Ocho y media de la mañana. El
restaurante del hotel está casi vacio cuando el matrimonio Perea entra a desayunar.
Han madrugado bastante, aunque sería más justo decir que apenas han dormido. La
noche romana, aunque no se pueda comparar a la parisina, como les habían comentado
algunos asistentes al congreso, no les desilusionó para nada. El paseo por el
barrio de Trastevere, en la orilla oeste del Tíber les pareció corto. En este
pintoresco casco antiguo con calles estrechas y plazas pequeñas se respira
todavía el ambiente de siglos pasados. Sus callejuelas están llenas de
pequeñas trattorias y en una de ellas entraron a cenar, frente a una de las
Iglesia medievales de las que es rico este barrio.
“Les
recomiendo, si tienen tiempo, que vayan a pasear por Trastevere, antiguamente
fue un pueblo que quedaba en las afueras de Roma. La última película de Fellini
está rodada allí, ahora no habrá muchos turistas pero merece la pena pasear por
sus callejas” les dijeron en la recepción el primer día y Asunción no lo
olvidó.
A la trattoria le siguió una
discoteca de moda en las cercanías de la Fontana de Trevi y después, a altas
horas, el regreso al hotel dónde siguieron bailando su propia música en la
intimidad de su habitación.
-
¡Estoy que me caigo de sueño! Creo que me voy a tomar
cinco cafés seguidos a ver si me despierto. Lo de anoche fue una pasada Héctor,
no podemos llevar este rítmo, ya no tengo 22 años.
-
¡Ay pobrecita mi niña! a punto de cumplir 39 y con
complejo de ancianita. Anoche no te quejaste de nada y eras tú la que
querias...
Asunción tapa la boca a Héctor al ver que el camarero
se acerca con la cafetera en la mano; tras servirse el café en una taza grande
y untar la mermelada en uno de los bollos y la mantequilla en una tostada le
dice a su marido con una sonrisa picaresca:
-
Ten cuidado con lo que dices que aquí te pueden entender,
mi amor, ciertas cosas se quedan en privado.
Héctor sonríe y le tira un beso al
aire antes de contestar.
-
No será para tanto pero tomo nota. Bebe todo el café que necesites
y come bien, tenemos una mañana maratoniana, a las seis tenemos que volver a
por las maletas e irnos para el aeropuerto.
-
No se me olvida, descuida. Por un lado me da pena irme
pero al mismo tiempo estoy deseando llegar a Madrid y ver a María en el
aeropuerto.
-
Yo también cariño, los viajes contigo me gustan mucho
pero yo también echo de menos a nuestros hijos, a Bonilla e incluso a Julio
aunque solo haga unas horas que le hemos visto.
-
¡Exagerado! Normalmente no le ves tanto ¿ a qué viene eso
ahora?
-
Tienes toda la razón, por eso mismo, tres días seguidos
con él me han permitido verle con otros ojos. Qué es una persona estupenda ya
lo sabía pero su humor me ha sorprendido, no recuerdo haberme reído tanto en
las comidas como en estos días y además la deferencia que ha tenido al
invitarme a mi también.
-
Ya lo sabía, quiero decir que Julio, desde que fui al
congreso de Berlín, sabía perfectamente que otro viaje al extranjero sin tí no
lo hacía y la temática de éste entronca con tu trabajo ¿o no?
-
Eso es verdad, por eso hasta he visto algunos viejos
compañeros pero de todos modos no estaba obligado. Es una pena que el no haya
podido traerse a su amigo.
-
¡Estás loco! Ya sabes lo prudente que es Julio, con
nosotros vale pero fuera de nuestro ámbito de amigos ¡olvídalo! y venga, deja
de mirarme tanto y terminate la tostada de una vez.
-
¡Ya voy mujer!
Poco después salen del hotel y
deciden tomar un taxi para ir al Vaticano. Héctor no deja de hablar en todo el
camino con el taxista quien, al oir que eran españoles, comenzó espontáneamente
a contarles el viaje que hiciera a España en 1960.
-
Abbiamo fatto il viaggio in bicicletta, un viaggio di due
mesi, dal momento che io sono sposato solo lavoro in taxi.
-
Ya, capisco. ¿Tienen ustedes bambinos?
-
Cinque ragazzi. Siamo una grande famiglia e mia madre
vive con noi.... Ecco il Vaticani, ¡ Buona giornata!
-
Muchas gracias y buona giornata para usted también.
“Ciao” es todo lo que Asunción
puede decir, asombrada de la facilidad con la que Héctor se entiende con los
italianos y en silencio recorre los pocos metros que faltan para llegar a la
imposente plaza de San Pedro. Ya en ella admiran su arquitectura y consulta en
su guía.
-
Y ¿quién es el arquitecto de esta maravilla?
Pregunta Héctor girando alrededor
de sí mismo con la cámara de fotos en la mano.
-
Según esta guía la obra se debe a Gian Lorenzo Bernini.
¿De verdad te interesa o me estás tomando el pelo?
-
Me interesa, en serio, no soy de iglesias ni de arte pero
cuando un trabajo es bueno quiero saber quien es su autor y ¿cuando empezó la
gran obra?
-
Fue construída entre 1656 y 1667. Oye, no gastes todo el
carrete en la plaza, que aún nos queda la basílica y el museo.
-
Descuida tengo más carretes en el bolsillo ¿entramos? Por
cierto qué Papa vive ahora quí
-
¡Héctor! Eres peor que un niño pequeño. Pablo VI y no te
preocupes que no le vas a saludar.
-
Ya lo sé pero no quiero quedar como un tonto cuando nos
encontremos con Angel.
-
¿Sabes? No me puedo creer que le vaya a conocer. Mi tía
me ha hablado mucho de él y ha sido una suerte que nos haya dado su teléfono
por si acaso teníamos tiempo . La verdad es que debe ser una persona muy
sencilla, con la de trabajo que debe tener y se ha ofrecido a ser nuestro guía.
-
Sí, vamos a tener un guía excepcional. El Angel que yo
recuerdo era uno más en el barrio y espero que siga así.
-
No creo que haya cambiado mucho por la forma con la que
ha hablado ayer contigo por teléfono.
-
Ya veremos, el ambiente que hay aquí no es el de la Plaza
de los Frutos.
Asunción ríe el comentario de Héctor sin darse cuenta de que
está entrando en la Basílica .Ya en ella y con aire más serio, en
silencio, como les han pedido al entrar
recorren la Gran Basílica y mientras ellos admiran la Cátedra de San Pedro, su
cúpula, sus altares, la Piedad, las catacumbas con las diferentes tumbas de los
papas y vuelven a subir para seguir tomando fotos, en Madrid, Vallejo y Bonilla
acuden al bufete de Olavide como habían acordado y en las cercanias de Cangas
de Onis, Martin Nárvaez sigue sin llamar a Fernanda y no es por falta de ganas
sino por temor.
Martín, 40 años, alto, ojos claros,
con algunas canas en la sienes a pesar de
su edad, de piel bronceada, modales elegantes, permanente sonrisa en los labios
, prototipo de lo que muchas mujeres pueden considerar un hombre atractivo, no
deja de pensar en Fernanda. Se encontraron en el momento justo, se han
confesado varias veces en estos meses y lamenta la situación en la que ahora se
encuentra. Con ella ha aprendido de nuevo amar y no quiere causarla daño; ya
tuvo lo suyo con el accidente en el que perdió la vida su marido y casi acaba
con la de ella. La rehabilitación fue larga, las secuelas psíquicas y físicas
la empujaron en parte a refugiarse entre las cuatro paredes de su chalet.
Martínez Prado, socio y amigo de su marido, estuvo siempre a su lado pero no
consiguió sacarla de su mutismo ni despertala las ganas de vivir. El día en que
se conocieron fue su primera salida desde hacía dos años y Fernanda no las tenía
todas consigo. Acudió por puro compromiso, por no dejar solo a Martínez Prado
en su cincuentenario ya que él tampoco tiene familia. Es, lo que en América
llaman un “self made man” un verdadero autodidacta que siempre se portó como un
padre con su marido y con ella.
Martin
recuerda la conversación que mantuvieron ayer por teléfono, quería
hablarle de sus sospechas pero al oir sus planes para la vuelta se echó atrás y
ahora, aquí, en esta casa casi en ruinas, perdida en los Picos de Europa, a la
que acaba de llegar después de pasar la noche en el coche, escondido en un
horreo y con el miedo en el cuerpo, se siente mal por ella. Respira hondo y
comprueba de nuevo que no hay rastro de los hombres
que le estuvieron siguiendo en Galicia, al menos, su precipitada salida del
hotel le ha servido para despistarles y nadie conoce la existencia de la casa
de los abuelos.
Hace frío, el viento no cesa y en
la antigua cocina, la única pieza que aún conserva todas las tejas, el sonido
del viento le hace compañía. El candil de aceite sobre la mesa recuerda que no
hay electricidad y la tinaja en el ricón que no hay agua corriente. Tras
inspecionar la vivienda regresa al coche, saca la literna que hay en la
guantera, la manta del maletero junto a su maleta y se acomoda como puede en lo
que en otros tiempos fue el asiento preferido de su abuela, la mecedora que le
hiciera su marido cuando la abuela se quedó encinta. Al poco tiempo de nacer su
padre, su abuela se quedaría viuda. Andrés Nárvaez falleció en un accidente
durante las obras del ferrocarril de Arriondas a Infiesto.
En el arcón de una de las habitaciones
encuentra más mantas, algunas ya roídas por los ratones pero que harán su avío.
Nota que el hambre y el frío le están pasando factura y aviva como puede el
pequeño fuego de leña que ha hecho en la viejo hogar, como hiciera tiempos
atrás su abuela. Busca entre sus cosas las chocolatinas y galletas que comprara
en la gasolinera de La Coruña y apesar de no ser horas, descorcha con la ayuda
de una navaja una botella de vino que ha encontrado en la vieja alacena. No
sabe si se podrá beber, pero la sed le apremia. En la oscuridad, por las
contraventanas semiabiertas, no puede
ver de que año es. La última persona en volver a la casa fue su padre en 1960
cuando acompañó los restos de la abuela para enterrarla en el pequeño
cementerio de la aldea. Su padre debió comprar esa botella por aquel entonces
junto a las latas que tiene delante. Martin comprueba enseguida que es un vino
peleón que se ha conservado bien y tras acallar su sed y su hambre decide
dormir unas horas antes de bajar a Cangas, allí llamará menos la atención que
en la aldea. Arropado por las mantas y al calor de la lumbre, pasa revista a su
llegada a España y la promesa que le hiciera a su abuela en Argentina, la
promesa de visitar la casa familiar y reconstruírla. Llegó a España, conoció a
Fernanda y la promesa hecha a la abuela no quedó en el olvido pero sí aplazada
indefinidamente. Sin saber exactamente la razón no sabía como hablarlo con
Fernanda abiertamente, a todo lo más que se había atrevido era a mencionar su
deseo de visitar los Picos. Había cosas de su familia que aún dolían y la
salida de su país tampoco fue de la mejor manera.
En Roma, ajenos a las
conversaciones que en ese momento tienen lugar en el despacho de
Gustavo, Héctor y Asunción se encaminan hacia la plaza del Risorgimento, dónde
Angel, al verles venir por la vía de
Porta Angelica les saluda con la mano.
-
¿Es ese hombre tan joven Angel?
-
Sí. Lo de joven es muy relativo, unos años más jóven que
yo pero se conserva bien el chaval.
Héctor y Angel se funden en un fuerte abrazo y
Asunción, a quien nadie le ha dicho cual es el protocolo para saludar a uno de
los secretarios del Vaticano, no sabe si besar la mano de Angel o darle un beso
en la mejilla. Angel por su parte no tiene duda alguna y tras la presentación
abraza a Asunción y le da dos besos en la mejilla.
-
Encantado de conocerte Asunción. Manolita me ha hablado mucho
de tí en sus cartas.
-
Igualmente, quiero decir, que encantada y que mi tía
también me ha hablado mucho de usted. Perdone pero no sé cómo llamarle.
-
De tú y Angel. Siempre he considerado a tu tía, a
Marcelino y a Pelayo como de la familia y una sobrina de ellos es también un
poco mi prima ¿o no Héctor?
-
Por supuesto y en ese caso yo también soy un poco primo
tuyo ¿ o no, Angel?
Los tres ríen de buenas ganas y
antes de entrar al Museo toman un café en uno de los cafés cercano a la plaza.
Héctor aprovecha para darle las gracias, ahora en persona, apesar de los años
que ya han pasado, por su intervención y ayuda en el proceso de la anulación.
-
No tiene importancia Héctor, lo importante es que tengo
ante mí a una pareja a la que no es necesario preguntarle si son felices, la
felicidad y el amor que se profesan salta a la vista.
-
Y Teresa también es feliz en Venezuela con su sobrino y
Ana.
-
Lo sé Asunción. Al igual que vosotros recibo todas las
navidades noticias de ella.
-
Fue una pena que la última vez que estuviste en Madrid
coincidiera con nuestro viaje de boda. Me gustaría presentarte a mis hijos ¿no
piensas volver?
-
Quizá lo haga pero de momento mi sitio está aquí.
-
¿Y Sole?, perdona si me meto donde no me llaman.
-
No pasa nada, de Sole y sus hijos estoy constantemente al
tanto, no en vano sigue trabajando en el arzobispado pero ciertas cosas es
mejor no cambiarlas.
-
¿Es usted, digo, eres de verdad feliz aquí?
-
Sí Asunción, cuesta acostumbrarse a vivir en el Vaticano
pero aquí he encontrado la paz interior que tanto he buscado y además coordino
un grupo de voluntarios que se encarga de paliar los problemas de las zonas
marginales de Roma.
Angel echa una ojeada a su reloj de
bolsillo y levanta la mano para pagar los cafés al tiempo que dice.
-
Si no quereis perder el avión tenemos que entrar ya al
Museo. Os advierto que es muy grande y la Capilla Sextina es lo último que se
visita, al menos que sólo queráis ver la capilla y en ese caso puedo intentar
conseguir permiso.
-
Gracias Angel, pero no es necesario. Ya has hecho
demasiado por nosotros como para pedir un trato especial.
-
Mi mujer tiene razón Angel, la ruta de los turistas para
nosotros también.
-
Como queráis ¿Nos vamos?
El recorrido por el museo les lleva
dos horas y la Capilla les deja, como a casi todo el mundo con la boca abierta.
Angel les explica todo al detalle y cuando descienden por la majestuosa
escalera de caracol Héctor se para para hacerles una fotografía y pide un
turista que les haga una.
A las 6 de la tarde Angel les
acerca al hotel, recogen sus maletas de consigna y se despiden de su cicerón y
amigo en la estación de Termini donde toman el tren para el aeropuerto al
tiempo que en Madrid, Tim recoge a María y a Daniel del colegio para acercales
a Barajas.
-
Recuérdame darle a mi padre el recado del tito Bonilla,
Tim
-
Descuida María, no me olvido. Dani, baja la ventanilla
que no estamos en verano y deja de saludar como si fueras un príncipe.
-
Jopé es que mola mucho este coche, nunca había visto uno
tan grande.
-
Tampoco es el más indicado para conducir por Madrid. Ya
es mala suerte que mi seat se haya estropeado hoy.
-
¿No te gusta este coche?
-
No digo eso Dani, este Cameron está bien para América
pero en Europa resulta muy ostentoso y además es automático, yo prefiero uno
con marchas.
-
Seguro que a mi padre le entusiasma tanto como a Dani, de
él se ha contagiado mi hermano.
-
Eso no lo dudo pero una cosa es reconocer que un coche es
bonito y otra querer tener este coche. Yo desde luego paso de él, hoy le he cogido
porque no tenía otra opción pero no va conmigo. Bueno, ya estamos llegando.
Dani no te separes de nosotroso o es la última vez que vienes conmigo.
-
No te preocupes, os seguiré como un perrito fiel y no
miraré a ningún lado para no distraerme.
-
¡Más te vale! No tengo ganas de buscarte por todo el aeropuerto
y darle un susto a mamá.
- ! Jopé qué fama tengo.!
¡Genial wapa...! me gusta mucho ese reencuentro con Angel en el Vaticano...! se ve que ya ha encontrado su sitio... y me gusta que recuerden viejos tiempos con un viejo amigo que a Héctor le ayudó con la anulación... y es cierto que la Capilla Sixtina es una pasada... y también genial la escena de María y Dani yendo a buscar a sus padres al aeropuerto con Tim... ;)
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