Febrero de 1973
Fernanda lleva
como media hora con la revista delante de sí, con los ojos clavados en la
fotografía que ve en una de sus páginas y desaría que ya fuera las ocho de la
noche en lugar de las 10 de la mañana. Ojalá no la hubiera abierto , pero daría
igual. Ayer hablaron por teléfono, las negociaciones en Galicia habían
terminado y hoy por la noche llegaría a Madrid. La revista ya había salido
pero ella aún no la había visto así que no pudo preguntar y ahora sabe
que hasta que no le vea entrar por la puerta no va a poder hacer nada.
Aparta sus
ojos de ella, la cierra por fin y la deja sobre la mesa del salón. Sus pasos la
llevan a una de las ventanas desde donde se puede ver el jardín. Con la taza de
tila aún en la mano corre el visillo y apoya su cabeza en el cristal. Está
convencida de que tiene que haber un error y trata de calmarse. Hace un día muy
bueno y en circunstancias normales hubiera salido al jardín a disfrutar del
hermoso día primaveral que febrero ha regalado, pero hoy no puede, no tiene
ánimos para ello, en su lugar cierra los ojos y recuerda la fiesta que dió
Martínez Prado en su casa de Las Rozas. Allí conoció a Martín, apenas hablaron
ese día, unos minutos, frases protocolarias y eso fue todo pero sus ojos no
dejaron de buscarse en toda la noche. Días más tarde volvieron a encontrarse en
casa de otros amigos en Puerta de Hierro y quedaron en verse al día siguiente.
Así empezó una relación que la devolvió al mundo social después de algunos años
de retiro voluntario. Una relación que dura ya casi medio año y en la que
confia cada día más.
El telefóno no ha
dejado de sonar desde las nueve de la mañana. Todos quieren saber si ha visto
la foto pero ella no tiene ganas de hablar con nadie y es Carmen, la asistenta,
la encargada de tomar los recados, la misma que ahora entra en el salón a
anunciarle una visita.
- Señora
el sr. Martínez Prado quiere verla.
Fernanda hace un
gesto de resignación, se aparta de la ventana y se sienta en uno de los sofás,
al lado de la mesita sobre la cual reposa la foto que les hicieron juntos.
- Hágale
pasar Carmen y prepare café, por favor.
Martínez Prada
entra en el salón con paso apresurado, se acerca a ella y le da un beso en la
mejilla, deja su portafolio en un sillón y se sienta en el otro sofá, frente a
Fernanda y es él quien empieza la conversación.
- Ya
sé que no quieres visitas y niegas el teléfono pero tenemos que hablar.
Carlos Martínez
Prado hace una pausa para tomar el café que gentilmente le acaba de servir
Carmen. Con la taza en la mano se levanta, pasea como un oso enjaulado por el salón.
Fernanda le mira ir y venir pero no hace ademán de pedirle que se siente. De
repente su invitado retoma la conversación donde la había dejado:
- Me
lo presentaron en la embajada Argentina y en seguida empezamos a
hacer negocios juntos, me aseguraron que era un hombre emprendedor que había
decidido regresar a la tierra de sus abuelos y triunfar aquí por ellos.
Fernanda vuelve a
quedarse sola en el inmenso salón de su vivienda en Aravaca con la esperanza de
que Martín dé señales de vida, se aferra a la casualidad pero aunque no quiera,
busca en su mente cosas que hubiera pasado por alto en estos meses, cosas
sin importancia que ahora pudieran tener otra tonalidad pero no da con ninguna.
En Madrid, en el
café Comercial el ex-inspector Vallejo y Bonilla toman un café mientras comentan
las nuevas que trae Vallejo del comisario de Chamartín.
- ¿Cómo
vamos de trabajo, Bonilla?
Vallejo ríe su
propia observación y contagia a Bonilla que aprovecha para preguntarle por la
joven, de la cual es su tutor desde hace poco, mientras pide dos cañas al
camarero.
- ¿Cómo
está Paloma? ¿Se aclimata un poco a su nueva vida? Y tu mujer encantada ¿no?
- Y yo me
perdí el caso por estar fuera. ¿No se ha llegado a saber quien fue el autor de
su secuestro, verdad?
Gustavo Olavide
saluda con la mano a sus amigos mientras espera a que el semáforo se ponga rojo
e inmediatamente después cruza la calle y se sienta a la mesa con ellos.
Enseguida se acerca el camarero y Gustavo pide tres copa de coñac.
- Perdonad
la tardanza pero me ha llamado un cliente para consultarme un dilema que tienen
él y una buena amiga. Mañana tengo un encuentro con ellos y creo que podemos
tener caso, quiero decir que podéis tener caso, ya les he hablado de vosotros.
A casi dos mil kilómetros de distancia pero a la misma hora que nuestros
amigos dejan el café Comercial, Asunción y Héctor entran en una trattoria de una
de las bocacalles de la Plaza de España en Roma. A las once de la mañana se
clausuró el congreso y tras las despedidas se encaminaron hacia la fontana de
Trevi mietras Julio tomaba el tren en dirección al aeropuerto.
El congreso
apenas les había dejado tiempo libre. Afortunadamente el hotel en el que se
hospedaban estaba muy cerca del Coliseo y desde su balcón hasta podían ver el
arco de Constantino y parte del Foro Romano. Tampoco les quedaba lejos la
Basílica de San Juan de Letrán de ahí que fuera el único templo que visitaran
ayer mismo y Héctor le dijera a Julio:
“Después de ver
este templo tengo curiosidad por ver el Vaticano y su Museo. Sería una pena
irnos sin ver la Capilla Sextina, Asun y yo nos quedamos un día más”.
Mañana temprano
visitarán el Vaticiano y su museo pero ahora tienen otros planes. Tras la
comida regresarán a descansar al hotel, después comprarán algunos regalos y al
anochecer saldrán a disfrutar de la noche romana y de su vida nocturna y ya, de
vuelta en su habitación, puede ser que continuen con la fiesta, como Héctor le
susurra al oído a Asunción.
¡Bieeeenn! ¡me gusta mucho...! me alegro que te hayas animado a escribir otro de tus relatos...! ¡muchas gracias...! ya tenemos un nuevo caso en ciernes para nuestros detectives y abogado y como no, Vallejo...! y Héctor y Asun siguen como si estuvieran de luna de miel esta vez aprovechando un congreso periodístico en Roma, la ciudad eterna... ¡muy romántico...! ;) :)
ResponderEliminar