En la radio se
alternaban las canciones de las tonadilleras con las de los melenudos ingleses con
nombre difícil de pronunciar y las voces de jóvenes como Raphael y Adamo pero Asun no ponía atención. Había llegado la hora de ir a por Jesusín al
cole y ya iba tarde. En realidad se había levantado ese día con una gran
pesadumbre y después de llevar al niño al cole se había vuelto a casa. Toda la
noche sin apenas pegar ojo la estaba pasando factura pero ya no dudaba. No conseguiría olvidar a
Héctor por mucho que se viera con Gabriel . No era ya que su hijo la preguntase
todos los días por su padre y cuando iba a venir papá para quedarse con ellos, era ella misma la que no encontraría la paz interior que necesitaba si no volvía a intentarlo. Le
debía mucho a Gabriel o al menos asi lo creía hasta ayer, ahora ya no estaba
tan segura, nada de lo que hizo por ella fue por nada, este nuevo pensamiento
no se iba de su mente.
Como desde hacía una semana, Gabriel les salía al encuentro a la vuelta del cole y Jesusín
siempre reaccionaba igual, de repente le entraba dolor de tripita y quería
volver a casa corriendo. Hace dos días Gabriel, que siempre decía las palabras
adecuadas, lo que a ella le gustaba oír, le dijo a Jesusín que si no se le pasaba
el dolor habría que operarle por ser un niño mentiroso y que el mismo le
llevaba al hospital. Asun se quedó de piedra, confiaba que su hijo aceptase a
Gabriel como a un amigo y sabía que lo de la tripita era una excusa del niño y
lo mejor era no hacerle caso. La contestación de Gabriel no se la esperaba para nada y menos aún el tono como se lo dijo. La reacción de Jesusín tampoco fue la que
se esperaba, la patada que le dio en la espinilla a Gabriel también la dejó
desconcertada y no tuvo tiempo de decirle nada a su hijo pues al ver la mano
de Gabriel, cubierta con sus guantes negros de siempre, a punto de darle una
bofetada al niño le cogió del brazo con una mano mientras le fulminaba con la mirada. Gabriel dio media
vuelta y se fue. Al día siguiente, ayer, se encontró con ella mientras hacía la
compra y pidió disculpas de todas las
maneras posible. Se empeñó en acompañarla a casa y al llegar al portal la quiso besar. Gabriel ya la besó un día, fue un beso brusco y frío que ella sintió como un témpano y al que no reaccionó y él no volvió a intentarlo hasta hacia unos segundos. Ella esquivó la
cabeza y subió los escalones corriendo pero no pudo evitar que Gabriel la alcanzara, la agarrara del brazo, la mirase de forma extraña y le dijera que con él no se jugaba.
Jesusín ya sabía
que lo de los viajes no siempre era verdad, que su padre seguía en el hostal y
que a casa ya no subía si no era para recogerle a él. Jugaban en el parque y
compartían momentos en el despacho junto al tío Bonilla y aunque papá siempre
le decía que tenía que hacer caso a mamá, Asun sabía que su hijo, con respecto a
Gabriel, no había nada que hacer y menos ahora, después de lo de la casi torta.
No sabía como iba a reaccionar Héctor si se enteraba y confiaba en que Jesusín no
dijera nada pero no estaba segura. Cuando Bonilla le trajo a casa, después de
que Héctor le recogiera del colegio, apenas habló con él y nada más de darle la
cena al niño se acostó ella también pero no pudo dormir. Por su mente
comenzaron a desfilar todas las imágenes que había ahogado, que había archivado
y querido cerrar con llave en el rincón más apartado de la zona de los
sentimientos desde que todo empezó . Los desencuentros
pasaron a ser discusiones serias y se distanciaron sin remedio y anoche los
recuerdos de los tres juntos, de sus momentos de intimidad cuando Jesusín
dormía, las risas en el despacho, su complicidad y lo mucho que se querían
vinieron solos, no podía pararlos, ni con los ojos cerrados ni con los ojos
abiertos y además ya no quería vetarlos.
Asun se miró en
el espejo fugazmente se atusó un poco el pelo y mientras se ponía el abrigo con el bolso ya en su mano, cerró la puerta y corrió por
las escaleras. Antes de ir al colegio había quedado con Gabriel, tenía que
decirle que no la buscara nunca más, no ya por lo animosidad de
Jesusín hacia él ni por esa agresividad que había descubierto en el siempre
impecable, comedido y afable Gabriel, sino por ella misma, porque al igual que
le pasó hace casi cinco años , había intentado engañarse pero ya no podía,
seguía locamente enamorada de Héctor y tenía que decírselo, esa misma tarde.
Hablar con Gabriel, recoger a Jesusín e ir al despacho, pedir a Bonilla que
se bajara con el niño al parque y hablar con Héctor es lo que estaba dispuesta a hacer.
Jesusín, contento
de no ver a Gabriel a su alrededor iba silbando y llevaba en la mano los
dibujos que había hecho. Uno para su madre , uno para su padre y otro para su
tío Bonilla. La pared de la cocina del despacho se iba empapelando poco a poco
con los dibujos del niño mientras que en casa la puerta de la nevera tampoco se
quedaba atrás. A Asun le había cambiado la cara, sonreía a su hijo al tiempo
que sentía que se había quitado un peso de encima. La conversación con Gabriel,
en el Ateneo fue corta y concluyente. Le dijo que Héctor era el único hombre en
su vida, que siempre lo sería y que en realidad a él no le debía nada. Antes de
que Gabriel pudiera decir algo ella ya estaba en la calle y como si la hubieran
puesto alas no tardó nada en llegar al colegio de Jesusín.
Unos pasos más,
torcer la esquina y el primer portal, Jesusín ya se lo sabía de memoria , se
soltó de su mano y corrió por las escaleras mientras ella las subía sin prisa,
las alas habían desaparecido y en lugar de ellas unas mariposas comenzaban a revolotear
en su estómago.
Héctor se levantó
a abrir la puerta al oír los golpes con los nudillos en la puerta y los gritos del niño llamándole. Cogió a su hijo en brazos como hacía siempre y saludó a Asun quien
preguntó.
‘¿ Puedo pasar?’
‘Sí, claro ¿ ha
pasado algo en el colegio que tengamos que hablar?’
‘No, nada.’
Una vez dentro y
tras colgar los dibujos en la pared, después de haber sido admirados por su
padre y su tío, Bonilla cogió de la mano a Jesusín y se lo bajó al parque como
le había pedido Asun.
‘Me parece una
muy buena idea y de paso me acerco con él a casa a recoger los soldaditos que
le había prometido. Te espero en mi casa Héctor ‘– dice Bonilla al cerrar la
puerta.
Héctor un tanto
sorprendido, ya que desde hacia dos semanas no podían compartir el mismo espacio juntos sin decirse algo hiriente el uno al otro, fue el primero en romper el
silencio cuando se quedaron solos.
“Perdona mi
insistencia pero ¿ de verdad no ha pasado nada?’
“No, Héctor no ha
pasado nada pero tengo que preguntarte una cosa que no puede esperar.’
Asun le mira a
los ojos al tiempo que los suyos comienzan a adquirir un brillo especial y a
humedecerse y dice.
“¿ Quieres volver
a casa para siempre? Jesusín y yo te necesitamos, no podemos vivir sin ti.’
“¿Estás segura?” - pregunta Héctor acercándose a ella colocándole un mechón de pelo tras el oído.
“Sí, nunca he
dejado de amarte y de sentir que eres mi marido y...
El beso de Héctor
impide a Asun seguir hablando. Es un beso tímido al principio que se va
transformando en un beso más profundo y cálido, que se interrumpe por un segundo
para contestar, con los ojos tan húmedos como los de Asun:
“Sí quiero. Jamás
has dejado de ser mi mujer y jamás podré dejar de amarte.”
Sus bocas vuelven
a unirse y la pasión comienza apoderarse de ellos mientras Bonilla, con
Jesusín de la mano atraviesa el parque, se entretiene con el niño mirando los
patos, dando de comer a las palomas y presiente que en el despacho más de una
prenda anda ya por el suelo y no se equivoca. Después vendrá el momento de
hablar, de perdonarse y disculparse mutuamente sus errores, sus orgullos mal
entendidos, de ponerse al día en sus cosas, de tocar el tema de Gabriel pero
ahora solo quieren sentirse el uno al otro como hace tiempo que no se sienten.
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