, si encuentras el amor en una mujer, bienvenido sea y si lo encuentras en un hombre también. Se puede ser feliz y renunciar a mucho por amor: en la renuncia a veces está la felicidad.
Si alguna vez tienes una hija, acuérdate de mí.
Un abrazo muy fuerte y no me olvides nunca.
Tú abuela Teresa   >>


7

22 de diciembre 2009, son las diez de la mañana, el sorteo de navidad ya ha empezado y las voces de los niños cantando los números llenan todos los rincones de España.
Hoy será el día de esperanza, un día de suerte y oportunidades para muchos...también para mí.
Ya estamos instaladas en lo que será nuestra casa. Teresita está encantada con su habitación, es la única que hemos tenido que decorar. El árbol de navidad ya luce con los adornos que compraron en la plaza mayor.
Por la tarde vamos a ir las tres, Beatriz, Teresita y yo a comer con la tía Ana.
Hoy le daré la carta como regalo anticipado de Navidad o como regalo muy atrasado de otras Navidades.
La tía me dijo el otro día que entendía que no hubiéramos podido venir antes y que se alegraba de que ahora estuviésemos aquí, de tener familia de nuevo y que sólo le pedía  al Señor que la dejase vivir hasta ver a mi madre de nuevo.
Quería que viniera hoy con Beatriz, quería conocer a mi pareja y está dispuesta a ayudarnos en los trámaites legales para contraer matrimonio. Después vendrá el reconocimiento de Teresita y dentro de poco será también legalmente hija de Beatriz.
España es para nosotras tres un nuevo comienzo como Venezuela lo fue para mi familia.
Nosotras vamos a poder hacer realidad nuestra historia de amor y compartirla abiertamente en el mismo barrio, en las mismas calles por las que mi abuela y mi tía pasearon cogidas del brazo como buenas amigas. Nuestra historia será un callado homenaje a todas aquellas mujeres que tuvieron que ahogar sus sentimientos porque la moral de la época lo consideraba impuro.
Beatriz está terminando su libro sobre la izquierda española y la editora está muy entusiasmada con su novela. Se va a titular “Nuestra libertad es la libertad de todos”.

Su novela es también un homenaje. Un homenaje a todos aquellos, hombres o mujeres que perdieron su vida por una causa y a los que vivieron y soportaron la represión.
Un homenaje a todas aquellas personas honradas que desempeñaron su trabajo en tiempos difíciles y supieron superar sus miedos y jugarse su puesto como mi abuelo Héctor. Un homenaje para los que tuvieron que dejar su patria.
Hoy, el camino es al revés, hoy regresan los nietos de los que se fueron o arriban nuevas generaciones a este país en busca de nuevos horizontes, porque hoy al igual que ayer, en muchas partes del mundo, sigue reinando la injusticia.

Seguro que pasamos un gran día con la tia Ana y luego escribiré más.

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